Opinión: Microempresas y seguros

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Como se ha indicado en otra ocasión, los pobres hacen uso de herramientas financieras en forma más intensa que quienes no lo son. Una de las principales manifestaciones de su pobreza es la falta de regularidad en sus ingresos. Y eso es lo que los obliga a hacerlo, porque cuando obtienen algún ingreso, tienen que “rendirlo” hasta la próxima ocasión. Mientras hay recursos, deben alcanzar para los gastos diarios, para acumular algo y para prevenir emergencias futuras.

Desde esa perspectiva, los pobres también requieren algún mecanismo que les permita administrar situaciones que pongan en riesgo su situación, desde la enfermedad de un chiquillo, la inundación de la casa, el daño de la máquina de coser, hasta el fallecimiento de un familiar cercano o, incluso, del jefe de hogar.

Son eventos cuya ocurrencia puede no ser probable, pero sus efectos muy severos, de darse. Usualmente, para estos eventos, existen los seguros.

Los pobres también podrían hacer uso del mecanismo del seguro. De hecho lo hacen con frecuencia, pero por medio de mecanismos informales. En algunos países, se organizan de manera espontánea, aportan pequeñas sumas que luego servirán para apoyar al miembro en desgracia. Por lo tanto, el seguro es tanto o más importante incluso que para los que no son pobres.

Siendo así, y tratándose de amplios sectores de población, la pregunta obligada es por qué los pobres no son clientes masivos de los seguros formales. Podemos sugerir al menos tres razones: a) Están diseñados por montos que exceden la realidad de los pobres. b) Están redactados en un lenguaje y con condiciones complejas para su realidad y c) Implican costos de transacción que exceden sus beneficios.

Baratos y sencillos

Los seguros para los pobres no pueden ser por montos altos, porque los riegos (los daños probables) son por montos pequeños. Estos montos, sin embargo, son inmensos para el asegurado (en relación con su patrimonio), pues se trata de la máquina de coser, la impresora o el congelador del negocio que les da de comer. Por tanto, el monto nominal del seguro debe verse en función de esa riqueza.

Los pobres no pueden perder el tiempo en contratos de varias páginas, que explican situaciones que no pueden entender. Son de una complejidad que ahuyenta incluso a quienes no son pobres. Además, a menudo requieren el desplazamiento del cliente para adquirirlo, luego para presentar el reclamo, si es el caso, y quizás una tercera vez para retirar la indemnización. Todo eso supone tiempo fuera de su “negocio”.

En resumen, claro que los pobres ocupan seguros, pero estos debieran ser simples, de bajo costo, acorde con sus patrimonios, y muy fáciles de distribuir y recolectar. Ahí tenemos uno de los retos más importantes para reducir la pobreza.