Opinión: Política monetaria y cambiaria

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Para los países emergentes de América Latina, el esquema de metas explícitas de inflación ha terminado por convertirse en referencia obligada para asegurar la continuidad del proceso de control inflacionario en contextos de flexibilidad cambiaria y movilidad de capitales. Esto porque el crecimiento de los precios internos depende, por un lado, de la postura de la política monetaria y, por otro, de las expectativas de inflación de los agentes económicos.

En economías abiertas, las fluctuaciones del tipo de cambio afectan el comportamiento de la inflación doméstica, y la magnitud de este efecto es importante para el planteamiento de la política monetaria, al determinar si el Banco Central debe dedicar esfuerzos a controlar las presiones de la depreciación nominal que podrían poner el riesgo la estabilidad de precios.

En la práctica, solo pocos países conducen su política monetaria basada en la libre flotación.

El miedo a flotar continúa siendo un fenómeno observable en economías donde el coeficiente de traspaso es significativo, pues el rezago del tipo de cambio real opera en la práctica como un segundo canal de transmisión de la política monetaria. Es decir, en la mayoría de las economías emergentes en donde oficialmente el tipo de cambio es flexible, la política monetaria se instrumenta con la finalidad de reducir la volatilidad del tipo de cambio y, por tanto, la metas de inflación guardaría más bien estrechas similitudes con un régimen de tipo de cambio fijo.

La intervención del Banco Central (BCCR) en el mercado cambiario provoca un incremento de la liquidez y presenta un dilema: si no se esteriliza, provocará inflación a corto plazo; si lo hace, se incrementarán las pérdidas del BCCR y producirá inflación a mediano plazo. Sin embargo, si las intervenciones son muy frecuentes e importantes, se corre el riesgo de que el tipo de cambio se transforme en un ancla nominal.

Durante la época de las minidevaluaciones, el efecto traspaso de la devaluación a los precios internos era considerable (0,52% en 2001). Con el paso del tiempo, el Banco Central ha logrado establecer un régimen creíble de baja inflación, que sea estable, por lo que el efecto traspaso ha tendido a desacelerarse; se estima que por cada punto porcentual de devaluación, la inflación subiría apenas 0,040% a corto plazo. Sin embargo, si consideramos la fuerte devaluación en los primeros meses de este año (10%), el efecto ha causado presiones significativas sobre los precios internos.

Empero, ¿el riesgo cambiario lo lleva toda la sociedad o solo el Banco Central?

Hay pérdidas cambiarias hacia los exportadores e importadores, o las empresas tienen ganancias o pérdidas por sus pasivos valorados en dólares una vez que se materializa el pago. También el efecto sobre las deudas y el riesgo es aún mayor si se tiene ingresos en moneda local, con lo cual presiona la demanda de divisas.

De manera general, de lo que se trata, es de cuidar bien el equilibrio entre ingresos y egresos en moneda extranjera, entre activos y deudas en moneda extranjera, para estar lo menos “descalzados” posible.

Una forma de hacerlo sería impulsando el mercado de contratos de derivados, que proporcionaría aún más estabilidad y probablemente establecería con más claridad la tendencia que lleve el precio del dólar.