Columna Scientia: Antibióticos y biodiversidad

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Una de las narraciones clásicas en la historia de la ciencia y de la medicina es la del descubrimiento de la penicilina, antibiótico que cambió la historia del tratamiento de enfermedades infecciosas y marcó, en materia de salud humana, un antes y un después.

Alexander Fleming era un biólogo escocés, que después de la I Guerra Mundial regresó a su laboratorio en el St. Mary’s Hospital en Londres, teniendo claro en su mente, dada su experiencia de guerra, la importancia de las infecciones en heridas causadas por ciertos tipos de bacterias asesinas. Como muchos otros, él quería descubrir una sustancia química que curara esas infecciones.

Como es usual en laboratorios de investigación microbiológica, se emplean medios de cultivo colocados en platos de Petri para hacer crecer bacterias u otros microorganismos; concluido un experimento se aplica una solución desinfectante a los platos de Petri antes de desecharlos.

En 1928, haciendo esa tarea, Fleming notó algo inusual: un moho había crecido en uno de los platos matando a su alrededor a las bacterias del género Staphilococcus, (causante de muchas enfermedades infecciosas) que mantenía en el cultivo.

Al examinar una muestra del hongo descubrió que éste pertenecía a la especie Penicillium notatum , por lo que llamó “penicilina” a la sustancia química que identificó que mataba la bacteria. Este afortunado y accidental descubrimiento marcó un hito en el tratamiento de las enfermedades infecto-contagiosas.

Ahora la medicina cuenta con un verdadero arsenal de antibióticos y con pocas excepciones, en algún momento casi todos nosotros hemos sido tratados con ellos.

De lo que no nos percatamos es de que medicinas como estas han sido obtenidas de la biodiversidad silvestre y nos han salvado de infecciones que hace unos cincuenta años fácilmente nos hubieran matado.