Seamos claros: el motor principal de nuestra economía en los últimos 30 años ha sido el dinamismo de la empresa privada. A pesar de la desaparecida inversión pública en infraestructura, los altísimos costos de servicios públicos, la entrabada regulación y amplia burocracia, la economía ha seguido creciendo y esto es principalmente por el impulso del sector privado.
Por eso preocupa la creciente percepción que la empresa privada es de alguna manera enemiga del país. Se ha satanizado el rol de empresario y se suman esfuerzos para cada vez ponerles más trabas.
Según el Foro Económico Mundial, Costa Rica ya se sitúa entre los 20 países de mayor carga impositiva total con un 58%. Nos hemos acostumbrado a sobreponer y priorizar lo estatal sobre lo privado, como si esto último fuese maligno (por ejemplo, es extraño que exista un límite del 15% en generación eléctrica privada. ¿Por qué ponerle un tope a la posibilidad que recursos privados inviertan en energía limpia y más barata?).
Preocupa que hoy una mayoría de los jóvenes costarricenses no sueñen con la posibilidad de emprender, sino con formar parte del aparato estatal. Tal vez no nos damos cuenta que empresarios y emprendedores son los que emplean el 86% de los trabajadores. Emprendedor es el que abre un chinamo de comidas, la señora que hace artesanías en la madrugada para venderlas durante el día, el que va a un banco y firma una hipoteca de sus hogar para abrir una tienda…
Es el que asume riesgos para cumplir un gran sueño con el afán de superarse y generar empleos. Ese espíritu hay que alabarlo y apoyarlo, y no suprimirlo como sistemáticamente pareciera que han hecho nuestros gobernantes.
Se está atacando algo más allá de la capacidad de las empresas para superar dichos obstáculos: se está quebrando el espíritu empresarial mismo que es la esencia del éxito e innovación en los países más exitosos y modernos. Cuidado…