Nuevas páginas en la historia

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Hace un año, Intel, una de las empresas globales ícono de nuestra época, con operaciones en nuestro país, nos anunció una importante transformación en suelo nacional: luego de 15 años, cesaría la manufactura que le había caracterizado y dedicaría sus operaciones en Costa Rica a nuevos propósitos. La noticia nos hizo pensar en el pasado, presente y futuro de la inversión productiva extranjera, en su rol en la economía y el desarrollo de Costa Rica, en los retos y oportunidades que, para un pequeño pero competitivo país, representa jugar las grandes ligas mundiales del comercio, la inversión y las cadenas globales de valor o producción.

Pero, semanas después, Intel anunció que instalaría en Costa Rica su primer y único “megalaboratorio” de pruebas de los nuevos productos. Este, de la mano además del crecimiento de la operación de servicios compartidos y del centro de ingeniería y diseño, sería la nueva propuesta de valor que Costa Rica ofrecería a las operaciones globales de la firma.

El proceso fue activamente gestionado por la Administración Solís, con el apoyo también de la Administración Chinchilla, mostrando a la empresa y al mundo, el sentido civilista y el orden democrático e institucional en que Costa Rica funciona. La noticia nos llenó de orgullo, pues daba testimonio del buen posicionamiento y de la capacidad de nuestro país –y en especial de nuestra gente– para llevar a cabo operaciones de mayor valor agregado y complejidad.

La decisión inicial del traslado de las actividades de manufactura a Asia (anunciada el 8 de abril de 2014) fue un recordatorio de que no estamos solos en el mundo de la inversión, en la lucha por captar este tipo de empresas y sus valiosas operaciones, de generar empleos de alta calidad, de procurar el encadenamiento de la economía local con la global, en los esfuerzos por consolidarnos como actores prominentes en las cadenas globales de producción o valor que caracterizan la economía globalizada.

No obstante, el desenlace nos reafirmó que estamos inmersos en un contexto global retador, lleno de competidores –algunos muy agresivos y visionarios–, donde la búsqueda de la eficiencia y el liderazgo marcan las estrategias de los grandes conglomerados productivos empresariales y donde grandes países y regiones particulares del mundo, avanzan en bloque y se fortalecen. El hecho también fue un fuerte aviso de que las ventajas competitivas no son estáticas, que tienen una dimensión regional fundamental, así como la urgencia de hacer política pública mucho más precisa y especializada. Ese es el escenario donde nuestro país ha logrado desenvolverse de forma exitosa y meritoria pero, donde es innegable que no se puede bajar la guardia y se requiere trabajo continuo por sacar adelante la ardua tarea de gestionar la inversión.

Vistazo al pasado

Hace 14 años, Intel se convirtió en un propulsor clave de la participación de Costa Rica en ese escenario global. La instalación de Intel en el país ciertamente fue esencial para el inicio de la historia de Costa Rica como sede para operaciones líderes de alta tecnología. Simplemente, nos puso en el mapa como una locación con capacidad para albergar a un líder global de la innovación.

Una década antes, las microcomputadoras habían estimulado la aparición en el país de una sofisticada industria nacional de producción y exportación de software estandarizado, pero no sería sino el llamado “Efecto Intel”, el que permitiría al país dar suficiente confianza a consumidores e inversionistas en el mundo, para que tanto la manufactura como los servicios alrededor de las complejas tecnologías digitales, crecieran y se consolidaran.

La presencia de la empresa en el país significó y continúa significando, múltiples impactos en la economía y en el desarrollo del país: empleo de calidad, transferencia de conocimiento, transferencia tecnológica, aporte a la educación, encadenamientos productivos con la industria nacional, reputación internacional, flujos crecientes de inversión al país, atracción de otras compañías líderes, entre otros.

Intel nos subió la barra de la calidad y los costarricenses estuvimos listos para superarla. La empresa puso a prueba integralmente nuestro sistema educativo y sectores importantes de nuestra infraestructura productiva. Nos hizo ver y fortalecer las capacidades de nuestra educación desde el nivel primario hasta el profesional y universitario, en especial, en aquellas áreas tecnológicas, de administración de negocios e idiomas. El resultado fue satisfactorio y gratamente sorprendente no sólo para Intel sino, para otras empresas que han arribado a Costa Rica.

Hoy podemos afirmar que, ciertamente, Costa Rica no depende de una empresa puntual. Tampoco depende de un sector en específico. La gran diversificación alcanzada de nuestro modelo productivo (gracias precisamente a la llegada y transformación de empresas como Intel), nos ha permitido competir en el mundo, continuar creciendo, generando empleo directo formal para más de 80.000 costarricenses e indirecto para unos 100.000, en las más de 250 compañías multinacionales de alta tecnología.

Hace casi dos décadas, Costa Rica e Intel se convirtieron en socios estratégicos con una operación tecnológica que significó la proyección mundial del talento costarricense. Sin duda, tenemos el gran reto como país de ver al pasado constantemente para recordar sus enseñanzas y aprender del camino andado para mejorar.

Por su parte, el presente nos obliga a estar atentos a nuestro alrededor, a nuestros competidores, a las tendencias mundiales y claro está, a nuestras condiciones internas. Es nuestro deber continuar trabajando por mejorarlas constantemente, pero también, es nuestra obligación ser visionarios y ver en ejemplos de transformación como el de Intel, oportunidades, espacios de bienestar y crecimiento abierto al futuro.