La cárcel le enseñó a cultivar bonsái y hoy tiene un negocio de ellos

Jorge Córdoba siembra, poda y decora los bonsái, que comercializa en Orotina y en otras partes del país.

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La vida en una cárcel puede resultar solitaria y un ‘infierno’, literalmente. Contar las horas para salir –cuando se tiene una condena de años- puede resultar una tortura.

Quien ha pasado por ella ha sido testigo de muchas cosas poco edificantes: venta de droga, maltratos, desprecio, tener que consumir alimentos poco alentadores a la vista y al estómago y experimentar duras condiciones de vida.

Esto lo vivió Jorge Córdoba, un emprendedor de 48 años y vecino de Orotina, durante los 28 meses que estuvo recluido en el Centro de Atención Institucional San Rafael, ubicado en Alajuela.

Muchas personas en nuestra sociedad juzgan que esas duras condiciones están justificadas, pues es lo que ‘se merece’ quien comete un delito. Este pensamiento evidencia que aún se ignora que incluso en un sitio como este debe prevalecer el respeto por los derechos humanos.

Cuando no se garantizan buenas condiciones y reina el caos, ese centro penitenciario -que busca que las personas se rehabiliten- más bien las puede llevar a reincidir y convertirlas en peores delincuentes.

La decisión de tomar un rumbo diferente, de no dejarse consumir por el mal ambiente y de garantizarse un mejor futuro para él y para su familia fue lo que motivó a Córdoba a ser capacitado en un oficio bastante particular: la siembra y mantenimiento de bonsái.

En el 2011, a Córdoba le propusieron que se capacitara en ese campo y lo hizo.

¿Sabe usted qué es un bonsái y cómo se trabaja?

Es un árbol o planta que se somete a una técnica que evita su crecimiento, pues se siembra en una bandeja o maceta pequeña y cada cierto tiempo hay que podar sus ramas y también cortar sus raíces.

En el 2012, Córdoba participó en el curso de inducción de empresas que brindó la organización Nueva Oportunidad.

Él fue seleccionado, junto con nueve proyectos adicionales, para recibir más capacitaciones con el fin de tener todas las herramientas para convertirse en un emprendedor. Además, recibió apoyo psicológico.

Él empezó a sembrar los árboles en prisión, donde tenía un vivero. La fundación le ayudaba a venderlos.

Independencia

Este emprendedor tiene nueve meses de haber empezado oficialmente su nueva empresa, ya fuera de barras. Esta se denomina Bonsái Koky, pues ese es su apodo.

Gracias a los conocimientos adquiridos, hoy combina su negocio de taller agrícola, con el cultivo y mantenimiento de estos árboles.

Córdoba contó que la técnica es sencilla y que hay que estar muy pendiente de que el árbol tenga las mejores condiciones: que le llegue agua, que no le pegue el sol. Pero, tampoco se puede tener al árbol en un ambiente muy oscuro porque puede morir.

Hay que podarlo en las tardes o en las mañanas y no a pleno sol, dijo. Además, los fertiliza una vez al mes.

Generalmente, él compra la materia prima en los viveros, pero afirmó que se puede empezar desde la siembra de la semilla. Algunos de los árboles que trabaja son juníperos, ciprés, dorado, naranja, limón, entre otros.

Sus hijos le ayudan a comercializar su producto a través de Internet, incluso tiene una página de Facebook.

El precio de los bonsái oscila entre ¢7.000 y ¢40.000. El precio varía según la antigüedad del árbol.

Córdoba contó que durante prisión una mujer le ofreció comprar uno de los árboles, que era un guayacán real de 15 años.

Según él, uno de sus instructores le dijo que el precio aproximado de este era de ¢220.000, dada su vejez.

Eso fue lo que le dijo a la mujer. Ella le ofreció ¢180.000 y él aceptó inmediatamente.

Esa ha sido una de sus ventas más lucrativas.

Córdoba destacó el apoyo que le ha dado Nueva Oportunidad en el mercadeo del producto, pues lo han llevado a exposiciones, lo cual le ha permitido ganar clientes.

“Cuando uno sale de un centro penitenciario, otros compañeros me han dicho: ‘a mí nadie me ha ayudado en nada. Apenas uno presenta el currículo, aunque yo haga artesanía, haga los mejores muebles, apenas ven que se viene de la cárcel, dicen: ya no’”, narró.

Recuerda que cuando salió de prisión estaba muy desmotivado, pues sabía que cargaba “con un rótulo” y también es sabido que en “pueblo chico, infierno grande”. Él temía la reacción de la gente de su localidad ante su regreso.

Pero, dice que se apoyó mucho en la psicóloga de la fundación y, para su sorpresa, en su pueblo lo recibieron muy bien y recobró los clientes de su taller y ganó nuevos compradores de sus bonsái.

Su negocio crece poco a poco, igual que su motivación, tanto así que sus propios hijos ya empiezan a dominar la técnica y le ayudan constantemente.