El perfil de los directores bancarios

La dirección de un banco es un honor, da prestigio y es un ejercicio mental permanente. Pero, desde hace muchos años ya sabíamos que no es para todos

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Ahora que en las últimas semanas se ha estado discutiendo sobre el desempeño de directores de un banco del Estado, intentaré proponer algunas ideas de cuál creo que podría ser el perfil de las personas, que aspiren a esa posición y de las que el Consejo de Gobierno termine designando. Ya pasé por esos caminos, por lo que tengo algunas intuiciones.

En primer lugar, debemos entender la complejidad de dirigir un banco. Y no me refiero a lo complejo que haya sido en la historia en general, me refiero a lo difícil que es hoy, y de seguro lo será aún más en los años por venir. Los servicios financieros a nivel mundial están viviendo una transformación de dimensiones colosales. En parte porque la tecnología está acercando cada vez más a las personas, por lo que nos debemos preguntar qué está aportando el banco como intermediario.

Los directores bancarios deben estar a la altura de las circunstancias, comprender las grandes tendencias de los consumidores, reconocer el surgimiento de canales que los podría hacer innecesarios, comprender las reducciones en costos y precios que estos cambios están originando, lo difícil de mantener retornos financieros, la urgencia de realizar las inversiones correctas. En fin, estrategia es la palabra que debiera iniciar y cerrar cada sesión.

En segundo lugar, no es fácil dirigir un banco grande. La inmensa cantidad de situaciones que pueden atrapar la atención de la junta, sugiere que los directores deben ser muy estrictos con los objetivos, con el tiempo y con las prioridades. Ello supone una línea de comunicación con la Gerencia muy precisa, oportuna y efectiva. De lo contrario, se corre el riesgo de que los detalles (el día a día) secuestren la agenda o, peor aún, la administración suplante a la junta en las decisiones de fondo.

En tercer lugar, está la mayor complejidad que agrega ser un banco del Estado. Estamos hablando de un órgano esencialmente político, o sea, relacionado con la administración del poder. Poder y dinero son una mezcla explosiva. La gestión política debe dejarse a la Casa Presidencial, la gestión bancaria es muy técnica para contaminarla con ese ingrediente. ¿Tienen poder los directores bancarios, en general? Sin duda, pero no debiera ser más que el de cualquier miembro de una junta directiva, para tomar las decisiones que la organización requiere, ante las oportunidades y retos que encuentra. Ir más allá de eso, lo convierte en cualquier cosa menos en director bancario.

Finalmente, la importancia de hacer equipo. Una junta bancaria no es el lugar adecuado para hacer nuevos amigos, y mucho menos para favorecer intercambios de favores. Pero sí que debe existir un grado mínimo de cohesión, de uniformidad en las reglas de juego, de compromiso con la lealtad a la institución, y de confianza en la honestidad intelectual de cada miembro.

El consenso nunca debiera ser una meta en sí, la junta gana con la transparencia y la disciplina profesional de sus miembros, por lo que habrá disensos. Eso enriquece la junta, más que perjudicarla.

Un comentario final. La dirección de un banco es un honor, da prestigio y es un ejercicio mental permanente. Pero, desde hace muchos años ya sabíamos que no es para todos. Los que no cumplen con las cualidades, no las cumplen. Punto. Lo que natura no da, Salamanca no lo otorga.