¿Hackeo bueno, hackeo malo?

La tecnología aumenta las comunicaciones y la automatización de operaciones; y deja una huella de todo lo que se haga que puede salir a la luz si alguien infiltra los sistemas y empieza a hacer travesuras. Eso sí, el travieso será valorado según el cristal con que se le mire.

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La tecnología aumenta las comunicaciones y la automatización de operaciones; y deja una huella de todo lo que se haga que puede salir a la luz si alguien infiltra los sistemas y empieza a hacer travesuras. Eso sí, el travieso será valorado según el cristal con que se le mire.

El hacking para demostrar habilidades computacionales dejó de ser un juego hace mucho tiempo: el ejemplo clásico era Kevin Mitcnik, que fue condenado y luego se convirtió en asesor de tecnología.

Hoy se utiliza el hackeo para robar información con el fin de realizar fraudes financieros (a estos se les conoce como cracker); para probar sistemas de empresas e instituciones y recomendar medidas de seguridad informática ("hacker de sombrero blanco"); para acciones políticas (ver Anonymous); o para obtener información y revelar lo que alguien quiere que nadie sepa (WikiLeaks).

Andrés Sepúlveda es un hacker latinaomericano experto dedicado al trabajo sucio de infiltrarse en los sistemas informáticos de candidatos y partidos de izquierda o centro izquierda, de revisar sus sitios web y de provocar rumores cibernéticos capaces de voltear en su contra a la opinión pública en los respectivos países. En Costa Rica habría realizado un trabajo que cualquier Millennials de por aquí haría a menor precio, aunque seguro por haber sido una labor "normal" no ayudó mucho.

¿Un buen peón global al servicio ciertos candidatos o un pegabanderas de la era de Internet?

Navinder Sarao, un desconocido informático de Inglaterra, infiltró los sistemas de la Bolsa de Nueva York. Con un software especializado emitía millones de órdenes de venta de acciones en milésimas de segundo, provocaba que sus precios cayeran, generaba la reacción de otros operadores de bolsa con lo que los precios caían más, anulaba las órdenes instantes antes, y compraba las acciones. El Departamento de Justicia de Estados Unidos lo acusa de ganar más de $42 millones entre 2010 y 2014.

¿Un valiente que dejó chingos a los yuppies de Wall Street, un simple ladrón al estilo de El Lobo, o una víctima de los cuerpos de seguridad que lo tienen de chivo expiatorio como dicen sus vecinos?

Y los Panamá Papers mostraron que había un bufete con una misión, funciones y operaciones muy particulares en el país vecino. En este caso la filtración reveló una lista de 113.000 firmas mencionadas en más de 11 millones de documentos de la firma de abogados Mossack Fonseca.

VEA TAMBIÉN ¿Quiénes son Mossack Fonseca? Una firma de abogados discreta y con millonarios clientes

Los clientes de Mossack Fonseca seguro están pegando el grito al cielo contra la infiltración.

En las empresas e instituciones también se debe estar hablando de cuáles medidas de seguridad informática se deben adoptar, pues ahora hasta un correo sobre la limpieza de las ventanas de las oficinas puede ser interpretado de falta de transparencia y de que algo se está ocultando.

Evidentemente, el problema es que los hackers o crackers siempre tendrán la capacidad de superar las barreras: inventada la tecnología, inventada la forma de burlarla.

Legalmente el asunto es claro.

Sepúlveda está en prisión; Sarao extraditado a EE. UU. para ser procesado en los tribunales; Julian Assange y Edward Snowden (considerado por no pocos un Robin Hood de la era cibernética) están en una situación complicada, pese al espaldarazo de las Naciones Unidas hace poco; y el que llevó los Panamá Papers al diario alemán diario Süddeutsche Zeitung todavía es un desconocido, por razones obvias.

Para la dividida y heterogénea opinión pública cada uno de ellos fue, es y será héroe o villano según una variopinta mezcla de razones y de cristales personales.