Elijo al que me dé buen servicio: taxis rojos, informales o don Uber

A los usuarios lo que nos interesa es que nos den un buen servicio, puntual, decente y por el precio justo, ya sean los taxis rojos, los informales, los del super del barrio, los porteadores o don Uber.

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El sábado en la mañana salí del supermercado con las bolsas de la compras y no había un solo taxi. Claro está, uno piensa en esos momentos en todas las cosas que se deberían mejorar, en especial ahora que anda por ahí don Uber.

Por dicha el taxi que llegó al rato y era uno en muy buen estado. El chofer amable. De buena conversación. Siguió la ruta que le pedí y hasta agradeció que le redondeara lo que tenía que pagar.

Claro, la calle estaba repleta de tránsito y si empieza a buscar los cincos del vuelto nos daba Semana Santa ahí. Además, yo tenía que bajarme, ir a dejar las compras, guardarlas y salir disparado a hacer otros mandados antes del mediodía.

(Pagar en forma electrónica vía app o tarjeta sería mucho mejor señores taxistas.)

No siempre se encuentra uno con alguien amable. No siempre se encuentra uno con un taxi en buen estado. No siempre se encuentra uno con alguien que, incluso, tenga vuelto.

Primero, cuando uno los necesita, los taxis rojos no aparecen. Llama a la central y si le responden con rapidez, es por mucha suerte. Si el taxi asignado llega a tiempo, también.

Segundo, que el taxi esté en buen estado, cuidado, aseado, con asientos cómodos, que huela bien, sin puertas trabadas o que se cierren como debe ser, es una lotería.

Y no son pocas las veces en que la vestimenta, el aseo y los modales del chofer dejan mucho qué pensar. Si es que la maría o taxímetro no anda alterado.

(Ahora hay una forma de comprobarlo: una app que uno activa al iniciarse el viaje y con el que comprueba si lo que cobran es lo debido.)

El servicio de transporte público, tanto en su modalidad de taxis como de buses, carece de normas elementales de calidad. Eso se intuye. Pero uno no termina de convencerse hasta que no se echa una caminada por alguna ciudad de verdad.

Ahora muchos viajamos, por trabajo o por turismo, y vemos que en otros sitios sí es posible un buen servicio. En otros tiempos, cuando nadie salía del país, hacer fila era nuestro orgullo y le decíamos a cualquiera que eso demostraba que éramos más civilizados. Nos quedamos ahí, congelados. El tiempo fue el que siguió su camino.

El Ministerio se escuda en que no recibe quejas, pero no tiene ninguna auditoría o monitoreo proactivo. Si lo tiene, no sirve para nada.

Como usuario hemos recurrido en momentos de urgencia al primer “taxi” rojo, pirata o porteador que nos ofrece llevarnos.

Los piratas nos han salvado en más de una ocasión. En muchas comunidades son prácticamente el único servicio que se atreve a entrar donde los taxis rojos no lo hacen.

En algunos supermercados hay servicios particulares que transportan a los clientes del barrio, ayudan a las señoras con las bolsas y están dispuestos a atender cualquier otro viaje que les soliciten los vecinos, adónde sea y cuándo sea.

Los “colectivos” también son salvatandas en los barrios donde el servicio de buses es tan malo que da pena decir que hay un servicio de buses.

La gente se arriesga a los piratas y a estos colectivos por la simple razón de que hay momentos en que no hay de otra.

La llegada de Uber demostró que muchas cosas soñadas en el servicio de taxis eran posibles. Nos hace ilusionarnos también con que algo así debería existir para el transporte de buses.

Promociones, buena atención, música según el gusto… del cliente, tarifa variable de acuerdo a la hora del día, presentación decente de los choferes y reglas claras de pago para ellos, pago electrónico a través de la app, información del transporte y posibilidad de calificarlo.

¿Qué hay cosas que no son como se dicen? Pero son mejor de cómo han funcionado con los taxis rojos y con los mismos informales.

Nada es perfecto. Ninguna solución.

Pero ojalá a Uber se le dé el permiso como lo tienen varias compañías de piratas que funcionan con el portillo legal de los porteadores. (De hecho funciona igual, solo que con los porteadores es una mampara y con Uber, basado en la tecnología, las reglas se cumplen al pie de la letra.)

Ojalá se le diera el permiso también a Lyft, la competencia de Uber, o a culquier otro servicio similar, global o local.

Ojalá le den permiso al que lo solicite y cumpla los requisitos. Porque la solución está en exigir condiciones mínimas a todo vehículo de transporte público y a sus choferes.

El problema no es la tecnología ni una compañía en particular: es la cultura, las formas de operar y algunos pocos que no quieren que las cosas cambien y que piensan que pueden detener el cambio.

Al final de cuentas la realidad se impondrá. Bien por las autoridades que entendieron que con Internet no hay bloqueo que sirva y que ahí impera la libertad de escogencia. Los usuarios hace rato lo entendimos así, lo practicamos así y lo exigimos así.

Porque en esto, hable usted con cualquier taxista. Muchos simplemente no han sentido el cambio en el mercado desde que entró Uber. Lo cual tiene dos maneras de verse.

O que no hay tanto de que temer y solo se trata de un pulso de los dirigentes del gremio.

O que los taxistas no se han dado cuenta de los cambios que deberían ir introduciendo para mejorar el servicio.

A los usuarios lo que nos interesa es que nos den un buen servicio, puntual, seguro, decente y por el precio justo, ya sean los taxis rojos, los informales, los del super del barrio, los porteadores o don Uber.