Silicona para el alma

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Es traicionera, mentirosa, hipócrita, alcahueta, manipuladora y psicológicamente abusiva. A los ochenta y dos años de edad, decide llenarse la cara de silicona. El resultado es algo parecido a la Duquesa de Alba... sin los millones de la infausta aristócrata. Señora: es en el alma, donde debe inyectarse la silicona, en el alma, ¿me oye usted? Mejor que eso: tome su almita, y sométala a cirugía reconstructiva total: ¡es lo más higiénico que puede hacer, y la edad no será un factor de riesgo!

Hay personas cuya conducta me divierte. Cuanto más perversas son, más se afanan en estirarse o inflarse los pellejos, en fabricarse una cara de plástico y cartón. Incapaces de belleza moral, se esculpen en sus rostros y cuerpos, a puro taladro, martillo y cincel, una belleza falaz, una belleza mentirosa, que en alguna medida cosmetice la maldad de la entraña. En otras palabras, como no pueden cultivar una belleza centrífuga, eferente -que dimane de su núcleo íntimo hacia el mundo-, se inventan una belleza centrípeta, aferente -que se queda atrapada en el agujero negro de su ser, ese que no deja salir al espacio exterior el menor fotón-. Pero, señora, le recuerdo que la verdadera belleza solo puede ser eferente, ir de adentro hacia afuera. La otra, esa que la llevó a tasajearse la cara, es una inmensa y onerosa gestión de ocultación, una mentira hecha carne (hecha silicona, sería más exacto decir).

Veo el rostro de mi madre -tres años más joven que usted- con todas esas arrugas que, en realidad, son títulos de gloria, condecoraciones que una vida de guerrera le ha conferido, y veo la verdad. Luego la veo a usted, y lo que encuentro es mentira, impostura. Es que, en efecto, ha usted mentido y traicionado más de la cuenta. Eso siempre la afeará. No hay forma de maquillarlo. Las verrugas, las tumoraciones y úlceras supurantes del alma no se pueden ocultar bajo toneladas de silicona. No existe una cosmética del alma. ¿A qué bueno inficionarnos masivamente de silicona, cuando nuestra alma hiede?

Traicionera, mentirosa, hipócrita, alcahueta, manipuladora y psicológicamente abusiva... No, no, eso no lo arregla ni un cirujano cosmético dotado de los poderes de Houdini, la destreza en el zurcido de pellejos del Dr. Frankenstein y la capacidad taumatúrgica de Merlín. Es que ese no era el camino. Creo en la posibilidad de una ortopedia moral, de una higiene del alma, pero esto nada tiene que ver con la silicona.

Cualquier traidor es feo. Caín, Judas, Bruto, Ganelón, fray Alberigo... Dante reservó el noveno y último círculo del infierno para los traidores. En un inmenso lago de hielo, el Cocito, están suspensos -ni vivos ni muertos- los traidores a sus hijos, a sus padres, a la patria, al compañero o compañera, a su rey, a su señor, a Dios. Ahí, gangrenados en el frío irremediable, están todos aquellos que cometieron traición. Shakespeare decía que el ser humano traicionaba, siempre, por miedo. Según el bardo, es el miedo -o sus damas de compañía, la inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza- el que nos lleva a traicionar. ¿Es esto cierto? No lo sé, pero aplaudo la misericordiosa explicación que nos propone el más grande espeleólogo del alma humana que jamás viviese.

Dante fue mucho menos compasivo: en la inimaginable galería de abyecciones del infierno, la traición era la más vil de todas. Y, en efecto, puebla su noveno círculo de ilustres pero torvos personajes: a no dudarlo, un vecindario sumamente chic, para pasar la eternidad. Es que, si la analizamos bien, si la descomponemos en sus elementos constitutivos, descubriremos que la traición es una proto-infamia, una especie de meta-abyección que contiene casi todos los vicios concebibles. Sus componentes básicos son: mentira, hipocresía, deslealtad, agresión, alevosía, maquinación, perjurio, crueldad, cobardía, falta a la propia palabra, falta de integridad, falta de clemencia. Así vistas las cosas, resulta evidente que la traición es una vileza compuesta, no un elemento simple e irreductible. Amalgama a partes iguales a casi todas las ruindades que podamos concebir. El gesto de Judas es la perversidad integral, absoluta, totalizadora. En el acto de la delación, el traidor siempre se traiciona a sí mismo: tal parece ser el trágico sino de los cofrades de Judas.

Y ahora, a fin de ponerle perfumito a toda esta inmundicia, señora, ¿corre usted a darle dócilmente su diezmo a la universal iglesia de la silicona? ¿Comprarse la lozanía de la cara y dejar que su alma se pudra en la marisma de la perversidad? No es el caso de Dorian Gray: este siquiera conservó hasta su asesinato-suicidio la esplendorosa belleza de su juventud. Justamente, en la peripecia del dandi wildiano, el retrato hace las veces del alma: es él quien absorbe toda la degradación de su ser. Wilde no logra -típica debilidad de artista- disociar la belleza de la bondad, y la perversidad de la maldad. Esas dos configuraciones clásicas -e injustísimas- están por todas partes, en la literatura de Wilde. Lo malo es feo, lo feo es malo. Luego, lo bueno es bello, y lo bello es bueno. Implosión de las axiologías estética y ética. Un fenómeno de transvaloración. Posiblemente, una degradación de la triádica fórmula de Platón: la Verdad, la Virtud y la Belleza serían indisociables. La noción de Kalokagathia designaría la fusión de lo bueno y lo bello: excelsitud de la moral, excelsitud de la forma física.

Pero en su caso, señora, no funcionó ni el gesto ético, ni la máscara estética. Mi pregunta, esa que mil veces me he formulado, sigue siendo la misma: ¿es imbecilidad, o maldad? Durante muchos años creí que para ser malo había que ser inteligente. Ya no estoy tan seguro. Usted me ha hecho dudar. Ahora concibo perfectamente que alguien estúpido sea también, profundamente perverso. O, por ponerlo en otros términos, que solo sea inteligente en el ejercicio de la maldad. Ya ve, señora, todo lo que usted me ha enseñado, todo lo que le debo, todo lo que es capaz de revelar, pese a esa inmensurable, permanente mentira que es su vida.

NOTA: Jacques Sagot, pianista y escritor. Reconocido por su talento artístico tanto nacional como internacional