El síndrome de celulares y tabletas con las pantallas quebradas

Nos pasamos maltratándo los celulares y ahora las tabletas todo el tiempo, a tal punto que le hacemos lo que a ningún otro dispositivo electrónico: a nadie se le ocurriría quebrar el monitor de su computadora o su televisor, por ejemplo.

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Hoy en la mañana venía en el autobús, el cual seguía una hilera de vehículos, pegado en la típica presa de siempre y la normal de diciembre, por los caminos de pueblo que hay entre Heredia y San José en una época en que deberíamos tener carreteras de ciudad.

Delante iba una muchacha leyendo en una tableta —una escena cada vez más común— que llevaba la pantalla quebrada: una rama de árbol, seca, cruzaba el vidrio desde la esquina inferior izquierda hasta casi la esquina superior derecha.

No parecía estorbarle de ningún modo. No sé. La verdad es que no le pregunté cómo hacía.

Esto también ocurre con los celulares. Nos pasamos maltratándolos todo el tiempo, a tal punto que le hacemos lo que a ningún otro dispositivo electrónico: a nadie se le ocurriría quebrar el monitor de su computadora o su televisor, por ejemplo.

Y si bien eso le ha ocurrido a algunos, también se está convirtiendo en algo más común encontrarse usuarios que andan un smartphone último modelo o una tableta con la pantalla quebrada. (Conste que no es por el efecto visual de ese "protector" que simula el vidrio rajado de un móvil.)

Todo eso nos habla de uno de los síndromes que nos atacan a diario, con su plaga de síntomas que dicen mucho de cada uno.

Accidentes los hay, casi todos más por descuido de uno. No encontraba el protector de mi gusto. Caminé por un mall y en las tiendas y puestos de venta de accesorios no había uno solo que me gustara.

Un día coloqué el celular en el bolsillo de la camisa. Cuando me levanté del escritorio, y caminaba por un pasillo, se soltó el cordón de un zapato. Al agacharme a amarrarlo, el celular salió impulsado, deslizándose, como en un tobogán.

Lo vi caer en cámara lenta, imposibilitado a reaccionar por la sorpresa. Lo tomé del suelo, le sacudí el polvo y vi que atrás tenía un rayón.

Creí que no era nada. Varios días después dejó de funcionar, pues por ese rayón se le metió humedad. Al nuevo celular le compré un protector. Lección aprendida.

Eso no es nada comparado a lo que se ve por ahí.

El registro de desastres móviles incluye a más de uno que ha lanzado un celular desde una gradería en el estadio. Otro a quien el teléfono se le dobló con la curvatura de su trasero, de tanto que lo andaba en la bolsa del pantalón porque se lo dejaba ahí cuando se sentaba.

Todavía tengo la imagen grabada en mi mente de un iPhone 6S de un amigo cayendo al suelo en el vestidor del gimnasio la semana pasada, después de haberse librado de que le cayera encima una pesa de 50 o un plato de 45 en la sala de ejercicios.

Una vez le vi el celular a una amistad que tenía la parte de atrás tan sucia y pegajosa como la mesa de un pupitre llena de chicles por debajo.

También se ven pantallas grasientas, de gentes que parece que chatean o guazapean con los mismos dedos con que agarran la pieza de pollo frito que se están almorzando.

En los viejos tiempos de los celulares sencillos, habían quienes llevaban un móvil al que le faltaba una pieza del teclado, la antena o el botón del volumen.

Tantos y más percances se deben a que —como me decía una amiga que me contó algunos de estos casos que vio en un taller de reparación de celulares donde llevó el suyo— hemos incorporado él teléfono móvil y también la tableta en todo lo que hacemos durante todo el día, sin un solo momento de tregua.

Lo confirma el estudio de El Financiero de Red 506, que dice que el 71% de las personas del Gran Área Metropolitana usan su móvil todos los días y durante todo el día.

En los nuevos tiempos, los de hoy, hay quien borra una aplicación y hasta el sistema operativo, sin que nadie pueda explicarse cómo. Todavía menos se acuerda el propietario cómo fue llegó ahí, pues mínimo debió confirmar lo que hacía.

Los hay algunos que llegan a aflojar la ranura del cargador, el conector de audífonos, los botones de volumen y hasta alguna pieza interna, y sin abrirlo.

Los curiosos no tienen la capacidad para contenerse y precisamente son capaces de abrir un smartphone, estropearle un componente -aparte de la garantía- y perder los tornillos (cuando los tiene), aunque vengan tan sellados como la conciencia antes de la confesión de Semana Santa.

Están los que lo colocan prensado entre su oreja y un hombro, hablando mientras están frente a un orinal y cuando terminan tienen que juntarlo del charco que se forma a los pies de tantos que van ahí.

Y estos puede que parezcan casos extremos. Pero hay más que no son mejores y que seguro Usted ha visto y recuerda.