Editorial: Un peligroso espejismo

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H ace aproximadamente un año, una encuesta de la firma Universum –con 25 años de operación y presencia en 46 países– publicada por EF mostraba que el 63% de los estudiantes universitarios de Costa Rica querían –por múltiples razones– ser empleados públicos.

En una encuesta similar realizada este año, el Banco Nacional, el Banco de Costa Rica, el Ministerio de Hacienda, el ICE y la CCSS aparecen como los lugares predilectos para trabajar de nuestros estudiantes universitarios. La excepción son los estudiantes de ingeniería, quienes prefieren imaginarse en la empresa privada.

Según un estudio hecho para Cinde hace unos años, las universidades públicas han crecido significativamente en carreras de ciencias sociales, pero no han crecido proporcionalmente en temas de ciencias duras e ingeniería. Algunos expertos han concluido que el crecimiento de las carreras de ciencias sociales es un mecanismo de los líderes de estas universidades –quienes se benefician como empleados públicos de un sistema de incentivos injustificables en términos de productividad– para asegurarse de mantener estas universidades como centros de formación de capital humano para sus intereses sindicales, más que como centros para formar el capital humano que el país requiere para desarrollar su pleno potencial.

Costa Rica, con un nivel de ingreso per cápita –ajustado por la paridad del poder adquisitivo– de US$ 15.000, es una economía de ingreso medio alto que para completar su desarrollo compite en industrias de alto valor agregado, con base en innovación, conocimiento y servicios complejos. Esto significa que requiere de abundante capital humano técnico en ingeniería, informática, ciencias y diseño de productos y servicios. Su capital humano futuro debe estar integrado por jóvenes formados en carreras técnicas y universitarias para crear valor en estos términos, para participar en procesos de investigación, desarrollo, fabricación y distribución de bienes y servicios complejos en un mercado global. Deben ser capaces de competir en estos términos con jóvenes asiáticos y europeos.

Las carreras burocráticas son consumidoras de valor. Es claro que una nación necesita un sistema educativo fuerte, un sistema de seguridad y justicia apropiado, sistemas de regulación de competencia, desarrollo de infraestructura, salud pública y mucho más, pero estos y otros puestos de empresas e instituciones públicas deben ser evaluados –como cualquier otra organización– por su eficiencia y productividad y nunca deben convertirse, como ha ocurrido en Costa Rica, en sistemas tan distorsionados en su compensación que se conviertan en un espejismo insostenible para nuestra juventud.

Si Costa Rica no sigue avanzando en su desarrollo por medio de mucho más capital humano técnico, científico y de diseño, muy pronto esta burocracia artificialmente privilegiada no contará con recursos para sustentar el perverso sistema de incentivos que ha logrado negociar de manera inexplicable con nuestros actuales y anteriores gobernantes, y el espejismo en que estos jóvenes basan sus expectativas colapsará como lo ha hecho en Grecia y Venezuela, para citar ejemplos recientes.

La única forma de acabar con el espejismo de nuestro empleo público es moderar los privilegios a que tendrán acceso los nuevos empleados estatales. Esto es impostergable, pues no solo estamos engañando a los jóvenes en cuanto a sus expectativas, sino poniendo en riesgo la estabilidad de nuestra administración y finanzas públicas.

Seguir un espejismo siempre es peligroso, pero quien lo hace generalmente está convencido de que persigue algo real para luego darse cuenta de que solo era una proyección de su imaginación. En este caso, el sistema es tan insostenible como si fuera imaginario y está a punto de colapsar. Ha llegado el momento de actuar.