Ciudades tendrán nuevos problemas con la llegada de los taxis aéreos

Fabricantes de aeronaves eléctricas, como Lilium, insisten en que son más seguras que los helicópteros porque tienen más motores y más rotores, y son menos vulnerables a un punto único de falla

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Cuando Rick Deckard, el héroe de la película de ciencia ficción “Blade Runner” de 1982, mira hacia una futurista Los Ángeles desde una patrulla voladora, se puede ver un aviso de Pan Am brillando en una de las torres.

Es una alusión al servicio de helicópteros que volaba desde el antiguo edificio de la aerolínea Pan Am en Manhattan hasta el aeropuerto John F. Kennedy (JFK); el servicio se suprimió en 1977 después de un accidente mortal.

La movilidad urbana está volviendo al futuro. Un ejecutivo de Uber, empresa que quiere operar taxis voladores a más tardar para 2023, prometió que el “tan inaprensible coche volador” ya casi está aquí, en una presentación durante una conferencia para su división Elevate, en la cual se anunciaron los detalles de su nuevo servicio de helicóptero de 30 minutos, Uber Copter, desde Manhattan hasta JFK.

Uber seleccionó a Dallas, Los Ángeles y Melbourne en Australia como ciudades piloto para su servicio de taxis Uber Air, mientras que Lilium –una startup con sede en Múnich que está construyendo un avión eléctrico con 36 motores– planea contratar a cientos de ingenieros de software en Londres.

Los avances en motores y en baterías están haciendo que el corto recorrido aéreo de Deckard sea posible; la pregunta es si es deseable. El problema con las aeronaves eléctricas es que las que serían innegablemente útiles –aviones de largo alcance que reducirían las emisiones de carbono de la industria– continúan siendo una lejana posibilidad.

Los taxis para cortos recorridos que transportarán a pocas personas en una ciudad y agregarán ruido en el cielo a unas ya congestionadas calles, están cerca de hacerse realidad. Hay algo acerca de volar que provoca entusiasmo en los inversionistas, pero que a menudo termina en decepción. La visión de los vuelos a pedido en “jets muy ligeros” (VLJ, por sus siglas en inglés), llevó a empresas startup como DayJet y Pogo a colocar enormes pedidos de aviones, y luego a la quiebra.

La rentabilidad de las aerolíneas depende de que las aeronaves estén en constante uso. La consultora Roland Berger calcula que 100.000 “drones de pasajeros” podrían estar operando para 2050, y el argumento alcista presentado por Morgan Stanley es que la falta de congestión en el cielo significa que un taxi volador pudiera hacer 40 viajes diarios, de 32 km cada uno, en un turno de ocho horas.

Un mejor sistema de transporte público eliminaría la necesidad de la aviación urbana privada; los helicópteros vuelan de Manhattan a JFK porque no existe un servicio de tren de alta velocidad al aeropuerto. Las personas se amontonan en autos privados, lo cual provoca un embotellamiento a lo largo de la autopista de Long Island y crea la demanda de un viaje en Uber Copter de $200 en lugar de uno de $50 en un taxi.

El tren de alta velocidad es una inútil aspiración en numerosas ciudades estadounidenses porque es imposible encontrar inversión pública de miles de millones de dólares.

Elon Musk, el fundador de la compañía de automóviles eléctricos Tesla, quiere perforar sus propios túneles, incluyendo un par desde Chicago hasta el aeropuerto internacional O’Hare. Es quijotesco, pero tiene razón en que el ferrocarril es más cívica y ecológicamente racional que los taxis voladores.

Ruido e inseguridad

La seguridad representa otro problema. Los helicópteros privados tienen un registro de accidentes peor que el de los automóviles. Según Robert Thomson, socio de Roland Berger: “El argumento de seguridad para taxis voladores trasladándose alrededor de altos edificios, en todo tipo de climas, es difícil”.

Los fabricantes de aeronaves eléctricas, como Lilium, insisten en que son más seguras que los helicópteros porque tienen más motores y más rotores, y son menos vulnerables a un punto único de falla. Pero, la tecnología tendrá que avanzar mucho antes de que las flotas de taxis voladores autónomos, el objetivo final de Uber, sean seguras.

Mientras tanto, existe el problema cotidiano del ruido. El coche volador de Deckard se eleva en el aire con un melifluo chillido, pero nadie que viva cerca de una plataforma de helicópteros estaría convencido por eso. Incluso el ruido de un pequeño dron volando puede ser intrusivo, y un taxi aéreo con varias personas a bordo necesitará un potente empuje para ascender verticalmente.

La ambición de Uber es que los taxis voladores que planea operar, los cuales serán fabricados por compañías como Boeing y Bell Helicopter, sean sólo la mitad de ruidosos que un camión de tamaño mediano pasando a 15 metros de una casa.

Dado que Uber, por su cuenta, también prevé cientos de vuelos al día en algunas ciudades, el efecto combinado pudiera sonar como una autopista en el cielo. Las compañías tecnológicas que sufren pérdidas con frecuencia responden inventando una nueva métrica financiera y, como era de esperarse, el libro blanco sobre movilidad aérea urbana de Uber en 2016 “exploró una definición de ruido más matizada y más completa que simplemente una presión de sonido”.

Discutir diferentes métricas financieras con los inversionistas es una cosa, pero tratar de redefinirle el concepto de ruido a los residentes que se encuentran bajo su trayectoria de vuelo será difícil. Jets eléctricos de alcance medio que producen menos ruido y menos emisiones que los jets tradicionales tienen potencial.

Lilium quiere operar servicios de hasta 300 kilómetros entre pueblos y ciudades, y Zunum Aero, respaldada por Boeing, está construyendo un jet regional híbrido eléctrico en Estados Unidos, justo cuando las conexiones ferroviarias son poco rentables, el transporte en una aeronave eléctrica es una idea atractiva.

Pero sería mejor que las ciudades pusieran a más personas en trenes en vez de liberar escuadrones de taxis privados en el cielo. Los reguladores y los inversionistas determinarán si los servicios como Uber Air son dignos de aprobación y si ameritan el riesgo financiero. Ambos deberían hacer una pausa antes de convertir la ciencia ficción en una realidad.