En las mujeres se acrecientan impactos del COVID-19

En todas las áreas del mundo del trabajo, la situación para las mujeres siempre ha sido más difícil. Si a la economía le va mal, a las mujeres les va peor. Pero si la economía mejora, son menos favorecidas.

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La atención de la pandemia del COVID-19 profundiza la crisis del mercado laboral costarricense, que desde años atrás venía mostrando signos de deterioros importantes. Casi todos los sectores y grupos están afectados, directa o indirectamente, aún entre quienes por fortuna logran conservar sus empleos. Sin embargo, la situación es más crítica entre las mujeres, lo cual ensancha las brechas de género, aún cuando los hombres también tienen fuertes impactos.

En una definición justa del trabajo, las mujeres sufren múltiple afectación, tanto desde el ámbito remunerado como del no remunerado. A muchas las despidieron, a otras les aplican la suspensión temporal del contrato o la reducción de jornadas, las que ejercen desde el ámbito informal ven reducidos o disueltos sus ingresos, las más afortunadas continúan sus tareas desde el hogar, es decir, en teletrabajo.

Pero la gran mayoría de ellas, además, tiene a su cargo la responsabilidad de ocuparse de numerosos quehaceres domésticos, tales como limpiar la casa, el cuido de los niños y niñas y sus tareas escolares, cocinar, lavar, y hasta realizar las compras. Esta combinación agotadora pone en evidencia la desigualdad en la distribución del tiempo diario con la que se enfrenta el distanciamiento social a lo interno de las familias.

En todas las áreas del mundo del trabajo, la situación para las mujeres siempre ha sido más difícil. Por ejemplo, cada vez que se desacelera la economía y desmejora el desempeño del mercado de trabajo, las mujeres se ven más perjudicadas, no importa si trabajan o no remuneradamente. Si a la economía le va mal, a las mujeres les va peor. Pero si la economía mejora, son menos favorecidas.

La Encuesta Continua de Empleo (ECE) del segundo trimestre del 2020 (II-2020), realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC), arrojó los “números rojos” que experimentó el país en los meses de abril, mayo y junio. En comparación con el 2019, se perdieron 437.938 puestos, de los cuales el 52,5% fueron mujeres (229.728), mientras que 208.210 hombres.

El problema es que la cantidad de mujeres ocupadas (846.261) en el 2019 era considerablemente menor a los ocupados (1.336.934), por lo que el impacto es aún más significativo. Eso equivale a que perdieron su empleo el 27% de las mujeres versus el 16% de los hombres. La cantidad de ocupadas se sitúa ahora en 616.533 mujeres, similar a la cifra observada en el 2011, es decir, casi una década de retroceso.

Pero quizás el dato más alarmante es el récord en el desempleo del II-2020 (hasta este momento): 24% de la población económicamente activa, la cual se duplicó con respecto al año anterior, tanto en la total, como para ambos sexos. La tasa masculina subió a un 20%, es decir, uno de cada cinco hombres no tiene trabajo. En las mujeres llega a un 30,4%, es decir, casi una de cada tres mujeres está desempleada.

Al combinar los resultados del desempleo y el subempleo, este último mide la afectación en las jornadas laborales, al trabajar menos horas de las deseadas, los datos sugieren que, ante la crisis, las mujeres sufren los despidos con mayor intensidad, mientras que a los hombres se les aplica más la reducción de jornadas.

Una de cada dos mujeres busca empleo o trabaja menos de lo que desea, en contraste con la proporción de los hombres, que resulta en dos de cada cinco. No hay que olvidar lo más importante: detrás de esas altas cifras hay rostros humanos angustiados por la situación que viven.

Volviendo a los hogares, dentro de ellos también se dan brechas importantes en el reparto de las tareas y los cuidados. El trabajo doméstico no remunerado -antes de la pandemia- ya lo realizaba en su mayoría las mujeres, lo que les limita su disponibilidad de horas para dedicarse a un trabajo remunerado en el mercado.

Según estimaciones del Banco Central de Costa Rica, el valor económico del trabajo doméstico no remunerado en el año 2017 ascendía a 8,3 billones de colones (equivalente a un 25,3% del PIB), de los cuales el 71,4% era aportado por las mujeres.

Estas diferencias están directamente relacionadas con la cantidad de horas que reporta dedicarle las mujeres versus los hombres a estas tareas: aproximadamente 3 horas más por día en las mujeres urbanas y 4 horas más en las rurales. Trabajo poco reconocido en nuestras familias, del que poco se habla en las discusiones políticas, y que muy probablemente se incrementó en esta época de distanciamiento social.

Además, muchos trabajos remunerados se trasladaron al hogar. La ECE del II-2020 indaga sobre el teletrabajo y muestra que un 14% de la población ocupada está bajo esta modalidad, un 51,9% son mujeres. La mayoría se desarrolla en ocupaciones “profesionales y técnicas”, lo cual podría indicar que beneficia más a los hogares de mayor ingreso y de zonas urbanas. Adicionalmente, tres de cuatro ocupadas son madres con hijos a su cargo. Es evidente la enorme y creciente carga de trabajo que les genera la situación actual a la mayoría de mujeres en el país. Y si se trata de hogares monoparentales, escala aún más, porque absolutamente todo recae en una sola persona.

¿Es posible mejorar las condiciones para las mujeres? Sí, siempre y cuando la equidad de género se sitúe como una prioridad y eje estratégico en las políticas que se diseñen en la fase de recuperación para mitigar los efectos negativos de la crisis, que impulsen el crecimiento económico con equidad. Efectivamente es todo un reto, pero a la vez, es una oportunidad única para lograr avances sustantivos en el cierre de las brechas entre mujeres y hombres.