¿Por qué quieren acabar con los productores nacionales?

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Como agricultor, pero sobre todo como costarricense, no puedo quedarme callado y no reaccionar frente a lo que dice Jossué Daniel Peña en su artículo “El proteccionismo agrícola sí nos golpea” y que se publicó en EF, en la edición 1075, del 7 de mayo anterior.

LEA: El proteccionismo agrícola sí nos golpea.

Peña vapulea a los arroceros, a los cañeros, a los frijoleros, a los cebolleros, a los paperos, a los productores de leche y de pollo nacionales. Nos apunta con su dedo inquisidor porque aduce que las medidas proteccionistas del Estado para con nuestro sector, perjudican al consumidor final.

Se plantea así la existencia de dos Costa Rica: una, la de los agricultores, que no alcanzan a tirar al piso el precio de sus productos como sí lo logran países como China, y la otra, la de los consumidores. Según esta tesis, la única relación entre ambas es el intercambio de mercancías. Falso.

Esta es la tesis, no de los liberales, sino de los enemigos de la producción nacional, y todos ya sabemos quiénes son porque, al unísono, van saliendo de sus madrigueras para atacar a los productores.

Desde hace tiempo, hemos venido sintiendo como se levantan voces, bajo el argumento de la defensa del consumidor, con dos claros propósitos: por un lado, están quienes defienden el negocio que están haciendo, o que ven venir importando productos de primera necesidad; y por otro, los que quieren llevar agua a sus molinos políticos y ostentar poder. Ambos grupos coinciden en su interés de ver desaparecer la producción nacional en manos de grandes trasnacionales.

Ellos ensucian la bandera del consumidor, al utilizarla de mampara para defender a quienes hacen negocio importando, o defender su propia subsistencia.

La propuesta que hacen resulta, en apariencia, muy atractiva: si tenemos productores que tienen que vender sus frijoles muy por encima del precio de lo que en una temporada se consigue en cualquier otra nación, sin importar cuáles sean sus condiciones de producción o su calidad, pues comprémoslos y olvidémonos de los frijoleros nacionales. ¡Qué sencillo! ¿Verdad?

La misma historia se debe repetir con el arroz, con el azúcar, con el pollo, la leche y todo lo que lleve el sello hecho en Costa Rica.

Es esa, en su criterio, la manera más efectiva de que los consumidores paguen menos por los productos y así se reduce la pobreza, aumenta el poder adquisitivo y se libera la distribución de la riqueza.

No es tan simple

Pero miremos un poquito por debajo de esa simplista propuesta.

En primer lugar, los casi 500.000 costarricenses que vivimos de la agricultura también somos consumidores porque no vivimos en países separados por una muralla.

Si desaparece la producción nacional, pregunto: ¿qué va a pasar con todos los que dependemos directa o indirectamente de la agricultura? Desaparecer la producción nacional, es condenar a la ruina y a la pobreza a miles y miles de costarricenses. ¿Acaso les importará a los detractores que en lugar de alimentos se siembre miseria?

¿Qué creen que puede hacer un agricultor, como yo, acostumbrado a sembrar la tierra, que conoce de semillas, de abonos, que sabe el tiempo que necesita el fruto para ser cortado, pero sabe muy poco inglés, de Internet y menos de redes sociales?

¿A cuál sector pensarán que se pueden integrar a estos casi 500.000 costarricenses? ¿Dónde habrá trabajo para ellos? ¿En los call center , en las empresas de tecnología? ¿Cuántas empresas están instaladas en la zona rural?

Este medio millón de ticos tendremos que migrar a las urbes para hacer trabajos mal pagados, si topamos con suerte. Este medio millón pasaremos a engrosar las estadísticas de miseria y pobreza con toda la problemática social que conlleva. Y algunos, desesperados por necesidad, subirán los índices de delincuencia y prostitución nacionales. ¿A los liberales enemigos de la producción nacional les importará esto? Claro que no.

Tendremos un país con un índice de pobreza muy por encima de lo que hoy conocemos, y con una mayor delincuencia también. Habrá menos personas capaces de pagar el arroz y los frijoles, por más barato que los grandes importadores lo consigan en una bodega asiática. Y, por supuesto, que una vez que desaparezca la producción nacional, esos importadores enemigos pondrían los precios a su antojo.

Es más, ¿cuál beneficio ha recibido el consumidor de los cacareados tratados de libre comercio? ¿Han bajado los precios a los que venden esos importadores? ¿Qué beneficios reales para los bolsillos del consumidor han tenido esos tratados?

Ahora bien, no menos importante es señalar el tema de seguridad alimentaria que no mencionan los “defensores” de los consumidores. Todos los productos de la canasta básica vendrán de otros mercados. Todo lo que consumamos en nuestras mesas va a depender de lo que otros países vendan, a los precios que defina el mercado; precios que en época de escasez pueden ser muy pero muy altos. Pero, claro, eso ni lo mencionan los enemigos de la producción nacional.

Y no quiero ni mencionar conceptos como la solidaridad, el cooperativismo, el reparto equitativo de la riqueza y el desarrollo con equidad, porque claramente no están en la mente de estas personas.

Ellos no conocen lo que es levantarse con el alba, medio comerse algo para ir a campo, pasar horas bajo el Sol, comer el almuerzo frío, tener las manos callosas y las uñas teñidas de color tierra. Seguro les avergüenza el chonete, la pala y, más aún, el acento campesino que arrastra la erre. Les damos vergüenza a esa intelectualidad criolla. Son generaciones de personas que aspiran a vivir en una metrópoli donde el más débil debe ser eliminado.

Sin embargo, a los agricultores y productores nos puede faltar glamour pero nos sobra valentía y coraje para defender nuestro derecho a trabajar y a vivir honradamente, nuestro derecho a tener una vida digna y a cuidar nuestras familias.

No vamos a engrosar los anillos de pobreza, porque mientras los enemigos de los productores se gastan en debatir teorías desde sus cómodas sillas, nosotros nos seguimos rompiendo la espalda para seguir trabajando, nos seguimos reuniendo en los salones comunales, seguimos aprendiendo, explorando y buscando formas de hacer cada vez mejor nuestro trabajo.

Estamos unidos y no vamos a sucumbir ante los que pretenden hacer negocio para llenar sus billeteras.