Opinión: La sabiduría de evitar las crisis

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Ankara. Independientemente de las distintas formas en que los gobiernos diseñan políticas, su responsabilidad común es garantizar la estabilidad financiera. Para ello, es necesaria una coordinación política real y efectiva y un marco general de gobernanza macroprudencial a nivel nacional e internacional.

La verdad es que el costo de evitar crisis financieras es mucho más bajo que los costos que conllevan cuando estallan. Después de todo, las crisis financieras están directamente relacionadas con descensos significativos de la producción y alzas en el desempleo; y no menos importante es que a menudo dañan gravemente la cohesión social.

A cinco años del estallido de la crisis financiera, siguen vigentes sus consecuencias, así como la recesión provocada por el colapso del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers. En muchas economías avanzadas, el producto interno bruto (PIB) real continúa más bajo que su nivel previo a la crisis. Las tasas de desempleo y los déficits presupuestarios son más elevados y, la proporción de la deuda pública respecto al PIB se encuentra en niveles récord.

Las políticas macroprudenciales no sustituyen a las políticas macroeconómicas sólidas, sin embargo, son esenciales para evitar amplias burbujas de activos y distorsiones en los mercados financieros y, por ende, para reducir el riesgo de fuertes sacudidas en los mercados y en la economía real.

Por ejemplo, la crisis financiera de Turquía en 2001 se derivó principalmente de la falta de un marco regulatorio y de supervisión eficaz del sector bancario. La crisis condujo a un salto de 30 puntos porcentuales en el coeficiente de deuda pública. El PIB real se contrajo 5,7% y el desempleo aumentó 4,9 puntos porcentuales.

Desde entonces, Turquía se ha concentrado en la estabilidad financiera y las reformas estructurales, que han fortalecido el desempeño económico y fortalecido la resistencia a las sacudidas. En efecto, el país no tuvo que gastar un centavo del dinero de los contribuyentes en la recapitalización de la banca o la recuperación durante la crisis financiera global. Sin embargo, el costo de rescates bancarios durante la crisis turca autoinfligida hace 12 años alcanzó cerca del 25% del PIB.

Gracias a los sólidos fundamentos de Turquía y el marco macroprudencial de 2008, la crisis financiera global no ha tenido un impacto duradero en la economía de este país. La recuperación fue rápida y sólida, en la que el crecimiento del PIB promedió aproximadamente 9% en 2010 y 2011. La tasa de desempleo actual es la más baja que ha tenido la nación en la última década, y el coeficiente de deuda pública es significativamente inferior a los niveles previos a la crisis.

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La experiencia de Turquía sugiere que el marco macroprudencial debería tomar en cuenta los vínculos nacionales e internacionales financieros. Sobre todo, el entorno internacional debería absorber los riesgos y efectos colaterales que se originan de instituciones financieras de importancia sistémica. El desarrollo y la aplicación del marco regulador para bancos, Basilea III es esencial para introducir instrumentos anticíclicos para proteger el capital de sacudidas y fortalecer la capacidad de absorción de pérdidas de estas instituciones.

En cuanto a medidas nacionales, la arquitectura institucional de un país es un elemento central para garantizar la estabilidad financiera, así como una cooperación y coordinación política efectivas. Turquía ha creado un comité de estabilidad financiera para supervisar la aplicación eficaz y oportuna de políticas que afectan directamente al sector financiero, y una Junta de Coordinación Económica para vigilar y evaluar asuntos relacionados con la estabilidad económica en general. Ambos organismos han servido para fortalecer el diseño operativo y la aplicación de políticas macroprudenciales.

Por ejemplo, se ha revisado el régimen de metas de inflación que puso en aplicación el Banco Central de Turquía, con el fin de incluir estabilidad financiera. También, desde fines de 2010 opera un nuevo marco de política monetaria, que ahora se beneficia de una serie de amplios instrumentos, como la política de tasas de interés, la banda de tasas de interés, los coeficientes de reserva obligatorios y el mecanismo opcional de reserva.

La agencia de regulación y supervisión bancaria de Turquía, así como otras autoridades, también han adoptado medidas macroprudenciales. Por ejemplo, en 2011, dicha agencia reguló los créditos sobre el valor de los activos de las hipotecas con el fin de limitar la rápida expansión del crédito derivada del aumento de los créditos al consumo. Antes, en 2009, la misma agencia adoptó otra importante decisión que impedía a los hogares obtener créditos en divisa extranjera, liberándolos así de los efectos de la volatilidad del tipo de cambio.

En lo que se refiere al sector bancario, desde 2004 se han aplicado pruebas de estrés y desde 2006 se ha mantenido la meta de coeficiente de garantía del 12%. Incluso, durante la crisis, los coeficientes de garantía de los bancos fueron superiores a la prescripción del 8% de Basilea II y su distribución de utilidades ha estado estrechamente supervisada por la agencia de regulación y supervisión bancaria turca desde 2008. Como resultado, se han creado amplios fondos de reserva en las hojas de balance de los bancos y las utilidades siguen siendo altas.

Turquía también ha modificado sus leyes fiscales para sancionar el endeudamiento externo excesivo de las empresas no financieras y para introducir incentivos significativos destinados a alentar el ahorro doméstico a largo plazo.

No obstante, a pesar de estas medidas, la situación sigue siendo preocupante.

Al estallar la crisis global, las economías avanzadas más importantes aplicaron políticas monetarias poco convencionales que fomentaron flujos masivos de capital a las economías de mercado emergentes, lo que disminuyó los costos de los préstamos y aumentó el acceso al crédito. Si bien las hojas de balance del sector público de los países de mercados emergentes son más sólidas que nunca –niveles bajos de déficit y deuda acompañados de amplias reservas de divisas–, el apalancamiento doméstico y corporativo ha crecido. Esto ha aumentado la vulnerabilidad de muchos mercados emergentes a una inversión brusca de los flujos de capital.

Este es particularmente el caso de países emergentes que, como Turquía, tienen importantes déficits de cuenta corriente. Ante el déficit externo del 6% del PIB, las autoridades turcas han adoptado un marco macroprudencial que combina políticas orientadas a reducir la volatilidad del tipo de cambio a muy corto plazo con medidas para aumentar el ahorro interno y promover la competitividad internacional del sector inmobiliario a largo plazo.

Es un modelo que otras economías emergentes también deberían considerar.