Opinión: Grandes éxitos de países pequeños

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Zúrich. La votación de Escocia sobre la independencia respecto del Reino Unido ha alentado un debate generalizado sobre la secesión de Estados pequeños, como, por ejemplo, Eslovenia y Croacia en 1991, o la campaña actual en pro de la independencia respecto de España en la región autónoma de Cataluña, pero ni la actitud de centrar la atención estrictamente en las consecuencias políticas y económicas para Escocia y el Reino Unido, ni –para el caso, es igual– el decisivo resultado del referéndum a favor de la unión, deben eclipsar las enseñanzas más amplias que se desprenden de una de las tendencias geopolíticas más desatendidas de nuestra época: el ascenso de países pequeños.

El 75%, aproximadamente, de los países pequeños actuales se formó en los últimos 70 años, en la mayoría de los casos como consecuencia de transiciones democráticas más amplias y en combinación con el aumento del comercio y la mundialización. Sus éxitos y fracasos son más pertinentes para el debate actual que las consecuencias fiscales –pongamos por caso– de la independencia escocesa.

Las enseñanzas que se desprenden de esos casos no son solo útiles para países nuevos y potencialmente nuevos. A países pequeños y relativamente jóvenes de África, del Caribe y de Oriente Medio puede resultarles beneficioso también examinar los secretos del éxito de Singapur, las causas y los efectos de la burbuja inmobiliaria de Irlanda y la decisión de Dinamarca de crear sólidas capacidades contraterroristas, pese a su relativa seguridad. De hecho, semejantes consideraciones pueden ayudarlos a trazar una vía a la prosperidad económica y la cohesión social.

Naturalmente, al aprender unos de otros, los países deben procurar siempre evitar “el absurdo de la imitación”. Los países nórdicos, por ejemplo, se han beneficiado en gran medida de sus características sociales, jurídicas y políticas, profundamente arraigadas, que no son fáciles de trasladar a sus homólogos de los países en desarrollo.

Además, los países pequeños y jóvenes deben reconocer que la construcción de las instituciones y las economías a las que aspiran requerirá tiempo. En realidad, la edad puede muy bien ser el factor más importante de la actuación de los países pequeños, pues el PIB por habitante de los países pequeños que se crearon antes de 1945 es cuatro veces mayor que el de sus homólogos más recientes.

Los países pequeños más estabilizados encabezan también las clasificaciones en las mediciones de otra índole. Por ejemplo, ocupan casi la mitad de las veinte primeras posiciones en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.

En general, los países pequeños más antiguos superan a los grandes y medianos en cuanto a resultados económicos y sociales, en apertura al comercio internacional y entusiasmo por la mundialización, rasgos que los países más jóvenes deben esforzarse por fomentar. Pero el crecimiento económico de los países pequeños es con frecuencia más inestable, tendencia que los Estados más jóvenes deben aprender a frenar, para poder prosperar a largo plazo.

Otras variables

La cuestión del Estado “grande” o “pequeño” es menos importante, pese a la impresión que dan los debates acalorados al respecto en países grandes como los Estados Unidos. El gasto total del Estado guarda poca correlación con su tamaño. Un substituto mejor serían los salarios del sector público, el único en el que los países grandes parecen beneficiarse de las economías de escala. Los países pequeños gastan más, como porcentaje del PIB, en educación y atención de salud, otro hábito que los países pequeños harían bien en mantener.

De hecho, existe una fuerte correlación positiva entre el ritmo de crecimiento económico y las “infraestructuras intangibles”: la combinación de educación, atención de salud, tecnología y Estado de derecho que fomenta el desarrollo del capital humano y permite a las empresas crecer eficientemente. Siete de los diez países que ocupan los primeros puestos en materia de estructuras intangibles son pequeños.

Si a ello se suman mediciones como las de la calidad de las instituciones, la idoneidad para prosperar en un mundo caracterizado por la mundialización, la estabilidad de la producción económica y el nivel de desarrollo humano, podemos confeccionar un índice de solidez de los países en el que 13 de los 20 que obtienen los mejores resultados son pequeños, y los más logrados son Suiza, Singapur, Dinamarca, Irlanda y Noruega. Un conglomerado de países mayores está encabezado por Australia, los Países Bajos y el Reino Unido. Otros países pequeños “sólidos” son Finlandia, Austria, Suecia y Nueva Zelanda.

Desde luego, hay un claro predominio a este respecto de “países europeos viejos”. Países pequeños y en desarrollo como Croacia, Omán, Kuwait y Uruguay podrían considerar imprácticas las exhortaciones a emular a países como Suiza y Noruega.

No obstante, a partir de sus experiencias se puede extraer un útil conjunto de prioridades.

Concretamente, los países pequeños y en desarrollo deben centrarse en la creación de instituciones, como, por ejemplo, bancos centrales y ministerios de Hacienda, que procuren explícitamente reducir al mínimo la inestabilidad macroeconómica relacionada con la mundialización. También deben promover el Estado de derecho, crear sistemas sólidos y eficientes de instrucción pública y de atención de salud y alentar a la industria nacional a que haga hincapié en el rendimiento –en lugar del costo– del capital, como criterio de medición orientador.

Además de la emulación, los países pequeños pueden ayudarse mutuamente mediante alianzas directas. Sorprendentemente, existen muy pocas alianzas de esa clase, pues muchos países pequeños –y en particular los que están en vías de desarrollo– cultivan vínculos estrechos con países “hermanos mayores” o entran en estructuras federales regionales. Naturalmente, el riesgo consiste en que sus voces queden ahogadas por las entidades mayores y se obstaculice su capacidad para hacer lo más conveniente para sus ciudadanos.

En un ambiente geopolítico y económico en rápida transformación y caracterizado por problemas como aumentos de los tipos de interés espoleados por niveles elevados de deuda, reducciones competitivas del impuesto de sociedades, cambios de tendencias en la inmigración y una posible desaceleración del ritmo de la mundialización, los países pequeños deben poder determinar y evaluar los riesgos y ajustar sus estrategias al respecto. De hecho, incluso sin una independencia plena, eso es precisamente lo que Escocia, a la que se ha prometido incluso una autonomía dentro del Reino Unido mayor que la actual, tendrá que hacer para poder triunfar.