Editorial: Perspectiva electoral

La singularidad de esta elección es importante: pandemia, crisis fiscal y económica, desempleo, cansancio y rechazo al oficialismo le dan un perfil inédito

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La cercanía de las elecciones obliga a plantearse los problemas del proceso político nacional desde la perspectiva de un sistema de partidos que tras la fragmentación y las segundas vueltas repetidas muestra su profunda debilidad.

Bipartidismo o multipartidismo, primera vuelta o segunda vuelta, lo cierto es que existen sistemas políticos que funcionan con uno u otro esquema. Dinamarca, con un sistema parlamentario, opera con multipartidismo, Estados Unidos, Francia y España han funcionado, hasta hace poco, con bipartidismo.

Costa Rica funcionó por casi dos décadas con un bipartidismo bastante sólido, pero los errores de sus políticos, la débil capacidad inclusiva de las organizaciones partidarias, frente a una sociedad crecientemente diferenciada; y el debilitamiento de las identidades políticas llevaron al derrumbe del sistema de partidos que no ha sido sustituido por uno nuevo, sino por la dispersión y la indiferenciación partidarias. Las fuerzas centrífugas han ganado y la inestabilidad se abre paso en el sistema político con riesgos para su legitimidad.

El país político legal no coincide con la nueva estructura social que surge al inicio de la década de los años ochenta y de la que emergen una multiplicidad de actores sociopolíticos. Cámaras y sindicatos divididos internamente son un ejemplo de una fragmentación que se presenta también en la sociedad civil.

El PAC fue una escisión del PLN en busca las raíces social estatistas originales, arropado en un discurso moralista y arrastrando tras de sí a las clases medias creadas por el liberacionismo, rebelión amparada en un enjuiciamiento ético del bipartidismo.

Quien retroceda a inicios de siglo podría pensar que esta ruptura llevaba a la conformación de un nuevo bipartidismo, donde el PLN aceptando la apertura económica ocuparía el lugar del PUSC y el nuevo partido se ubicaría en las posiciones históricas del liberacionismo.

Empero no fue así, la evolución del PAC testimonia en primera instancia del fracaso electoral del proyecto original, y luego se constata la deriva ideológica de sus sucesores. El PAC de Luis Guillermo Solís osciló hacia la izquierda (Pacto del Teatro Melico Salazar) y el presidente Alvarado giró hacia el sector aperturista del PUSC (Piza, Camacho, Garnier). Las dificultades para articular una narrativa e ideología homogéneas explican el pobre resultado legislativo en el 2018.

Las divisiones y contradicciones recorren a todos los partidos, desde el PLN con casi una docena de precandidatos hasta los evangélicos partidos en dos.

La desbandada de las agrupaciones ha llevado a plantear el tema de las coaliciones interpartidarias. Esta propuesta se origina en dos vías. Por una parte, partidos pequeños, grupúsculos libertarios y Mario Redondo, que ven en esta ruta la posibilidad de crecimiento de sus pequeños capitales políticos. Y por otra, en los partidos tradicionales que ven en las coaliciones la posibilidad de recuperar su perdido capital político, sumando votos desde la centroderecha hasta el centro (Miguel Angel Rodriguez).

La búsqueda por acumular fuerzas ya ha sido descartada por el PUSC, aunque el partido calderonista todavía prosigue internamente alrededor de Rodrigo Chaves, exministro de Hacienda.

El PLN pareciera alejado de esta tesitura, firme creyente todavía en que puede restaurarse su gran capital político del pasado sin acudir a actores externos.

La singularidad de esta elección es particularmente importante. Pandemia, crisis fiscal y económica, desempleo, cansancio y rechazo al PAC, en todas las encuestas, le dan un perfil inédito. Sin embargo, el repudio a todos los partidos, expresado en un 60% de ciudadanos sin preferencia política es un rasgo común con elecciones anteriores.

Las investigaciones sociales han revelado también la intensa fluctuación de las preferencias partidarias y la adhesión general al sistema democrático, aunque no se ha profundizado en las causas de esta volatilidad, ni en la compleja relación entre el apoyo difuso y la desaprobación a las instituciones centrales (partidos) del sistema democrático.

El casi colapso del sistema de partidos ha creado un vacío que podría ser ocupado por extraños a los partidos tradicionales, PAC incluido. La última elección reveló que estos outsiders conquistaron más de un tercio de los votos en primera vuelta. Las sorpresas del 2014 y 2018 podrían repetirse.

Los caminos de acceso para los fuereños son variados. Por una parte, los partidos taxi, se compra la franquicia de un partido establecido y se reparten los posibles posiciones y la eventual deuda política. La otra ruta es la de los partidos efímeros (flash parties) con vigencia para una elección y desaparición posterior. Otra vía es la de los mesías salvadores que infiltran un partido y después actúan en dirección contraria a su trayectoria.

El futuro del PAC no es halagüeño, dos gobiernos con bajo nivel de aprobación, ausencia de temas bioéticos con potencial movilizador, alejamiento de sus consignas históricas, enfado de las clases medias del sector público por su percepción de un giro conservador y millenials cuarentones sin bandera generacional innovadora.

Una tercera victoria no apareciera estar al alcance del oficialismo, por más que este fantasma persiga a los otros y los paralice al centrar su acción en impedir la improbable victoria de una agrupación erosionada por el ejercicio del poder.

En el entorno inmediato se ciernen batallas alrededor de los proyectos de ley relacionados con el acuerdo al que se debe llegar con el FMI.

La protesta social es posible que emerja de nuevo y su impacto sobre el panorama electoral será inevitable. El gobierno tratará de sobrevivir, pero no podrá evitar el costo de estas peleas.

La oposición parlamentaria, extraordinariamente diversa, oscilará entre conductas racionales para solucionar la crisis fiscal y el ansia apasionada de capturar el poder. Por otra parte, viejos y nuevos movimientos sociales competirán con el país formal por definir la ruta nacional, sembrando aún más desorden en el paisaje político.

La transición hacia lo nuevo no tiene una dirección clara y las turbulencias se siguen presentando en el camino.