Editorial: Las deudas de la educación

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E s necesario empezar este editorial explicando que los ciclos de cambio de las políticas educativas toman años en mostrar su impacto. Si hoy se logra un cambio importante en alguna dimensión del sistema educativo, este se verá reflejado en las estadísticas y en el desempeño de los estudiantes –futuros trabajadores– conforme las nuevas circunstancias logradas vayan transformando el sistema.

Nuestro sistema educativo padece de varios males estructurales: la separación entre clase media alta y superiores y el sistema educativo estatal hace que la educación pública enfrente condiciones de demanda inferiores a las que el país requiere para brindar a todos los estudiantes un sistema de igual calidad.

La baja valoración que da a la educación técnica hace que, en vez de estar formando una clase trabajadora de alta productividad, estemos condenando a una gran proporción de los graduados a quedarse sin destrezas para transformar su calidad de vida y su nivel de ingresos.

Como si fuera poco, de un total cercano a 800.000 estudiantes, una alta proporción de ellos estudian y trabajan por necesidad –se estima en 120.000– por lo que incurren en una alta repitencia, y hay hasta 154.000 muchachos que ni estudian ni trabajan pese a tener la edad para hacerlo.

Solo un 47% de los jóvenes entre 19 y 22 años han completado la secundaria, mostrando que, entre repitencia y exclusión del sistema, los resultados reales de la inversión nacional en educación son sumamente pobres.

Sí, la inversión se está haciendo –en el 2014 el gasto nacional en educación alcanzó el 5,9% del PIB, más del doble que hace 20 años– pero los resultados son malos.

Posiblemente las condiciones de trabajo que han logrado negociar los 70.000 maestros y funcionarios del sistema han acaparado para sí el aumento del gasto –el salario promedio se duplicó entre 2005 y 2013– en vez de que el incremento se vea reflejado en mejores tasas de graduación o en mejoras de calidad. Según los datos, los resultados de bachillerato son cada vez peores y las estadísticas del sistema PISA de la OCDE nos ubica cerca del fondo de su evaluación global de sistemas educativos.

El país necesita una mejora radical en educación. Nuestros motores de desarrollo requieren de capital humano calificado y nuestro compromiso histórico con el bienestar requiere de jóvenes productivos y responsables que puedan alcanzar prosperidad, bienestar y felicidad para sí y sus familias.

Para lograr esta mejora, debe haber cambios profundos en la formación y el diseño de las carreras de los docentes, mejoras profundas en infraestructura y tecnología en el sistema, valorarse y promoverse la educación técnica, consolidarse el sistema nacional de becas, exigirse mucho mejor calidad en todas las dimensiones del sistema educativo y ante todo aumentarse la base de recursos integrando el presupuesto del INA en un verdadero enfoque sistémico del sector y trasladando recursos de la educación superior universitaria a la educación técnica y secundaria, donde tendría mucho más impacto en fortalecer la movilidad social y la empleabilidad productiva de los jóvenes graduados.

Nota 100 a la Academia de Centroamérica por esta investigación (véanse págs. 4 y 5 de esta edición) que pone el dedo en la llaga, en el aula y el futuro del país.