¿Podrá un presidente gobernar la burocracia?

Cuando Nixon asumió su mandato en 1969 en Estados Unidos reconoció que había un serio problema: la burocracia de la seguridad nacional hacía aguas.

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El periodo de Nixon en la Casa Blanca siempre me ha parecido de los más alucinantes en la política de los Estados Unidos. Un tipo no muy brillante, muy lejos del establishment y ante todo, un acomplejado.

Releía este fin de año “Kissinger. A biography”, de W. Isaacson, y de pronto encontré respuesta a lo que está ocurriendo en CR. Cuando Nixon asumió su mandato en 1969, reconoció que había un serio problema: la burocracia de la seguridad nacional hacía aguas. En Vietnam había fallado de manera estrepitosa, al subestimar la revolución nacionalista, a la vez que equivocaron la concepción de los intereses de la Nación.

Pese a un evento de importancia geopolítica máxima, como la ruptura entre China y Rusia, y la carrera soviética por armas nucleares, la burocracia no fue capaz de elaborar una estrategia coherente sobre control de armas. Y a pesar de la Guerra de los Seis Días, no hubo un examen profundo de la política estadounidense en el Medio Oriente.

Esa incapacidad de ver lo que estaba ocurriendo en el mundo, nos recuerda Isaacson, se explica por una burocracia que promovía más la cautela que la creatividad, y “no había ninguna recompensa por retar el pensamiento prevaleciente. Un pensamiento claro, aun simple, se consideraba peligroso”. Todo eso conducía a que cualquier ajuste de política requería pasar por infinidad de organizaciones y cientos de escritorios.

Más allá de la tosca manera con que Nixon enfrentó el desafío, intuyo que esa es exactamente la misma razón por la cual, por ejemplo, es imposible realizar un cambio radical en política educativa en nuestro país. Las transformaciones del mundo son impresionantes, casi diarias, transmitidas en tiempo real, analizables, hasta copiables. ¡Pero nada cambia!

Los candidatos hablan de cerrar o fusionar instituciones, se llenan de gloria criticando lo que se hizo mal, señalan, acusan. Pero la pregunta esencial es: qué harán para cambiar la miope burocracia educativa. Si no le entran a eso, me queda un amargo sabor a engaño en el paladar sobre sus propuestas.