Mujer salió de la pobreza a punta de hilo y tela

Hoy tiene una empresa que elabora pijamas y su meta es comercializar las prendas en tiendas de Guanacaste.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Los cortes de luz y de agua llegaron a ser comunes hace unos años en la casa de la guanacasteca Shirley Rodríguez Mattey, cuando vivía en Hatillo.

Cada mes tenía que lidiar con esta situación. No había terminado de reunir el dinero de un mes, cuando llegaba el cobro del otro.

“Yo sufría montones, en el caso de la luz tenía tres recibos pendientes. Se permitía eso, Fuerza y Luz, hasta tres recibos montados. Cuando yo veía, ya me estaban cortando la luz, se me hacía muy difícil”.

Particularmente, la factura del agua llegaba altísima y ella no entendía, pues trataba de ser comedida.

Luego de un tiempo, descubrió que la alta suma de ¢16.000 era producto del descaro de tres vecinos, quienes estaban “pegados” a su medidor.

La crisis económica no solo se reflejó en los cortes que sufría, sino que llegó a afectar a sus hijos, que en ese momento eran pequeños.

“Mandaban a pedir cosas de la escuela, meriendas compartidas, me pedían materiales para los chiquillos y no teníamos. Mis hijos andaban con los zapatos dañados, no tenía dinero para comprarles nuevos”.

Rodríguez recuerda que para ir a la iglesia sus hijos tenían solo dos mudadas y muchas veces tenían que repetir, lo que le daba vergüenza.

¿Y su esposo dónde estaba? ¿Él la apoyaba?

“Era como si no estuviera, él tomaba, era irresponsable…Se fue para Guanacaste. Yo le decía: mándeme para los chiquillos. Se hacía el desentendido: ‘no puedo salir, no puedo depositar, no puedo esto, no puedo lo otro’. Casi que se juntaban las dos quincenas y no llegaba la plata”.

Su negocio la hizo levantarse

Sus conocimientos de costura fueron fundamentales para sacar a flote el “barco” que se hundía.

A los 18 años, ella trabajó como operaria en una fábrica de ropa interior y también trabajó en una empresa que producía camisetas.

El apoyo de su mamá Vilma María, quien es costurera, fue vital. Doña Vilma le regaló una máquina de coser y así inició la aventura: empezó haciéndole arreglos a la ropa que se dañaba.

Pero, luego su negocio dio un giro.

El ver cómo una señora cosía pijamas que no quedaban tan bien y muchas veces se rompían y tenían que ser arregladas, la motivó a atreverse ella misma a diseñarlas y a armarlas.

Cuando era operaria, le daban las piezas listas y ella solo tenía que coser, era un trabajo más fácil.

Esta vez, le iba a tocar comprar la tela, diseñar la prenda, cortarla y coserla.

Al principio, se equivocaba mucho y su primer pijama nació luego de un arduo trabajo de tres días.

Las dificultades, viejas conocidas para ella, sin duda estuvieron presentes: no sabía cómo hacer el pijama, cómo pegarle el cuello, ni las mangas, ni el elástico.

“Yo decía: ya no más, yo no puedo”.

A pesar de sus palabras, Rodríguez se dormía pensando cómo podía perfeccionar su producto.

La máquina que le dio su mamá no siempre fue su “mejor amiga”.

“Me pegaba unos ‘jalonazos’, me arrollaba la tela, me la hacía un nudo, yo lo que hacía era llorar”, recordó entre risas.

Al final, la pijamita quedó bonita y la regaló en un té.

Llegó un momento en que se hizo muy ágil, ya no le quedaban “rarillas” y hoy cose hasta 12 pijamas al día, los pedidos son constantes y los vende en Liberia, Guanacaste, provincia en la que vive.

Su negocio se llama Génesis Jireth y gracias a él logró enfrentar la pobreza que sufrió en su momento. Hoy esos días de escasez son solamente un recuerdo.

Sueños cumplidos y metas

Su esposo le ayuda con el pago del agua, luz y la alimentación y ella se encarga de los estudios de sus hijos y de comprarles ropa y de otras de sus necesidades.

Shirley tiene su taller en su casa y ya cuenta con máquinas industriales, gracias a una donación que le dio el Instituto Mixto de Ayuda Social y luego a un préstamo que le otorgaron ahí mismo.

Recientemente, participó en la feria organizada por esta institución en la Antigua Aduana y en tres días de ventas llegó a obtener ¢200.000.

Este dinero lo usará para ayudarse a pagar la ortodoncia (frenillos) que requiere su hijo David desde hace muchos años. Por fin logrará cumplir ese sueño.

Otra de sus metas es vender sus pijamas en tiendas de Guanacaste, pero reconoce que aún le falta capacitación en la fijación del precio de su producto, por lo que espera encontrar un curso en el que le enseñen al respecto.

La empresa no solo ha servido para levantar económicamente a su familia, sino que la ha ayudado a realizarse como mujer.

Ella la describe como un “trampolín”.

“He podido crecer, me siento más segura, capaz de tomar decisiones, de asumir responsabilidades, algo que no podía hacer antes porque como que todo me daba miedo...Antes yo me sentía tan chiquitita y que todo se me venía encima y pensaba para dónde agarraba, a quién le pedía, ahora siento que puedo hacerle frente a todo eso”, dijo entusiasmada la empresaria de 43 años.