Editorial: inestabilidad del gabinete

Renuncias y destituciones en el gabinete de Rodrigo Chaves. La impaciencia es mala consejera. La proliferación de salidas manda una mala señal a la sociedad.

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Renuncias y destituciones en ministerios, viceministerios y una presidencia ejecutiva erosionan al Poder Ejecutivo y traen riesgos de ingobernabilidad.

Gobernar es el arte de combinar recursos materiales y simbólicos para alcanzar el bien común. Movilizar a la ciudadanía para lograr un buen gobierno requiere convencer a partidos políticos, grupos de interés y al propio equipo gubernamental de la conveniencia de las metas y la oportunidad de las acciones para obtenerlas.

La cohesión del gabinete es crucial para la gestión del Ejecutivo, un equipo atravesado por contradicciones y sin líneas de comunicación con el mundo político y la sociedad no logra gobernanza.

Las diez renuncias y destituciones que acumula el actual gabinete son signos de inestabilidad que preocupan. El presidente Rodrigo Chaves llega al poder con capital político electoral fruto de su habilidad para movilizar el enojo ciudadano con la clase política tradicional.

Empero, gobernar es algo diferente a ganar elecciones. Las condiciones para la gerencia política son otras, particularmente en lo referente a la integración y funcionamiento del equipo de gobierno. La cohesión es fundamental. La inestabilidad del gabinete actual tiene causas variadas que explican lo movedizo del terreno.

En primer lugar , debe destacarse el carácter verticalista de la gestión presidencial. Chaves concentra poder, es un director técnico que se mete a la cancha dejando poco margen de acción a los jugadores. Gobernar una sociedad democrática es reconocer que, si bien existen jerarquías constitucionales, en la práctica el verticalismo no opera; el pluralismo social y político obliga a la horizontalidad. La buena gerencia exige apertura y no obediencia ciega.

Hay una razón histórica para explicar también esta tendencia al vaivén: el gobierno llega al poder sin cuadros partidarios. El partido que lo respaldó era de reciente constitución y carente de personas con experiencia en lo público. El déficit de cuadros se hace sentir.

La dificultad y el método para la integración del gabinete revelaron improvisación. La heterogeneidad del equipo resultante explica también las inconsistencias, no hay pegamento ideológico político que una a las partes, más allá del culto a la personalidad del gobernante.

La campaña electoral es esencialmente un escenario de polarización y simplificación de opciones, gobernar es enfrentar multiplicidad de alternativas que surgen en la diversidad de las administraciones estatales. La polarización queda atrás. Ahora se trata de combinar caminos y de dialogar. Un equipo acostumbrado al enfrentamiento electoral tiene que hacer un difícil cambio de ritmo hacia el entendimiento, obligado a la conversación y no a la imposición.

El estilo de ejercicio del poder pareciera estar asociado a una visión de este como dominio y no como convencimiento, lo que repercute en las relaciones del jerarca con un equipo al que se exige disciplina estratégica sin especificar el contenido de esta, dejando todo al día a día.

Esta concepción de jerarquía y obediencia lleva a la conformación de un conjunto gubernamental que funciona por el temor y no por convicción, lo que hace más difícil la tarea, pues la división del trabajo no trae los beneficios de la especialización, sino la rigidez de la concentración, las desviaciones del mando imperativo provocan destitución o renuncia.

La verdadera autoridad no reside en el imperio, sino en reconocer que las directivas del gobernante se asientan en lo razonable de las metas y lo adecuado de los medios.

La centralización de la autoridad no provoca eficiencia, desata fuerzas centrífugas e inicia nuevos y costosos periodos de integración al equipo, la curva de aprendizaje se prolonga en perjuicio de la gobernanza.

Las condiciones histórico estructurales del gabinete llaman a la prudencia y la moderación. La impaciencia es mala consejera. La proliferación de salidas manda una mala señal a la sociedad.

Por último, la inestabilidad interna puede provocar ingobernabilidad, pues un gobierno débil será incapaz de llevar adelante grandes tareas y convencer a grupos de interés y al parlamento de las bondades de sus propuestas, con la consiguiente dispersión de esfuerzos en momentos que el país requiere de entendimientos en torno a política fiscal, infraestructura, educación, inflación y desigualdades crecientes.