Editorial: Una aparente mala noticia

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En apariencia, las exportaciones a Estados Unidos han caído en tiempos recientes. Desde hace muchas décadas EE. UU. ha sido nuestro principal socio comercial. Por mucho tiempo nuestro crecimiento económico y el abastecimiento de bienes a nuestro país dependió casi exclusivamente del comercio con ese país.

Esto empezó a cambiar desde la década de 1970, cuando nuestro comercio intrarregional creció como segundo motor de desarrollo del país, y terminó de consolidarse cuando desde 1982 se tomó la decisión estratégica de diversificar nuestras exportaciones y sus destinos.

Costa Rica exporta hoy más de 4.000 bienes y servicios diferentes, y lo hace a más de 100 naciones. Pero aún después de 33 años de este proceso de diversificación, en la que hemos sido exitosos, EE. UU. sigue siendo nuestro principal socio de exportación, importación y como fuente de inversión extranjera directa.

En tiempos recientes esa economía norteamericana ha retomado su camino de crecimiento a una tasa relativamente modesta, pero en un mercado cuya capacidad de compra es enorme. Sin embargo, nuestras exportaciones de bienes a esa nación están decreciendo.

En algunos sectores, notablemente el de electrónica, esto se puede explicar por la salida de la planta de manufactura y pruebas de Intel, que representaba un porcentaje inusualmente alto del volumen total. Pero también han decrecido las exportaciones agrícolas y las del resto de bienes, con la sola excepción de las de equipos médicos y de precisión, sector que sigue atrayendo inversiones y que, desde las zonas francas respectivas, mantienen un nivel de crecimiento interesante.

La explicación de lo que ocurre tiene varias dimensiones. Una, las variaciones “de mezcla”. Hemos pasado de exportar bienes básicos – commodities agrícolas– y microchips a vender mucho más contenido y conocimientos por medio de servicios de valor agregado que van desde los centros de procesamiento de información hasta centros de diseño, animación digital y otros contenidos y procesos de mayor valor y estabilidad, pues su competitividad depende esencialmente de las capacidades de los individuos que los ejecutan y no de factores del entorno.

Otra causa de esta variación es que la interconectividad de la economía global hace que la caída de los precios del petróleo y sus derivados afecte las estructuras de costos de naciones con las que competimos, y entonces los mercados de commodities se van a la baja en precios.

Al mismo tiempo, el volumen de estos productos disponibles de otras naciones aumenta, desplazando por precios una parte de la producción nacional exportada. Esto es inevitable en los mercados de commodities agrícolas en que las variaciones de precios por fenómenos climáticos y/o económicos son una realidad. La desaceleración en China desvía también una parte de la producción asiática hacia EE. UU. y otros mercados occidentales, presionando precios y volúmenes locales a la baja, lo que se ve reflejado en menos ingresos por esas exportaciones.

Otros productos son afectados por un fenómeno similar cuando, por efecto de variaciones en economías de la región, perdemos competitividad relativa. Todas las economías grandes de la región –México, Colombia, Perú, Brasil, Chile y Argentina– han pasado recientemente por variaciones grandes en su tipo de cambio, lo que hace que sus costos en dólares sean más competitivos. Sin realmente aumentar la productividad de sus economías y sectores, productos de estas naciones desplazan a los nuestros que vienen de un tipo de cambio prácticamente fijo y posiblemente sobrevaluado.

Finalmente, esto muestra la necesidad de emprender tres acciones. Primera, manejar la economía en función de su productividad agregada. No podemos dejar que costos excesivos en logística nacional e internacional, costos de capital, costos de trámites y burocracia, cargas fiscales y sociales, y otros factores indirectos del costo afecten la competitividad de nuestras exportaciones.

Segunda, debemos consolidar una fuerza laboral que permita seguir trasladando nuestras exportaciones a mayor contenido basado en conocimientos y tecnología y menos en factores del clima o variaciones de la economía internacional. En otras palabras, debemos migrar hacia exportaciones sustentables por estar basadas en las capacidades distintivas de nuestra fuerza laboral y no en factores comunes de la economía internacional.

Finalmente, debemos seguir atrayendo al país industrias de conocimiento y tecnología. No es casualidad que sean equipos médicos y de precisión los bienes que aún crecen. Esto es así porque como ocurre en los servicios, requieren de mano de obra altamente calificada y productiva. La IED es fuente de empleo y divisas, pero, más importante, es fuente de acceso a nuevos mercados, nuevas tecnologías y procesos, nuevos segmentos de servicio y mucho más. Pero para esto es necesario seguir ofreciendo estabilidad y seguridad a los potenciales inversionistas y las zonas francas de exportación.

Esta aparente mala noticia –una caída de las exportaciones de bienes a Estados Unidos– no lo es tanto cuando se analiza en profundidad, pues muestra la adaptabilidad de nuestro sector exportador, el crecimiento de las exportaciones de servicio y conocimientos, el valor de una fuerza laboral calificada, la importancia de la IED y nos impone la tarea de resolver de una vez por todas los factores deficientes de nuestra productividad nacional.