Editorial: Una agenda retadora

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

El número total de personas desocupadas en edad de trabajar está aumentando de manera significativa. Según estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) y del Estado de la Nación, la cifra en el segundo semestre de 2016 alcanzó más de 1,6 millones de personas entre 15 y 64 años de edad, en su mayoría mujeres, aunque también ha aumentado el número de hombres.

Las principales razones de esta desocupación –que en buena parte es ocupación no remunerada– es el cuido de familiares: hijos, discapacitados y adultos mayores; esto afecta principalmente a las mujeres. En el grupo entre los 15 y 24 años de edad la desocupación también es alta, una parte por ser “ni-nis” –jóvenes adultos sin estudios ni trabajo– y otros porque simplemente no han encontrado espacio en la fuerza laboral ante el lento crecimiento de la inversión y el empleo.

En una economía que crece poco y principalmente en industrias que requieren de mano de obra técnica o profesionalmente calificada, las oportunidades para jóvenes con un nivel educativo bajo son muy pocas.

Además, al no crear valor económico para sus familias y para el país, esta población –en particular los hombres jóvenes– es vulnerable a patologías sociales como la pobreza, las adicciones, la violencia, la migración y eventualmente el crimen organizado.

El caso de las mujeres es diferente porque en él inciden factores culturales, preferencias personales y familiares y, pese a que en la generación actual hay más mujeres que hombres en instituciones de educación superior, son muchas la jóvenes y adultas que se quedan al margen de la fuerza laboral formal durante prácticamente toda su vida.

Cabe preguntarse también si, al no haber un nivel de inversión que genere oportunidades suficientes para los jóvenes hombres, qué nivel de inversión se requeriría para generar empleos de alta productividad para todos los desocupados, independientemente de su sexo.

En Costa Rica la generación de un empleo de alta productividad –o sea que supere la productividad promedio de la fuerza laboral actual– requiere de inversiones relativamente altas. El crecimiento económico es una función directa del tamaño de la fuerza laboral existente, de la inversión de capital –en la forma de infraestructura, equipo y tecnología– que se haga en el puesto creado, y del conocimiento individual y colectivo de las personas que ocuparán dicho puesto.

Esto implica que la solución estructural de este problema tiene múltiples aristas que deben ser atendidas simultáneamente: la cobertura y calidad del sistema educativo, incluida la formación de técnicos y profesionales en carreras técnicas y científicas capaces de crear valor en la moderna economía de Costa Rica; la generación de empleos de alta productividad mediante la atracción y financiamiento de inversiones nacionales y extranjeras en empresas capaces de competir en los mercados internacionales; la inversión en el desarrollo de una red de cuido infantil, preescolar y parvulario, así como de adultos mayores, que permita a las mujeres competir en igualdad de condiciones por cada puesto de trabajo creado; y el desarrollo de un ambiente propiciador de nuevas empresas independientes y encadenadas a sistemas empresariales crecientes en todo el país.

Esta retadora agenda hacia el bienestar de la población costarricense debe, además, cubrir todo el territorio y, de hecho, enfocarse en todas aquellas comunidades en que las brechas de desocupación sean más altas, para que además de equidad de género se logre avanzar de manera que se brinde atención a las regiones más propensas a la pobreza.