Editorial: Una crisis temporal

Cientos de buques esperan atracar, los puertos más concurridos están congestionados, hay atrasos sustanciales en las entregas y, por supuesto, las tarifas de los fletes se dispararon a niveles récord

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El comercio internacional está sufriendo hoy el impacto de una crisis en el transporte marítimo de contenedores. En efecto, las medidas restrictivas adoptadas como consecuencia de la pandemia provocaron un súbito desajuste entre la oferta y la demanda: a principios del 2020, se redujo drásticamente el consumo de bienes en prácticamente todos los mercados y la respuesta esperable de las compañías navieras fue restringir la disponibilidad de sus servicios, conduciéndonos a una escasez de contenedores vacíos. Pero mientras el sector marítimo reducía su capacidad, los paquetes de estímulos acordados por los gobiernos de Europa y Estados Unidos (EE. UU.) hacían que la demanda de bienes de consumo se incrementara a finales de año, antes de lo que se esperaba, tomando a las navieras desprevenidas y sin saber responder en forma apropiada.

Este segundo desajuste estuvo acompañado de drásticas medidas sanitarias y protocolos más estrictos que, aunque necesarios, han hecho más lentas las operaciones portuarias, todo lo cual ha extendido sobremanera los plazos de entrega. Además, el explosivo crecimiento del comercio electrónico y las compras en línea han hecho colapsar la capacidad de almacenamiento de los puertos, provocando todavía más problemas en los flujos comerciales. El resultado ha sido cientos de buques esperando atracar, los puertos más concurridos totalmente congestionados, atrasos sustanciales en las entregas y, por supuesto, que las tarifas de los fletes se hayan disparado a niveles récord, principalmente entre Asia y Estados Unidos y Europa, pero en general afectando todas las rutas y todos los sectores y productos.

Como si fuera poco, las dificultades para satisfacer la demanda actual han hecho que se privilegie satisfacer la demanda de los países más rentables en detrimento de los países en vías en desarrollo, afectándose severamente las importaciones y las exportaciones hacia y desde los mercados latinoamericanos y en especial las de los países más pequeños, pues deben soportar tarifas más altas, tiempos de espera más prolongados o cancelación temporal de rutas.

Los efectos en el mercado costarricense, un país altamente dependiente del comercio exterior, no se han hecho esperar, como se explica en un reportaje del El Financiero, de la semana anterior. El sector de ventas al por menor ha debido identificar nuevos proveedores en países más cercanos, usar rutas marítimas alternativas y hasta negociar directamente con las navieras, todo el con el propósito de poder atender la demanda de este fin de año, lo cual es crucial para contrarrestar los estragos sufridos durante la pandemia. La capacidad de respuesta es mayor en las empresas transnacionales y las locales más grandes, pero para las pequeñas y medianas empresas nacionales la situación es extremadamente delicada.

El sector de ventas al por menor ha debido identificar nuevos proveedores en países más cercanos, usar rutas marítimas alternativas y hasta negociar directamente con las navieras, todo el con el propósito de poder atender la demanda de este fin de año, lo cual es crucial para contrarrestar los estragos sufridos durante la pandemia.

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Para el consumidor, la mala noticia es que la eventual escasez de productos y las tarifas más altas de los fletes, probablemente repercutirán en los precios que se cargarán a las mercancías importadas. Es posible, incluso, que algunos productos no se ofrezcan del todo, particularmente aquellos de bajo valor, pues en ellos el efecto de esas tarifas es todavía más grave y su trasiego podría dejar de ser rentable. Además, la situación podría llegar a empeorarse en caso de que lleguen a afectarse productos de primera necesidad, como alimentos básicos o medicamentos, algo que dichosamente todavía no enfrentamos.

La acción gubernamental en estas circunstancias es limitada, por no decir que nula, sobre todo en el corto plazo. Las autoridades de competencia de otros países han empezado a ponerle atención a la excesiva concentración que parece existir en el mercado de transporte marítimo de contenedores en las principales rutas comerciales y a una eventual concertación de precios entre las compañías proveedoras de estos servicios. También se ha propuesto acelerar la producción de más buques y recurrir más efectivamente al uso de la tecnología y la digitalización. Los efectos de estas medidas, sin embargo, se verían solo en el mediano plazo.

En todo caso, lo cierto es que el servicio de transporte marítimo responde de manera directa a los cambios en la demanda y depende, entonces, de los gustos y reacciones de los consumidores, lo cual hace que sus tarifas sean extremadamente volátiles mientras logran ajustarse a las nuevas circunstancias. Los especialistas estiman que ahora el ajuste ocurrirá en el primer semestre del año entrante, con algunas correcciones duraderas como consecuencia de una posible tendencia hacia una mayor regionalización del comercio. Mientras tanto, no queda más que atenuar el golpe.