Que el BCR nos devuelva la alegría

Los costarricenses queremos mejor calidad de vida. Y esa es la real y verdadera obligación de nuestros políticos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

La calidad de vida y la cordura de los ciudadanos se están desmoronando, al igual que las calles de nuestro país.

Ya las presas son crisis nacional. El costo asociado con la pérdida de productividad y competitividad por la falta de avance en infraestructura es inmenso e incalculable.

Podría uno argumentar que ya se torna indefendible e ilógico mantener un portafolio tan amplio de empresas estatales, en particular los bancos, cuando vemos el altísimo costo de oportunidad y capital atado que esto implica, el cual podría destinarse a temas más urgentes y prioritarios en beneficio de la ciudadanía.

La decisión de vender el Banco de Costa Rica (BCR) no debería por qué tener matices ideológicos. No está en discusión que el Estado entre o salga de banca (ya está y aún con la venta del BCR mantendría el banco más grande del sistema financiero, el Nacional), ni se trata de abrir un monopolio (ya la banca es uno de los sectores más competidos que tenemos en el país, con amplia participación privada). No, aquí el tema ideológico no juega. Esto es puro y duro sentido común y necesidad.

El BCR tiene un patrimonio de aprox. $1.000 millones, y un valor estimado no menor a los $1.500 millones en caso de venderse, si vemos parámetros de transacciones en este sector. Y el Estado, salvo partidas de ley con destinos muy específicos, no recibe un centavo de dividendos de ese banco.

Los costarricenses, indistintamente de color político o ideología, queremos mejor calidad de vida. Y esa es la real y verdadera obligación de nuestros políticos.

Vendamos el BCR y usemos esos fondos para construir un tren eléctrico (aproximadamente $800 millones) y la autopista San José-San Ramón (unos $600 millones). Y de feria, se puede crear una figura de fideicomiso que reciba, una vez operando, los ingresos netos de estos dos proyectos (los peajes y los pasajes), que probablemente superará los $150 millones anuales entre ambos, para seguir invirtiendo año a año en mejor infraestructura.

Que el Estado sea dueño del BCR no mejorará la situación de los ciudadanos, pero mejores calles y mejor transporte público sí tendrán un profundo impacto inmediato. Y es la manera que el BCR le devuelva al país aunque sea un poquito de la alegría que nos robó con el Cementazo. Nos la debe.