¿Reirá Marx de último?

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Hace más de quince años, cuestioné, por este mismo medio, a un futurólogo de ascendencia japonesa que esgrimía el que la historia (económica) había llegado a su fin; que Marx había sido derrotado por el capitalismo de libre y reinante mercado. Hoy me atrevo nuevamente a escribir al respecto, a un alto riesgo. Escribir sobre Marx o su análisis es arriesgado, pero puede ser útil y, sin duda, apasionante, aunque por limitaciones de espacio deba realizarlo con el riesgo adicional de la simplificación.

Vivimos tiempos difíciles. Para ningún estudioso es un secreto que, cada vez, una mayor población está desempleada, subempleada, mal empleada, según sus aspiraciones, o indecentemente empleada, según la caracterización del empleo decente definida por los gobiernos, vía la OIT. Asimismo, las diferencias entre las clases sociales se acentúan y, a pesar de que la pobreza extrema ha disminuido –aunque no definitivamente–, sin embargo, la brecha entre las clases sociales en gran parte del mundo –especialmente en el más desarrollado, con pocas excepciones como la de los países escandinavos– se expande. La propiedad se concentra en pocas manos y el monopolio y el oligopolio se arraiga en casi todas las actividades productivas, desnaturalizando así la esencia de la economía de mercado: suficientes vendedores y compradores, para que ninguno pueda afectar la determinación de los precios, que se definen, más bien, por la vía del libre juego entre la oferta y la demanda.

Marx planteó que, luego de cada crisis capitalista, el capital acelera su concentración, en detrimento de la clase trabajadora. A esto, se agregaba el cambiante “modo de producción”, que tendía, según él, a dejar a más trabajadores desvalidos a través del tiempo al ser reemplazados por máquinas. Al reducirse la demanda por parte de los empobrecidos y desempleados consumidores de bienes y servicios, los ciclos depresivos del capitalismo se aceleran y son más severos, dice Marx. Hasta que llegaba el momento del colapso, del levantamiento de las masas, el desmantelamiento del capitalismo por parte de la temporal dictadura del proletariado y luego la toma total del poder por parte de aquel proletariado.

Algo importante: por definición, el argumento aplica a los países más desarrollados, ergo, el fenómeno de la Unión Soviética, una unión de repúblicas semifeudales y poco industrializadas en 1917, fue más un esquema leninista/stalinista que desdibujó al marxismo y, por lo tanto, no es válido como ejemplo de la teoría marxista en la práctica. El experimento, por loable que fuera, terminó en desastre.

Un escenario actual

No soy de los que creen en determinismos, sin embargo, lo que está sucediendo hoy en día, especialmente en los países desarrollados (que nos arrastran sin duda) puede perfectamente relacionarse con la teoría marxista. La gran tragedia de un putsch final de una desvalida clase obrera, que perfectamente puede ser legítimo si se sigue por la senda en que se va, es lo que viene después. Es difícil predecir qué podría pasar si se llega a romper el orden económico que, con todo y los defectos que tiene, es el que nos permite organizar la producción y distribución hoy en día.

Veo poca o ninguna capacidad de gestión en la magia del razonamiento marxista llevado al extremo. Veo un cercenamiento de la creatividad productiva que el mercado, aún defectuoso como es, promueve. Veo como escenario a algún grupo oportunista tratando de repetir la experiencia bolchevique de dictadura “sobre” el proletariado y todos buscando legitimarse en la emergente necesidad de mantener el orden y, en el mejor de los casos, adoptando un sistema de “centralismo democrático” como el que promovió Lenin.

Un escenario alternativo ante un caos podría ser que alguien tratara de controlar la situación por medios absolutistas y autoritarios. En ambas situaciones, veo al ser humano degradado y disminuido ante la pérdida de sus libertades esenciales y ante el hambre en todas sus dimensiones, metafóricas y literales, que, sin duda, traería la escasa capacidad gerencial, pues solo con leyes y autoritarismo no se come.

Creo que es importante que las vanguardias empresariales, la dirigencia empresarial más ilustrada y de peso, a nivel mundial y con sus ramificaciones en países en vías de desarrollo, le dé pensamiento al tema. ¿Hasta donde podría llegar la crisis actual del capitalismo? No creo que alguien lo sepa a ciencia cierta. Lo que sí es cierto es que cada vez se agudizan más los síntomas mencionados y cada vez se hace más difícil progresar, individual y socialmente; pareciera que se entroniza un mundo de alfa, betas y gammas a lo Aldous Huxley en su “Mundo Feliz”, lo que, a largo plazo, nos lleve al desenlace tremendo descrito por Marx.

Dicen que el empresario es sensible solamente a sus balances financieros. Mi experiencia de servicio en la entidad cúpula empresarial centroamericana me confirma lo contrario. El sector empresarial puede ser generoso y sensible, defensor más de principios que de intereses, dispuesto a modificar el rumbo. Requiere, eso sí, acción concertada con los gobiernos, el “establecimiento” político y laboral, así como a los stakeholders legítimos.

Existen herramientas, como es el caso de las bolsas de valores y el uso de técnicas para fortalecer el emprendimiento a todo nivel, que deberían ser útiles.

Los tiempos son difíciles, somos muchos en el mundo y todos tenemos derechos y deberes. Nos enfrentamos a una situación ambiental catastrófica que hay que tratar adecuadamente y a esta situación que conspira contra el ser humano.

Hay que ponerle atención simultánea a ambos retos.