El año en que se reconoció el impacto del cambio tecnológico en el empleo

Los trabajos más vulnerables y más susceptibles de ser reemplazados son los de nivel educativo bajo y medio, los operarios, agricultores y empleados administrativos, entre otros

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Acaba el 2016 y nos quedamos con la sensación de que –aparte de la aceptación del escaso avance en Internet– ya al menos se reconoce que el cambio tecnológico tiene un fuerte impacto en el empleo y los negocios, y que el efecto será mayor en el futuro inmediato.

En ambos casos tuvo que ver la evidencia de que los consumidores no dudan en optar por los servicios en línea, por comodidad, rapidez, costo y calidad. El fanatismo por Uber, Netflix y Wish fue evidente este año que termina. Utilizar estas alternativas de transporte, entretenimiento y compras en línea no es una rareza. Para la gente ya es natural.

En el caso de Internet banda ancha las autoridades y los operadores dejaron de negar lo que los usuarios ya sabemos y vivimos: que Internet en este país no da la talla frente a las nuevas demandas de los consumidores y las empresas.

Se rindieron ante todas las evidencias (los datos de Akamai, la Unión Internacional de Telecomunicaciones y Open Signals), la comercialización de varios servicios de fibra óptica a los hogares, e incluso el paso en falso del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (Micitt) al anunciar una red de fibra óptica sin tener los detalles afinados (financiamiento y elección del operador).

Sin embargo, ante el giro de los consumidores hacia los servicios en línea y la introducción de nuevas tecnológicas, quedó en evidencia la falta de reacción de empresas, cámaras, gremios, universidades, instituciones y Estado frente al impacto que eso tiene en el empleo y los negocios.

Desde hace años –cuando se revisa la literatura económica de la última década– se viene advirtiendo que en los países desarrollados, incluyendo Estados Unidos, los ciclos de crecimiento no van acompañados de una reducción del desempleo más allá de cierto piso.

Los economistas explican que tal situación se debe a la inversión tecnológica de las empresas. Y eso que en la década anterior apenas se hablaba de la incorporación de la computación, sistemas de oficina, software gerenciales e Internet para comercio electrónico.

La década actual trajo el uso del móvil en todo, las apps, las redes sociales, la comunicación y la publicidad digital, la economía colaborativa (Uber, Airbnb), big data, analítica, robótica, inteligencia artificial, aprendizaje de máquinas, asistentes virtuales (como Siri, en el iPhone) e Internet de las cosas (que hace posible la automatización en empresas y las casas inteligentes).

Estas nuevas tecnologías están acelerando el cambio en los negocios y el empleo.

En Costa Rica, aunque ya especialistas como Roberto Sasso y Juan Manuel Campos venían insistiendo en el impacto tecnológico, fue hasta este año que más gente entendió de qué se trataba.

Bastó que Uber y Airbnb pasaran a ser realidades cotidianas en nuestro país, que Cognitiva hiciera demostraciones de lo que se puede hacer con inteligencia artificial, que se vieran casos de su uso real en la atención de clientes vía chats, y que los servicios de big data y la analítica –como PN Connect de Porter Novelli– empezaran a dar muestras de su potencial para los negocios.

Eso fue precisamente lo que vimos en este 2016. El problema es que estamos muy atrasados para evitar las consecuencias.

Todavía ni siquiera se resuelve el desequilibrio entre la oferta y la demanda de talento para la industria tecnológica y de servicios, pese al desempleo existente, un grupo de la población excluido del tipo de trabajo que se exige tanto en estos mercados como en los más tradicionales.

Encima los empleados actuales también pueden verse desplazados por las nuevas tecnologías.

A nivel global un informe difundido por el Foro Económico Mundial daba cuenta que los trabajos más vulnerables ante el cambio tecnológico, y por lo tanto más susceptibles de ser reemplazados, son los de operadores de instalaciones, máquinas y ensambladores.

Les siguen en orden: los oficiales, operarios y mecánicos; las "ocupaciones elementales", los agricultuores y trabajadores del campo, forestales y pesqueros; el personal administrativo en las empresas e instituciones (y acá entra más de medio país), y los técnicos y los profesionales de nivel medio.

Los menos susceptibles son los científicos, los intelectuales y los directores o gerentes.

Aquellos con un nivel educativo alto tienen la ventaja sobre los trabajadores de nivel educativo bajo y medio.

A nivel mundial se estima que en el 2020 (en tres años) habrá 5,1 millones de personas que perderán el trabajo y serán sustituidos por mano de obra con inteligencia artificial (robots).

Pero en el país no se ve una reconversión laboral para los futuros y actuales trabajadores. Se confía en que el chip de las nuevas generaciones actúe por sí solo y la gente se prepare a la buena.

Sasso lo advertía: ¿Que va a pasar con todos los muchachos que están en centros de llamadas y de atención corporativos cuando las firmas globales automaticen con pura tecnlogía esos servicios? ¿El traslado del centro de servicios de Oracle a Estados Unidos no es una señal?

A nivel de las empresas locales, muchas no se están adaptando a la nueva realidad, ni preparan a su gente (incluso con programas de recolocación ahí donde deben prescindir de personal) y tampoco tienen planes para pasar a modelos de negocios habilitados por las nuevas tecnologías.

El ejemplo de los taxistas frente a Uber es el más evidente. No se ven cambios de operación elementales. Se sigue con casi el mismo atraso tecnológico y cultural que antes de Uber. Ellos están confiados en alguna resolución judicial que fije la prohibición de Uber o servicios similares.

En otros sectores pasa lo mismo. Los consumidores miran nuevas alternativas (Wish), pero las empresas locales se vuelven hacia el ciprés, ignorándolo o tratando de ignorarlo. Algunas compañías invierten en sitios de comercio electrónico, pero creen que los réditos son para el futuro. Al menos dan el paso.

El caso de los sitios en Internet donde uno ve las opciones para un crétido es otro ejemplo: muchos bancos se resisten a facilitar el trámite de financiamiento si un cliente quiere enviar de una vez la documentación a través de esas plataformas.

En el 2017 se esperaría que se vean iniciativas que respondan más seriamente a esos dos desafíos. ¿Quién lo hará? Está difícil. Es año electoral y por hábito acá no se habla de propuestas, sino que pasan tirándose huevos y tomates podridos unos a otros.