Opinión: ¿Quiénes tendrán déficits?

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Singapur. Últimamente, todo el mundo parece querer tener superávits por cuenta corriente. China lleva mucho tiempo teniendo grandes superávits. La zona del euro los tiene ahora aún mayores, pues las oscilaciones en la Europa meridional están aumentando los superávits ya de antiguo de Alemania. De hecho, hay países –desde Singapur hasta Rusia– que están teniendo grandes superávits.

Entretanto, el décifit exterior de los Estados Unidos, que durante decenios ha contribuido a mantener los superávits en otros países, es ahora menor que antes de 2008, por lo que muchos economistas sostienen que nunca volverá a sus niveles anteriores (afirman que, en cualquier caso, el auge del gas de esquisto lo hace improbable). También los mercados financieros han revelado con claridad que la capacidad de otros países con grandes déficits (como el Brasil y la India), para absorber las corrientes de capitales, está llegando a su límite. Como el mundo es un sistema cerrado, se plantea esta pregunta: ¿quiénes tendrán los déficits del mundo?

Los economistas ortodoxos creen que la economía mundial debe funcionar como un dispositivo mecánico equilibrado en el que los superávits y los déficits exteriores vayan haciéndose más uniformes con el tiempo, pero casi todos los periodos de expansión económica mundial se han caracterizado por desequilibrios simbióticos.

Una parte del mundo tiene grandes déficits durante un largo periodo, lo que crea demanda; otra parte del mundo tiene superávits, que financian los déficits de sus homólogos deficitarios. Así fue en el caso del comercio romano-indio en los siglos primero y segundo y en la era de la exploración europea del siglo XVI. También lo fue en el caso de los dos acuerdos de Bretton Woods, con los que los EE. UU. tuvieron los déficits necesarios.

Cierto es que los sistemas desequilibrados provocan distorsiones. Los romanos tuvieron que depreciar sus monedas reduciendo su contenido metálico, en vista de su continua pérdida de oro para pagar a la India. El imperio español inundó el mundo con monedas de plata, pues con ellas pagaba sus numerosas guerras. Bretton Woods I se hundió en 1971, cuando la paridad del dólar con el oro resultó insostenible, y Bretton Woods II se acabó en 2008 por la asignación errónea de capital, pero esas distorsiones no impidieron que los desequilibrios se mantuvieran durante periodos largos.

El único periodo importante de expansión económica “equilibrada” se produjo a comienzos del siglo XIX. La Compañía Británica de la India Oriental impuso deliberadamente un acuerdo comercial triangular por el que Gran Bretaña vendía productos manufacturados a la India para comprar opio, que después vendía en China para financiar la compra de té y otros productos. Dicho de otro modo, un crecimiento económico mundial equilibrado requería guerra, colonización y tráfico de drogas en gran escala.

Entre jóvenes y viejos

Así, pues, ¿qué desequilibrio simbiótico sustentará la próxima ronda de crecimiento económico mundial? Como la cuenta corriente es la diferencia entre las tasas de ahorro y de inversión de un país, en las que influye poderosamente la demografía, debemos tener en cuenta los cambios rápidos de la dinámica demográfica.

Actualmente, China ahorra e invierte la mitad de su PIB, pero es probable que, a medida que su fuerza laboral mengüe en los próximos años, su tasa de inversión experimente una reducción importante. Sin embargo, el envejecimiento impedirá que la tasa de ahorro se reduzca al mismo ritmo. Esa diferencia provocará grandes superávits exteriores que transformarán a China de la “fábrica del mundo” en la “inversora del mundo”.

Sería algo conveniente si las demografías mundiales estuvieran distribuidas de tal modo que los países que envejecen pudieran acumular superávits precisamente cuando los países más jóvenes necesiten el capital. En realidad, muchas economías importantes procurarán ahorrar al mismo tiempo para la jubilación. Además, los países más jóvenes suelen ser los que tienen mercados en ascenso y carecen de la escala y la capacidad para absorber eficientemente los ahorros excedentes del mundo.

Los Estados Unidos son la excepción principal: tienen tanto la escala necesaria como la población más joven de todos los países desarrollados importantes. En vista de ello, corresponderá una vez más a los EE. UU. acumular el mayor déficit exterior, en lo que podríamos llamar Breton Woods III.

Puede parecer atroz esperar que un país tan endeudado siga acumulando déficits, pero el mundo está dispuesto a financiar a los EE. UU. con tasas de interés reales negativas. De hecho, ¡el principal motivo de preocupación internacional ha sido la renuencia de las autoridades de los EE. UU. a aumentar el límite de deuda del Gobierno!

Si los EE. UU. no pudieran o no quisiesen acumular los déficits necesarios, la economía mundial experimentaría una saturación de ahorro con escasa demanda y capital barato hasta que surgiera otra solución substitutiva. O tal vez el bajo costo del capital internacional incite a los EE. UU. a absorber parte del exceso de ahorro del mundo, lo que desencadenaría un nuevo periodo de expansión mundial.

Si bien un acuerdo de Bretton Woods III engendraría inevitablemente sus propias distorsiones, podría durar muchos años, si se invirtiera el capital juiciosamente. La perspectiva de su desaparición con el tiempo no es una razón válida para esperar que se materialice algún ideal teórico de equilibrio mundial. Si la Historia sirve mínimamente de indicación, tendremos que esperar durante mucho tiempo.