La economía del conocimiento tácito

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Cambridge. Casi todos los países ricos lo son porque aprovechan el progreso tecnológico. Han retirado la mayor parte de su fuerza laboral de la agricultura y la han trasladado a las ciudades, donde pueden compartir más fácilmente sus conocimientos. Sus familias tienen menos hijos y los instruyen más profundamente, con lo cual facilitan el progreso tecnológico.

Para llegar a ser ricos, los países pobres deben experimentar un cambio similar: reducir el empleo agrícola, urbanizarse más, tener menos hijos y mantener más tiempo en la escuela a los que tengan. Si lo hacen, se les abrirán las puertas de la prosperidad. Pero, ¿acaso no está sucediendo ya eso?

Comparemos, por ejemplo, el Brasil en 2010 con el Reino Unido en 1960. En 2010, el Brasil estaba urbanizado en un 84,3%; su tasa de fecundidad era de 1,8 nacimientos por mujer; su fuerza laboral tenía en promedio 7,2 años de escolaridad y 5,2% de estos tenía título universitario. Estos indicadores sociales son mejores que los del Reino Unido en 1960. En aquella época, este país estaba urbanizado en un 78,4%; su tasa de fecundidad era de 2,7; su fuerza laboral tenía seis años de escolaridad y menos del 2% eran graduados universitarios.

Brasil no es un caso único: en 2010, Colombia, Túnez, Turquía e Indonesia podían compararse favorablemente con el Japón, Francia, los Países Bajos e Italia en 1960, respectivamente. No solo alcanzaron los primeros unos mejores indicadores sociales en esas dimensiones, sino que, además, pudieron beneficiarse de las innovaciones tecnológicas del último medio siglo: computadoras, teléfonos celulares, la red Internet, Teflon y demás. Todo eso ha de permitir una productividad mayor que la viable en 1960.

Por ello, las economías emergentes hoy son más productivas que lo que las economías avanzadas eran en 1960. ¿Cierto?

Falso, y por un amplio margen. El PIB real por habitante era un 140% en Gran Bretaña en 1960 que en el Brasil en 2010. Era un 80% mayor en el Japón de entonces que en Colombia hoy, 42% mayor en la Francia de entonces que en el Túnez actual, 250% mayor en los Países Bajos de entonces que en la Turquía actual y 470% mayor en la Italia de entonces que en la Indonesia actual.

¿Cómo es que hoy las familias más urbanizadas, más pequeñas y más instruidas en países emergentes son mucho menos productivas que sus homólogas de hace medio siglo en los países industrializados? ¿Por qué no pueden los países emergentes reproducir niveles de productividad que se lograron antaño en países ricos cuando tenían peores indicadores sociales y tecnologías mucho más antiguas?

La clave para este enigma es el conocimiento tácito. Para producir, se necesita saber hacerlo y esos conocimientos están, en gran medida, latentes: no están disponibles en los libros, sino almacenados en el cerebro de quienes los utilizan.

Solo con práctica

Adquirir esos conocimientos es en verdad difícil. Se adquieren mediante la práctica. Así es como formamos a los músicos, a los barberos, a los médicos y a los científicos. Pensemos en lo que tarda un adulto en aprender un idioma o un músico en dominar el violín.

Además, el conocimiento tácito es enorme y va en aumento, por lo que solo una fracción minúscula de él cabe en la cabeza de una persona. Pero la mayoría de los productos requieren muchos más conocimientos que los que caben en la cabeza de cualquier persona, por lo que, para producirlos, se requiere crear equipos de personas con diferentes conocimientos, tal como ocurre con una orquesta sinfónica.

Aumentar el conocimiento tácito que posee una sociedad resulta más fácil de decir que de hacer, porque las economías solo pueden ofrecer experiencia práctica en los puestos de trabajo que existen. ¿Cómo pueden aprender las personas a desempeñar tareas propias de unos puestos de trabajo que aún no existen? ¿Cómo se pueden crear equipos coherentes de personas con los conocimientos complementarios necesarios para las nuevas actividades económicas, si esos conocimientos no preexisten?

Investigaciones recientes hechas en el Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard indican que el conocimiento tácito circula por cauces asombrosamente lentos y estrechos. La productividad del estado de Nuevo León en México es mayor que la de Corea del Sur, pero la del estado mexicano de Guerrero es similar a la de Honduras. La difusión de conocimientos entre estados mexicanos ha sido difícil y lenta.

Es más fácil mover los cerebros que mover los conocimientos de un cerebro a otro y no solo en México. Por ejemplo, cuando se crean nuevas industrias en ciudades alemanas y suecas, suele deberse sobre todo –como ha mostrado Frank Neffke, del Centro de Desarrollo Internacional– a que empresarios y empresas de otras ciudades se trasladan a ellas, y llevan consigo a trabajadores especializados y con la experiencia industrial pertinente. Raras veces contratan a personal calificado local.

El economista Steven Klepper, recientemente fallecido, sostuvo que las industrias suelen agruparse en determinadas ciudades simplemente porque quienes crean nuevas empresas son principalmente trabajadores que abandonan empresas exitosas y se llevan consigo el conocimiento tácito relevante. De hecho, la extensa bibliografía existente sobre el conocimiento indica que su difusión geográfica es extraordinariamente limitada. Con frecuencia, las excepciones confirman la regla. Si Hitler no hubiera incitado a tantos científicos a abandonar Europa, los Estados Unidos no habrían podido construir la primera bomba atómica en tan solo cuatro años.

Lo fundamental es que la urbanización, la escolarización y el acceso a la red Internet son, lamentablemente, insuficientes para transmitir de forma eficaz el conocimiento tácito necesario para ser productivo. Esa es la razón por la que los mercados emergentes de hoy son mucho menos productivos que eran los países ricos en 1960, aunque estos últimos fueran menos urbanos, menos escolarizados y utilizaran tecnologías mucho más antiguas.

Las consecuencias normativas están claras. El conocimiento tácito existe en cerebros, por lo que los países emergentes deben centrarse en atraérselos, en lugar de erigir barreras a la inmigración. Deben recurrir a sus diásporas, atraer inversión extranjera directa en sectores nuevos y, de ser posible, adquirir empresas extranjeras que tengan conocimientos útiles. El conocimiento se mueve cuando las personas se mueven.