Opinión: ¿Debemos ganar los juegos?

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Los Juegos Deportivos Centroamericanos San José 2013 han sido un éxito. La organización ha sido excelente, se construyó y renovó infraestructura y la delegación costarricenses ha superado las expectativas de la prensa y la dirigencia.

Al momento de escribir este artículo, Costa Rica marchaba en segundo lugar del medallero detrás de Guatemala y por encima de El Salvador. En diversos medios, el presidente del Comité Olímpico Nacional se mostraba satisfecho y optimista pero recordaba, insistentemente, que la delegación nacional recibía menos apoyo presupuestario de parte del Gobierno que sus pares de Guatemala y El Salvador.

Análisis econométricos de los Juegos Olímpicos han confirmado que la capacidad de ganar medallas depende básicamente de la población y de los recursos económicos de las naciones.

Suponiendo que el talento está distribuido uniformemente entre países, una mayor población ofrece una base más amplia de donde escoger atletas. Pero, para formar deportistas, se requiere invertir en habilidades organizacionales, infraestructura y recursos humanos calificados. Países con mayores recursos, tendrían mayor cantidad de individuos, organizaciones y gobiernos dispuestos a realizar esta inversión.

En síntesis, el PIB, medida que combina ingreso per cápita y población, es un buen predictor del desempeño nacional en el cuadro de medallas de una justa olímpica (ver Bernard y Busse, 2002). Aplicando este razonamiento a los Juegos Centroamericanos, Guatemala debería obtener el primer lugar, Costa Rica ocuparía la segunda plaza y así, sucesivamente, hasta llegar a Belice. k Vea tabla “Medallas pronósticas”.

Por debajo

Con base en lo anterior, ¿podríamos esperar que Costa Rica gane las justas regionales? Es difícil. Aunque claramente posee un mayor ingreso per cápita, no es suficiente para compensar la diferencia en población con Guatemala.

Lo que estas cifras sugieren es que Costa Rica debería ser al menos un 15% más rico para igualar el potencial guatemalteco. Lo importante de este juego de números es mostrar que Costa Rica ha estado históricamente por debajo de su potencial en los Juegos Centroamericanos. Nuestras inversiones en habilidades organizacionales, infraestructura y recursos humanos no habían sido las óptimas en calidad y cantidad.

Una nueva generación de dirigentes, evidente sobre todo en el Comité Olímpico Nacional, ha marcado la ruta para el cambio. El Poder Ejecutivo y algunos gobiernos locales, como el de San José, se han puesto al día y han contribuido con recursos abundantes. Asimismo, el éxito de algunos deportistas individuales ha permitido que el sector privado invierta más.

La siguiente pregunta entonces es si el Estado, con recursos escasos, debería aportar más en la promoción del deporte de alto rendimiento, para “ganar los Juegos”. Uno podría suponer que los éxitos deportivos generan orgullo patrio, sentimiento de comunidad, arraigo y otros valores cívicos deseables. Para los de mi generación, ¿quién no recuerda la alegría indescriptible por las medallas de Sylvia y Claudia Poll o por los goles de Cayasso, Róger, Medford y Ronald en Italia 90?

En un análisis de costo-beneficio, el valor asociado a estos sentimientos debería ser mayor a la inversión pública para lograrlos. El problema es que la contabilidad para hacer estos análisis no es necesariamente sencilla y transparente.

Otro camino más promisorio, sería suponer que los éxitos deportivos del alto rendimiento son una herramienta para promover la práctica del deporte a nivel nacional y la salud pública como fin ulterior. Así, la inversión en atletas de alto rendimiento competiría con otras formas para lograr el mismo objetivo, como masificar la educación física a nivel de escuela primaria, la construcción de ciclovías o la inversión en infraestructura deportiva a nivel comunitario.

Como cualquier otra política, la intervención estatal en el deporte debe responder a los criterios de necesidad, equidad, eficiencia y transparencia. Debe ajustarse a la realidad económica del país y favorecer la consecución de un objetivo superior.