Educación para emprender, para aprender o para depender

El primer elemento de una educación de calidad es el compromiso, y, al parecer, no existe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

La educación es un tema siempre importante en todo país. La virtud de la educación no está tanto en ella misma como en su capacidad transformadora. En ese sentido, parece que la educación solo tiene un fin; la empleabilidad. Por ello acabamos de ver que la Comisión Nacional de Préstamos para la Educación (Conape) dejará de financiar algunas carreras que al parecer, cuentan con un mercado saturado.

Creo en una educación no solo como mecanismo para acceder al mercado laboral y generar recursos para una vida digna. También la educación supone valores fundamentales como la solidaridad, la cooperación, el esfuerzo, etc. Es decir, la educación supone el entregar conocimientos a los estudiantes y a la vez, inculcarles valores que los conviertan en ciudadanos responsables y comprometidos con su sociedad y el mundo que los rodea. Decimos sobre ello, que necesitamos una educación emprendedora, o bien una educación para emprender (reconociendo que no significan lo mismo, pero que ambas son igualmente deseables).

Bueno, nada de eso existe. La frase, “educar para una nueva ciudadanía” no es representativa de la educación actual, a menos que ella signifique una ciudadanía orientada a la ley del menor esfuerzo. Si queremos que las cosas cambien lo mejor será asumir con honestidad la realidad.

Nadie duda que existan personas (docentes, administrativos, incluso funcionarios públicos), comprometidas con la educación, pero eso no es ni por asomo, un indicador de lo que ocurre en el sistema educativo. En el diario La Nación del 17 de marzo del 2017 se señala que al menos 5.000 docentes todos los años renuncian al nombramiento. Eso supone en la práctica que los estudiantes se quedan sin docentes iniciado ya el curso lectivo. ¿Quién repone esas lecciones? ¿Por qué ello no tiene consecuencias? Y esto pasa todos los años, es decir, se convierte en algo “normal”.

La huelga del año pasado, y los “planes remediales” para este año son probablemente la mejor prueba de la caída del sistema educativo. El año pasado, aproximadamente el 90% de la población en edad escolar y colegial del país (que asisten a la educación pública) perdió al menos 80 días efectivos de clases. Dos hechos alrededor de ello: (i) esos contenidos perdidos, no se van a poder reponer, y (ii) el reclamo público de regresar a clases no se centraba tanto en la educación, como en la necesidad de alimentación de los estudiantes más vulnerables. Sin duda este último es un punto legítimo e incuestionable, pero el sistema educativo debe garantizar educación, no es solo un lugar donde los menores se alimentan y están bajo custodia mientras sus padres trabajan.

En un mundo donde la educación es importante, esos días perdidos debían recuperarse. Pero no, los estudiantes “aprobaron” el año con dos trimestres y un “MacGyver” en las notas para que los que venían mal, terminen “bien”.

¿Cuál es la enseñanza de lo anterior, si es que podemos rescatar una? La ley del menor esfuerzo. Este año, ¿se pudo empezar clases antes y recuperar algo de los contenidos? No entiendo porque no, si en la huelga los únicos quienes perdieron fueron los estudiantes. ¿Acaso no vale la pena el esfuerzo por ellos? O les pasamos contenidos a la velocidad de la luz y decimos que vieron todo (aunque no entiendan nada). Para eso mejor no pasarlos. Es preferible saber poco, pero bien, que decir que pasamos muchos contenidos, pero no saber nada de ellos.

El primer elemento de una educación de calidad es el compromiso, y, al parecer, no existe.

También se ha comentado mucho respecto de las características de los contenidos y la metodología de enseñanza. La educación sigue pensando en las personas de la edad industrial, cuando ya abandonamos esa etapa hace mucho tiempo. Los contenidos deben desarrollar y fortalecer habilidades, además de los conocimientos académicos. Pero también el sistema debe ayudar a los estudiantes a encontrar sus propios caminos, a desarrollar al máximo sus habilidades y competencias, y a complementarlas con los conocimientos técnicos que los ayudarán a insertarse adecuadamente en el mundo del trabajo. Sin embargo, en la actualidad, el sistema ayuda a los que están más abajo y abandona a los que están más arriba (o peor, los condena a la mediocridad). Los mecanismos de evaluación están hechos para proteger al que está en peor situación, pero no sirven para ayudar a seguir mejorando a quienes están en una situación más ventajosa, o a quienes quieren aprender más. Así, la educación empuja hacia abajo a los estudiantes. Piensen en algo; un alumno realmente bueno siempre tiene un pequeño grupo que lo rodea y aprende de esa persona. Es decir, el apoyar a ese estudiante supone, apoyar al menos a tres o cuatro más. Y esos serán quienes de seguro lleguen a la universidad y tendrán buenos resultados. Pero hoy, ellos dependen únicamente de las habilidades de su compañero(a) y sus deseos de seguir aprendiendo, y del apoyo de sus padres.

El segundo elemento de la educación es ayudar a los estudiantes a encontrar sus propios caminos; pero lo que se está haciendo es llevarlos por “un solo camino”; la mediocridad.

Finalmente, hoy contamos con tecnología que permite llegar a más personas de forma remota, además de muchas mejores herramientas educativas. Es por ello que se hace referencia a la necesidad de que todos los centros educativos tengan acceso a computadoras e Internet. ¿Para qué? Yo no puedo empezar a construir una casa por el techo. Lo importante son los cimientos; si ellos no son buenos, la casa no se sostiene. Y los cimientos son los docentes. Si no hay un cambio de actitud del docente (y del sistema que lo soporta), no importa cuántas herramientas pongamos a su disposición. Ello será, una vez más, un desperdicio de recursos.

La educación de calidad supone compromiso, guía, aprendizaje disruptivo y permanente, esfuerzo. Si queremos una educación para los retos del Siglo XXI, necesitamos gente realmente interesada en ello. De otra forma, estamos formando gente vivir del menor esfuerzo.