Una barriada capitalina es arrastrada por las aguas al desbordarse las alcantarillas, después de inclemente, macondiano diluvio. Mueren cientos de personas, hay huérfanos por doquier, e incontables familias quedan sin hogar.
Un periodista, haciendo piruetas sobre los escombros, toma fotos del sitio de la tragedia (realismo impactante, desgarrador patetismo, niños que lloran, mujeres que claman, impotentes, al cielo) elabora un reportaje, y gana con ello el premio al periodismo “socialmente comprometido”.
Un escritor publica una novela “de denuncia social”, que plasma el drama de las clases desposeídas, obligadas a vivir al lado de acequias infectas, mal canalizadas por los sistemas de acueductos y alcantarillado. Es galardonado con el Premio Pulitzer, en razón de “su sensibilidad social y la valentía de su pluma, que ha impugnado las inequidades de un sistema abyecto, replanteando el concepto de dignidad humana y dándole voz, en sus personajes, a los marginados, a las anónimas víctimas de la globalización y del capitalismo desalmado”.
Un político logra que la Comisión Hacendaria apruebe una partida específica para que se modernice el sistema de alcantarillado. Poco después, es alcalde de la ciudad, “figura” del carnaval de fin de año, presidente de la república, benemérito de la patria y Premio Albert Schweitzer. Además, ordena erigir un monumento para el que posa, con gesto de prócer nobilísimo, entre obeliscos y arcos de triunfo, y crea un fondo nacional de emergencias que lleva su nombre.
Una cantante rock (que no nos falten los tatuajitos, los aretitos, las mechitas colorinchas, los escandalillos sexuales, y, por supuesto, las nalguitas) saca una canción titulada “Gone with the water”. El sonsonete la catapulta al primer lugar del hit parade, la introduce en el mercado americano, le depara un contrato con la Twentieth Century Fox para representar el papel de la Madre Teresa, en una superproducción hollywoodense a ser rodada “in location” por Steven Spielberg. Será, por supuesto, un “musical”, así que la rockera -devenida actriz como por ensalmo- encarnará a la venerable anciana, entonando y bailando sus melopeas, en trance de arrobamiento místico, mientras atiende a los leprosos de Bangladesh. A todo esto, y gracias a su “mensaje concientizador”, la vedette es exonerada de pagar impuestos por el resto de su vida, y es ungida “ciudadana del mundo” por UNICEF.
Una persona, por ahí, aloja en su casa a una de las víctimas de la inundación, comparte con ella su comida, la conforta, le da ayuda económica. Goza con el hecho de ser útil, de poder servir, de sentirse parte de la comunidad humana, de hacer suyo el dolor del prójimo, y no pide nada a cambio.
¿Con quién, queridos lectores, se quedan ustedes?