El tsunami del descontento mundial

El caso chileno merece mención aparte. Desafía las típicas causas de la protesta latinoamericana

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Largo es el recuento de malestares que deambulan por distintos continentes, y sus orígenes son diversos.

Protestas por alza de tarifas del metro chileno y el precio de las cebollas en India. Malestar ante el impuesto a Whatsapp en Líbano y rebelión indígena por eliminación de subsidios al combustible en Ecuador. Inconformidad con la economía argentina y batallas secesionistas en Barcelona. Ejemplos insuficientes, como las simplificaciones con las que a veces se pretende explicar su evolución social.

Para empezar, hay que decir que aunque el descontento pareciera obedecer a un mismo fenómeno global y responde a características comunes como la desaceleración económica mundial, que produce ansiedad por el futuro, la explicación de cada foco de protesta atiende a causas concretas.

En algunos casos, encontramos erosión y fatiga democrática, deterioro de la fe en la institucionalidad como vía para la canalización del conflicto, por lo que el descontento se lleva a las calles. El malestar con élites políticas es un detonante del populismo, reducción simplista de la sociedad, supuestamente dividida entre casta y pueblo.

La corrupción produce desazón, expresada en rechazo a la política y tendencias hacia autoritarismos incubados en las democracias. La dificultad al articular diferencias provoca separatismos que amenazan la integridad de algunos estados, en nombre de nacionalismos que absolutizan identidades.

La irrupción de nuevas clases medias, amenazadas por la desaceleración económica que las enfrenta al peligro de retroceso o de estancamiento, es también otro factor. Estrujados e indignados con la corrupción y la desigualdad, tienen capacidad cultural para expresar su cólera, frustración y resentimiento.

Se trata entonces de presiones acumuladas por demandas no atendidas, que toman forma de movilización y protesta social.

Si bien las redes sociales favorecen estos procesos, potenciando las capacidades de rápida organización, la virtualidad evidencia debilidad estructural en contraste con la fortaleza que otorga la organización social real. Por esto, algunos de estos movimientos son efímeros y se agotan fácilmente (chalecos amarillos).

Otra característica común es el crecimiento de la polarización en torno a líneas de clase, etnias, partidarias o ideológicas, que surgen de identidades grupales no dialogantes, autopercibidas como amenazadas existenciales.

Eso no ocurre en el vacío, sino precisamente sobre el telón de fondo de fenómenos migratorios, desaceleración económica, reacciones contra el Estado Mercado, estimuladas por la ideología del pueblo contra el sistema. Muchos antagonismos no generan cambios sistémicos radicales sino perturbaciones parciales y temporales, sin consecuencias para la totalidad sistémica.

Indignación latinoamericana

En esta parte del continente empezaron a manifestarse rebeliones indígenas en Ecuador ante un programa de austeridad, a las que se sumaron demandas socioambientales y étnicas por la eliminación de subsidios. El presidente Lenin Moreno retrocedió ante la magnitud de la protesta.

Surge la tesis de la posible injerencia izquierdista, bajo la teoría simplista de la conspiración: todo el malestar expresado en América Latina obedecería a un complot del eje cubano bolivariano. Es claro que si Maduro y los herederos de los Castro pueden sacar partido de estos conflictos, lo harán, pero lo cierto es que la conflictividad latinoamericana surge de procesos internos.

¿La inestabilidad política en Perú? ¿Acaso no influye el encarcelamiento de sus expresidentes o el suicidio de Alan García? ¿Y la disolución del Congreso? Hay un vínculo directo con grandes escándalos de corrupción que provocan desafección política.

¿Cómo resurge el peronismo en Argentina? De una desastrosa gestión económica del presidente Macri, tuviera o no relación con la administración de la expresidenta Fernández. Pobreza del 35%, inflación y crecimiento económico raquítico, caldo del descontento que esta vez se plasmó en las urnas.

Más cerquita, en la región centroamericana, el caso de Honduras ejemplifica la inestabilidad política traducida en protestas continuas, desde el golpe de estado de 2009. Elecciones marcadas por acusaciones de fraude, movilizaciones sociales, familia del presidente vinculada al narcotráfico y ascenso de grupos antisistema, ponen al país en condición de estado fallido.

El caso chileno merece mención aparte. Desafía las típicas causas de la protesta latinoamericana. Altos niveles de ingreso, sostenido crecimiento económico y disminución de la pobreza, no presagiaban los violentos acontecimientos de los últimos días.

Chile se constituyó en modelo de desarrollo regional y las reformas neoliberales heredadas de la dictadura, fueron aceptadas por los gobiernos democráticos. Sus indicadores de desigualdad, aunque altos, no han sufrido alteraciones mayores.

¿Qué aglutina el malestar chileno? Pensiones bajísimas, privatización de servicios de salud y educación fuera del alcance de sectores medios; sistema de salud pública deficiente, concentración de la riqueza en un 1% de la población, mala distribución de los frutos del crecimiento y ostentación de los más ricos. Ante la magnitud de la protesta, Piñera no solo retrocede sino que pide perdón y cambia su gabinete.

Los procesos domésticos se articulan con dimensiones globales, para refutar toda explicación simplista. El crónico déficit democrático latinoamericano, junto con la modernización tecnológica y la crisis en los precios de las materias primas, entre muchos otros factores, configuran un panorama complejo, lejos del análisis unidimensional y todavía más del conspirativo.

El tsunami de la protesta mundial involucra un oleaje de diverso tamaño, fuerza y altura. Aunque su morfología presente similitudes y a veces parezca que se transmite por contagio, nada puede sustituir al análisis concreto de la situación concreta.