La red entre la ficción y la fricción

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

En 1999, el llamado padre de la web, Tim Berners-Lee, decía que uno de los grandes problemas del futuro sería la validación de las fuentes de las notas que leeríamos en la Internet.

Por su parte, sin los modales de un caballero británico y con un verbo digno de Séneca o un centurión romano, el escritor Umberto Eco se despachó con la siguiente la floritura: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”.

Lo cierto es que vivimos en tiempos cuando cualquiera dice cualquier cosa contra cualquiera y cualquiera se la termina creyendo.

Una mentira siempre ha sido peligrosa, pero el poder de la Internet la catapulta a nivel de arma de destrucción masiva. El papa Francisco llama a esto el terrorismo del chismorreo.

Nuestra generación está siendo testigo de la mutación del personaje de ficción hacia el personaje de fricción.

Lejos del ya conocido troll que revela sus intenciones desde el inicio, hoy vemos como cualquier cosa el fomento de los antivalores y la apología de lo malo llevadas a cabo por cualquiera que, como el Flautista de Hamelín, se ponen su instrumento favorito en la boca y arrastran a decenas hacia el Seol.

En la red, las consecuencias de un chisme, una mentira o la retórica falsa de un “personaje de fricción” son insospechadas. Recientemente en la ciudad mexicana de Monterrey, circularon los audios de varias mujeres que narraban entre llanto la experiencia de haber sido testigos del secuestro de niños. Los parques públicos se vaciaron, las escuelas reforzaron la seguridad y los corazones de miles de padres quedaron suspendidos entre dos latidos cuando sus hijos iban a estudiar. Como usted sospecha, todo resultó ser una broma de pésimo gusto, pero ya el daño estaba hecho.

El Estado y las familias tienen que enfrentar estos ataques con la mejor arma contra esta clase de incendiario desalmado digital: la educación. Entonces, a velar las armas, señores.