Opinión: Víctimas de una reputación

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Reiteradamente, escuchamos de diversos sectores sociales el clamor por proteger la competitividad. No me cabe duda de que la mayoría de estos sectores está consciente de lo implica hablar de competitividad, pero cuando lo escucho como parte de los discursos legislativos con que nos “deleitan” algunos diputados me surgen importantes dudas. A veces me pregunto: ¿sabrán de lo que están hablando?

Sobre el tema, Michael Porter, profesor de la Universidad de Harvard y director del Instituto de Estrategia y Competitividad de HBS, concluyó hace un tiempo que “la verdadera competitividad se mide por la productividad; aquella productividad que permite a un país soportar salarios altos, una divisa fuerte y una rentabilidad atractiva del capital. Consecuentemente, un alto nivel de vida”.

Tenemos que tener presente que el concepto de la competitividad abarca prácticamente todo, ya que para alcanzar mejores estándares, nos debemos ocupar de la educación, la infraestructura vial, portuaria, aeroportuaria; importan los mercados financieros, la sofisticación de los profesionales así como la de los clientes; también los servicios estatales y la eficiencia de los trámites gubernamentales, entre otros.

La competitividad es un elemento que exige mejora continua; es un proyecto a largo plazo, en el que deben matricularse todos los sectores para que el producto sea el más efectivo posible. La mejora de la competitividad debe convertirse en parte de nuestra idiosincrasia, no es tarea exclusiva de un solo sector, es responsabilidad de todos. Debe convertirse en un elemento que distinga al costarricense, nuestras acciones, nuestras instituciones y nuestra cultura.

En esa reflexión encontramos un elemento que nos afecta a los costarricenses, a saber: el ciclo electoral.

Paradoja

Resulta paradógico que un país como el nuestro, reconocido mundialmente por el arraigo democrático, tenga que reconocer que el ciclo electoral es un elemento que afecta nuestro crecimiento y desarrollo; tiene paralizado casi todo desde décadas, impidiéndonos avanzar a la velocidad que merecemos.

Ese ciclo electoral impide que florezca la creatividad gubernamental, impide que trabajemos los diferentes sectores en desarrollar al país nutriéndonos de esa corriente nacionalista de antaño que nos diferenciaba.

Así es como nos hemos convertido en víctimas de nuestra propia reputación democrática, viendo como nuestros gobernantes no pueden tratar temas estructurales de una manera eficiente (por ejemplo, el combate de la pobreza, el hacinamiento carcelario, el desarrollo de infraestructura, la evolución del sistema educativo o el de salud pública, etcétera).

El ciclo electoral es como un veneno que impide pensar por el país a la mayoría de nuestros políticos; el electoralismo es la adrenalina que les permite “disfrutar” de lo que hacen, ergo, nadie piensa a largo plazo.

El escenario descrito es triste. Debemos inventar un sistema que trascienda esos ciclos electorales, que facilite que los proyectos de largo plazo puedan ser ejecutados por gente competente y sin la amenaza de que serán abortados cuando cambie el Gobierno.

Descubrir cómo romper los ciclos electorales nos puede permitir encontrar la fórmula para mejorar continuamente y medir nuestra evolución de la competitividad; nos ayudará a identificar el camino para el continuo desarrollo económico y la creación de un clima de negocios adecuado que genere prosperidad en la nación y contribuya con la generación de oportunidades para todos.

Tenemos un gran desafío por delante: definir las causas de estancamiento y prioridades de desarrollo, pero saliéndonos del “modo electoral” y pensando en cómo idear los mecanismos para que el avance más rápido, de forma sostenida (sin altibajos y afectado por ciclos electorales/de gobierno), y logrando los cambios estructurales requeridos.