Penurias en la eurozona

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Cuando unos países de la Unión Europea se dieron cuenta de que el tamaño de sus economías era, de agregarlas, potencialmente similar a la de Estados Unidos, consideraron la posibilidad de crear algo así como los “Estados Unidos de Europa”, pero sin que sus miembros tuvieran que ceder soberanía política.

Solo se comprometieron a mantener inflación baja, déficit fiscal que no superara el 3% del respectivo producto interno bruto (PIB) y un endeudamiento público máximo del 60% del PIB. Con esas promesas, así comenzó la historia en 1999, año en que 11 países conformaron la eurozona (hoy son 19) y adoptaron el euro como moneda común.

El éxito de la unión dependía de que sus miembros cumplieran los compromisos asumidos, que no estuvieran expuestos a choques asimétricos (que afectan a los países de modo diferente) y que hubiera perfecta movilidad de factores financieros, capital y trabajo. En sus orígenes, a todos los miembros de la eurozona se les vio como socios de un exclusivo “club” y los inversionistas y bancos privados no distinguieron –como hacen hoy– entre ellos al prestarles recursos.

No obstante, el tiempo mostró que la movilidad de factores no era plena, pues de serlo, el desempleo no sería (como se observa en la actualidad) alrededor del 25% en España y Grecia, y solo un 6% en Alemania y menos aún en Austria. La barrera del idioma explica en mucho este fenómeno.

No todos los países cumplieron el pacto macro (de inflación, déficit y endeudamiento público bajos), pues unos resultaron más gastones (y más endeudados) que otros. También el saldo de su comercio con el resto del mundo es altamente superavitario para algunos (Holanda y Alemania) y deficitario para otros.

Al no existir centralización política, como en los Estados Unidos, no median subsidios de unos países a otros. A esto se suma el hecho de que la moneda común, el euro, les quitó un grado de libertad macroeconómica, la devaluación, que pudo haber ayudado a enderezar la pérdida de competitividad que diferentes políticas salariales y estructurales procuraron a algunos de los miembros.

Opciones dolorozas

Hoy el esquema de la eurozona enfrenta todo un manojo de penurias. Con respiración artificial, los otros socios del club mantienen vivita y coleando a Grecia, que difícilmente puede pagar las deudas que asumió; otros hacen lo propio para no caer en su condición. Entre las acciones de política correctiva están: (a) los países sólidos de la eurozona salen en auxilio, quizá perdonándoles deudas y subsidiándoles la tasa de interés, de los que se debilitaron; (b) quienes enfrentan problemas hacen ajustes fuertes para eliminar las causas de sus males –por ejemplo, la inflexibilidad laboral, el exceso de regulación y papeleo, la pobre infraestructura física–, lo cual tendrán que hacer con dolor; y (c) los países que no fueron capaces de cumplir los estándares del club abandonan la eurozona.

La opción (a) es la escogida por los deudores, pero no por los acreedores. La opción (b) es la favorita de los acreedores, pero no de los deudores, quienes, con cierta razón, sostienen que como la austeridad en el corto plazo es recesiva, los indicadores de déficit fiscal y endeudamiento público tienden a deteriorarse si sus economías, por culpa de ella, se estancan.

Una opción intermedia consiste en suavizar las condiciones de la deuda de los miembros altamente endeudados, y hasta perdonar parte de ella, pero condicionado a que realicen las reformas estructurales del caso. El perdón debe sería ex post , es decir, una vez que hayan adoptado las medidas correctivas, no ex ante , porque podrían no adoptarlas y continuar la dolce vita .

En ausencia de acuerdo entre deudores y acreedores, la opción (c) es la mejor. Un país que deja la eurozona tendrá que adoptar su propia moneda, la cual nacerá devaluada respecto al euro, no en una relación 1:1. Eso (entre otros) se traducirá en mayor inflación inicial, pues todo lo importado le será más caro, por lo que será menester adoptar una red de seguridad social mínima, pero aumentará su competitividad internacional, las exportaciones, el turismo receptivo y ello contribuirá, poco a poco, a disminuir el desempleo, que es su mayor mal.

En este caso el país podría repudiar su deuda, con lo que a futuro difícilmente recibirá más financiamiento externo; o solicitar, con humildad, no con matonismo populista, su restructuración para hacerla llevadera.

Dicen los entendidos que para que la confesión católica valga debe tener un examen de conciencia, dolor de los pecados y propósito de enmienda. Algo como eso es lo que se esperaría de países como Grecia.