Editorial: Pasiones desbordadas

Recordemos que el fútbol es un juego, no una batalla. El destino de Costa Rica no estaba en juego en Rusia 2018

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La reciente participación de la selección nacional en la Copa Mundial de Fútbol Rusia 2018 revela mucho sobre la sicología social del costarricense. Amenazas al director técnico y a su familia, insultos a los jugadores, acusaciones a los dirigentes, estafas a los aficionados, son síntomas de malestares más profundos que aquejan a la sociedad.

Es cierto que el entrenador puede haber cometido errores en la estrategia; los jugadores, tener fallas; los dirigentes, perdido la visión, y algunos estafadores sacado provecho de la fascinación de los apasionados por este deporte.

Sin embargo, hay que recordar que se trata de un juego, no de una batalla. El destino del país no estaba en juego ni material ni simbólicamente.

Aquí pareciera residir el inicio de la explicación para el desborde pasional que se ha dado. En efecto, cuando el fútbol se transforma en el principal referente de identidad nacional, algo grave pareciera estar ocurriendo en torno a ella.

Hasta hace poco estábamos contentos con la condición de labriegos sencillos presente en nuestro Himno Nacional, pero estos ya no son mayoría, aunque continúan dando su valioso aporte.

La urbanización ha transformado a la sociedad y generado identidades sociales múltiples que no se contentan con la humildad campesina y se mueven por otros valores como la búsqueda activa del bienestar material ascendente, la igualdad en las relaciones sociales y la libertad en sus vidas personales.

El labriego aceptaba su ubicación en el mundo; los citadinos quieren consumir más, no son sumisos y construyen vidas propias, tanto en lo económico como en la intimidad.

No obstante, la realización de esos deseos no es una mera cuestión de voluntad, sino que está relacionada con los recursos disponibles para realizar los sueños; algunos lo logran, otros no.

Revancha y venganza

En ese contexto, el fútbol ofrece una satisfacción simbólica, tanto para el deseo maximalista de tenerlo todo, como para la frustración minimalista de no alcanzar la satisfacción de deseos anhelados.

Para el maximalista la derrota futbolera se transforma en un límite para sus sueños, en tanto que al minimalista le recuerda que su condición está estancada o en retroceso. Tal vez por eso el desquite violento con las mujeres durante o después de los partidos.

La identidad masculina dominante puesta en duda, busca revancha y venganza en los más débiles.

La diversidad de identidades no solo se extiende al campo de lo laboral, de la producción o del lugar de residencia. La recién pasada campaña electoral nos hizo darnos cuenta que la diferenciación se ha extendido al campo de lo religioso y de las sexualidades.

El catolicismo ha perdido un terreno significativo frente a los evangélicos, los heterosexuales deben convivir con una población LGTBI y la masculinidad machista pierde su hegemonía ante la justa reivindicación feminista.

La sociedad de los labriegos estaba segura de las posiciones de cada uno, no resultaba difícil orientarse en las escaleras de la estratificación y las identidades. Las transgresiones eran castigadas, pero las normas eran claras, cada uno a lo suyo.

En este nuevo siglo, la sociedad fluye, las posiciones son cambiantes, las pasiones generales y dominantes se hacen líquidas y la incertidumbre produce visiones apocalípticas que anuncian el fin de los tiempos sociopolíticos, siendo el mejor ejemplo la aparición de un fracasado candidato populista que anunciaba la reconstrucción del país y se postulaba como el mesías salvador blandiendo el garrote del castigo penal.

El señalamiento del fin del mundo tiene algún sentido si aceptamos que vivimos una etapa de transición sin punto de llegada claro,lo que nos obliga en lo inmediato a la tolerancia y al respeto.

Los evangélicos deben respetar la creencia en la Virgen de los Ángeles y los católicos los cánticos y trances de los pentecostales. Ambos deben aceptar a los no creyentes sin demonizarlos.

Mundo polícromo

El respeto a las diversas formas que adopta el amor deberá expresarse pronto en normas de derecho que regulen todas las formas de convivencia en la intimidad y la pluralidad de familias, más allá de un pretendido modelo de familia universal.

Paralelamente, en el terreno político-ideológico, los creyentes en el mercado deberán aceptar que toda intervención estatal no implica totalitarismo; mientras que los seguidores del estado de bienestar están compelidos a darse cuenta que el mercado es un mecanismo eficiente para la asignación de los recursos.

Todos debemos aceptar que el mundo no es blanco o negro, y vivir la policromía de la pluralidad.

Alejados de la histeria que producen las derrotas y frente a la incertidumbre de los cambios sociales profundos, tenemos que reconocer que tenemos múltiples fallas que remediar, pero que siempre podemos mejorar, más allá de delirios maximalistas o minimalistas.

La crítica despiadada e insultante no lleva a ningún lugar, ni en la sociedad ni en el fútbol.

Costa Rica tiene logros importantes en su seguridad social, en su economía, en ciencia y democracia.

No somos los primeros en muchas cosas, no podremos eliminar radicalmente todos nuestros males, pero tenemos las capacidades para labrarnos un nuevo destino y continuar nuestro ascenso.

Sin ilusiones infantiles de ser campeones mundiales de la noche a la mañana, pero apoyados en el pesimismo de la inteligencia que nos señala los límites, y en el optimismo de la voluntad que nos incita a soñar, volaremos alto siempre en busca de nuevas metas.