Editorial: El desafío de la descarbonización

En el pasado Costa Rica se adelantó a su tiempo con decisiones valientes que en principio parecían representar más costos que crecimiento y progreso social

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Tal y como reseñó el New York Times la semana anterior, Costa Rica vuelve a comprometerse a tomar el liderazgo en un tema trascendental –la descarbonización– que es esencial para enfrentar la más grande amenaza que se cierne sobre la humanidad: el cambio climático.

Recibimos la noticia con sano escepticismo.

De la propuesta, gusta el enfoque en un tema de alcance mundial; volver a ser esa nación modelo, capaz de adelantarse a su tiempo en temas de trascendencia global; volver a presentarnos en foros y organismos internacionales como líderes de pensamiento y acción.

El escepticismo viene de la enorme distancia que muchas veces se da entre el discurso oficial y el desempeño real de nuestras instituciones; de la inercia que hay que vencer en todos los sectores; de la falta de recursos financieros, de investigación, de innovación y hasta humanos; y de la competencia por estos recursos escasos en temas de enorme importancia que aún están por resolverse: la pobreza y la desigualdad; la reactivación económica, la infraestructura, la reforma estructural del Estado, el fortalecimiento del sistema de salud, el régimen de pensiones y muchos más.

Para que la descarbonización sea tema central y motor de Costa Rica, habrá que encontrar la forma de alinearlo con los más importantes de estos temas que, aparte de importantes, son urgentes.

En el pasado Costa Rica se adelantó a su tiempo con decisiones valientes que en principio parecían representar más costos que crecimiento y progreso social, pero algunas de estas decisiones ciertamente han resultado excelentes en imagen y marca país, calidad de vida y acceso de la población, crecimiento económico y sostenibilidad.

Abolir el ejército, establecer la seguridad social y el sistema de pensiones en alianza con el Partido Comunista; nacionalizar la banca, la electricidad, la telefonía y los seguros; establecer el sistema de parques nacionales, desarrollar el primer ministerio de acción social de la región y el fondo especial para combatir la pobreza, fundar el primer ministerio de cultura, juventud y deportes de la región; entre muchas otras, son muestras claras de una nación que aspiraba a alcanzar metas superiores, que se soñaba diferente y que era capaz de hacerlo sin el perjuicio duradero de sus motores de desarrollo económico, aún si al principio se generaban dudas y resistencia.

Constancia y consistencia

Debe quedar claro que muchos de estos modelos se agotaron y fueron sustituidos por otros más modernos y mejores, como han sido los casos de la banca, los seguros, la telefonía y que ojalá pronto sea el caso de la energía eléctrica, la salud, la movilidad y otros. En un mundo cambiante, la adaptabilidad es esencial, por lo que la agenda debe ser más de innovación y emprendimiento que de leyes, regulaciones y más instituciones.

Para ser líderes en un tema de alcance global, es indispensable la consistencia y la constancia.

Recientemente el país anunció al mundo que sería modelo de adaptación a la cuarta revolución industrial y en la misma semana presentó un proyecto para proteger un modelo obsoleto de transporte público, porque no pudo saltar mentalmente al concepto de movilidad moderna y, así, borró con una sola decisión una buena parte de su credibilidad en ese tema.

La agenda de descarbonización es exigente en sí misma, como muestra el artículo del tema publicado en esta edición de EF. Implica costos, inversiones, formación de talento, investigación y desarrollo, transformaciones profundas y aceptación de la empresa privada y la ciudadanía en 10 ejes de trabajo que incluyen sectores sensibles y que en el pasado han dado muestras de su resiliencia: transporte público; desarrollo urbano y construcción; manejo de desechos, generación y distribución de energía; modernización productiva de la agricultura; y una agenda ambiental que proteja y desarrolle nuestros principales recursos en tierra y en los océanos y costas.

Pero también son sectores en que la empresa privada se ha empezado a mover hacia la modernidad como muestran las inversiones en urbanismo vertical, la lenta –pero ya en marcha– transformación de la flota vehicular, o la valorización del ambiente como recurso productivo en el turismo.

La idea es atractiva si se logra concertar una visión de país que la incluya como elemento central para su futuro; si se logra gestar y consolidar una mucho mayor fluidez política alrededor de sus temas esenciales; si se despliega un enorme sistema nacional de investigación, desarrollo e innovación, capaz de generar conocimientos, proyectos, emprendimientos y encadenamientos con los sectores motor a partir de la agenda de descarbonización.

Si se logra una modernización agresiva de nuestros sistemas de movilidad y de nuestro sector agrícola –nuestros principales emisores– por ejemplo, sin detenerse por la resistencia inicial de quienes serán afectados en el corto plazo, con la convicción de que los cambios propuestos son necesarios para que todos seamos beneficiados a mediano y largo plazo.