EE. UU.-Irán: ¿Guerra?

Los enfrentamientos de las últimas semanas entre ambas naciones deben interpretarse en el marco de una compleja situación regional y mundial

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Ataques a tanqueros en el estrecho de Ormuz, derribo de avión no tripulado, intercambio de amenazas, endurecimiento de sanciones estadounidenses, intento de mediación japonesa, apuesta de Rusia por el régimen Iraní, lanzamiento de misiles contra instalaciones petroleras y aeropuertos de Arabia Saudita…

La lista podría continuar, configurando un cuadro de tensiones crecientes, premonitorias de un incendiario conflicto en el Medio Oriente, zona históricamente turbulenta, que adquiere nuevo protagonismo al desintegrarse el orden mundial e insertarse en sus procesos regionales.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, las potencias triunfantes se repartieron el imperio otomano y los imperios europeos crearon estados artificiales, creaciones que están en el origen de las crisis actuales. Al colonialismo se añadió, durante la Guerra Fría, la presencia de la URSS en apoyo a los regímenes panárabes. La salida de los imperios europeos (Suez 1956), hizo posible el fuerte ingreso de EE. UU. al escenario y los árabes buscaron identidad en el islam más conservador. Irán salió de la zona de influencia norteamericana con el triunfo de la revolución islámica (1979). La zona de contención a la URSS, creada en el borde de Eurasia (Rimland), se empezó a desintegrar y la teocracia tomó el poder.

En la actualidad, la presencia estadounidense gira en torno al apoyo a Israel, a su antagonismo con el régimen de Teherán, luego de la ocupación de la embajada de Washington, desde 1979 hasta 1981, y a su amistad con Arabia Saudita. Los enfrentamientos de las últimas semanas entre Estados Unidos e Irán deben interpretarse en el marco de una compleja situación regional y mundial, caracterizada además por el retorno ruso al Medio Oriente y por la diversidad de actores regionales.

La presencia de Moscú en Siria se explica por los legados históricos soviéticos, por su temor a que el yijadismo se extienda hacia el Cáucaso del Norte, penetrando repúblicas rusas con población musulmana. Prevenir los avances de Occidente en la región es también crucial para la defensa de su fortaleza euroasiática y proyección global. El mantenimiento de su base naval Tartus, en el Mediterráneo Oriental, así como la base aérea de Hmeimim, son también objetivos importantes. El acceso al Mediterráneo resulta crucial.

La incursión militar en Siria suministró a Moscú espacio para el entrenamiento de sus tropas, una vitrina para mostrar su fuerza y un terreno para probar nuevos armamentos. Asimismo, permitió establecer alianzas circunstanciales con Irán y Turquía, y acercamientos diplomáticos con Arabia Saudita y Catar. Sin embargo, la efectividad del Kremlin en la región está restringida por la carencia de recursos financieros y económicos, quedando reducida a simple suplidor de armas.

Tensión entre vecinos

¿Y los actores regionales? La tensión entre los vecinos del Golfo no es menor. La actividad turca es intensa, pues teme el desarrollo de la nación kurda en el sur de su territorio. La invasión de Irak en 2003 destruyó el estado laico, desplazó a los sunnitas en la vida política interna, destrozó al ejército, provocó caos, fortaleció a Irán e hizo posible el surgimiento del Estado Islámico. Por otro lado, Arabia Saudita entró en disputa por la hegemonía regional con Irán, que apoya en Yemen a los Hutíes que han declarado la guerra a los sauditas y utilizan la balística iraní para atacar a Ryad.

Israel, por su parte, siente aprehensión por los avances de Irán en Siria y las milicias de Hezbolá al sur del estado sirio y el Líbano. Aunque evitan involucrarse, están listos para incursionar en el conflicto. Los acontecimientos de las últimas semanas entre Teherán y Washington parecieran agudizar las tensiones y aumentar los riesgos de guerra. Irán rechaza el diálogo si antes no se suspenden las sanciones que le impiden vender su petróleo y asfixian su economía. Trump, quien se retiró de los acuerdos con Irán e impuso nuevas sanciones, se encuentra asediado por sus halcones guerristas (Bolton y Pompeo), para quienes es tan importante impedir que los iraníes desarrollen armamento atómico —posición tradicional de varias administraciones norteamericanas— como el cambio de régimen en la República Islámica.

A pesar de la superioridad militar estadounidense, una guerra con Irán no se inicia a la ligera y Trump lo sabe. La ocupación territorial implicaría más de 200.000 soldados, frente a un ejército fuerte y una población (80 millones) orgullosa de una identidad nacional milenaria y autónoma. Los ayatolas, además, pueden movilizar aliados en Afganistán, Irak, Líbano y Siria, de manera que los norteamericanos evacuaron personal diplomático en algunos de esos países.

El arsenal de misiles balísticos iraní tiene capacidad para atacar bases de EE. UU. en Catar, Baréin, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Teherán puede crear pánico en el estrecho de Ormuz, elevando el precio mundial del petróleo, bloqueando una arteria por donde circula un tercio del gas natural licuado del mundo y casi el 20% de la producción global de petróleo. El retroceso del presidente de la Casa Blanca frente a Teherán, muestra que la impulsividad trumpiana se modera ante la realidad de una delicada situación militar que implicaría otra guerra sin fin, como en Irak y Afganistán.

Expertos y políticos como Richard Haas y Susan Rice han sugerido medidas para evitar una guerra. Entre estas figuran, explicitar los supuestos que llevarían a una intervención militar, comunicarlos a Irán, pausar en el incremento de fuerzas en el Golfo a cambio del compromiso iraní de cesar ataques a la navegación marítima y aérea, suspender temporalmente el retiro del acuerdo nuclear y aliviar el peso de las sanciones económicas.

Las recientes conversaciones Israel-Rusia y EE. UU. han abierto la posibilidad de la intermediación rusa, aliada circunstancial de Irán, a cambio del fin de las sanciones económicas contra Moscú, de la neutralidad de EE. UU. en Ucrania y del retiro de fuerzas en Polonia y Rumania. Las vías diplomáticas están abiertas y la posibilidad de accidentes que incendien aún más la región, amerita que se ensayen por el bien de la economía y la paz mundiales.