La 'Poesía' desencadenada

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¡Inteligencia, belleza y poder de concepción! No era posible: eso había que reprimirlo. Y reprimirlo es lo que los hombres hemos hecho durante milenios. Pero cuidado compañeros... las cosas han cambiado desde la raíz del ser.

La mujer se ha cansado de "ser poesía". La hora llegó en que la "poesía" se hace también poeta, ¡y lo ha sido gloriosamente! Paso revista a algunos de los más célebres versos de autoría masculina, y me siento desolado.

"En un jardín te he soñado, Guiomar, alto, con verjas de hierro frío". Sí, sí, muy lindo, don Antonio, pero no olvide que, bien que mal, su jardín es una cárcel, y que ya va siendo hora de quitar esos barrotes entre los que ha usted congelado a la mujer sub specie aeternitatis.

"Poesía eres tú": ahí va otro lírico. No: poesía somos todos, don Gustavo, lo que pasa es que el hombre secuestró la palabra y solo él decreta quién es y quién no es poesía.

"La estupidez es a menudo el ornamento de la belleza; es ella la que le confiere a los ojos esa triste limpidez de los negros estanques y de los aceitosos mares tropicales" -dictamina Baudelaire-. Perdón, Maestro, pero si hay algo que ha resultado siempre ajeno a mi sensibilidad en Las Flores del Mal -y en otros de sus escritos- es esa extraña concepción de la belleza femenina donde la idiotez y la afasia pareciesen ser funciones de la seducción. Extraña alianza, en verdad. Es casi como si para ser amada -o por lo menos deseada- la mujer tuviese que ser máscara, esfinge, estatua, serpiente... seres desprovistos de voz y de inteligencia. Una parte de la mujer es con ello convertida en ídolo pagano, objeto de ciega veneración; y otra silenciada, negada, celebrada únicamente por su mutismo, mezcla de hierática sacerdotisa y de bestia.

Enigmático y quizás fascinante como concepción poética a lo Moreau o a lo Odilon Redon, pero a mi juicio impracticable como realidad existencial. Nada en el mundo me parece tan des-erotizante como la imbecilidad que se disfraza de silencio. No sueño con una mujer parlanchina y ostentosa en su erudición, pero para seducirme -no solo para llamar vagamente mi atención- la mujer debe estar dotada, por lo menos, de una forma de inteligencia específicamente erótica, un particularísimo talento que solo las más intuitivas y refinadas féminas poseen. Dije "por lo menos"; en realidad aspiro a mucho más que ello.

Sería locura esperar de una esfinge locuacidad, pero sí cabe exigirle que cada una de sus infrecuentes palabras esté preñada de significado, de insinuación, de provocación, de desafío. Nada podría parecerme más aburrido que una esfinge muda. La fantasía de Baudelaire es estrictamente sistémica con "Me gusta cuando callas porque estás como ausente", de Neruda, y "¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando guarde oscuro el enigma, siempre valdrá lo que yo creo que calla más que lo que cualquiera otra me diga", de Bécquer.

"Calladitas más bonitas": los caballeros las prefieren tontas, tal parece. Mudas, afásicas, neutrales: un lienzo virgen sobre el cual el hombre escribirá o dibujará lo que quiera. Pero resulta que las cosas no son así. Ese "lienzo" ya viene lleno de significaciones, de posiciones, de idiosincrasias, de una identidad irreductible, por poco indescifrable, algo así como los imposibles itinerarios pictóricos de Escher. No me asusta. Antes bien, me emociona, me estimula. Las mujeres delimitan mi frontera ontológica, me dicen: "¡hasta aquí llega tu ser!" Es justo la razón por la cual las amo... y les temo.

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NOTA: Jacques Sagot, pianista y escritor. Reconocido por su talento artístico a nivel nacional e internacional.