Las dos crisis de las redes sociales y la ‘cultura’ de la cancelación

Las redes sociales reflejan el tipo de sociedad que vivimos, son nuestro espejo y si hoy son tóxicas, y potencian el mal gusto y el odio, es porque algo ocurre a nuestro alrededor en el mundo real.

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Un tuitero llamado Roberto Candelaresi hizo un hilo y cuenta una historia de un buzo, su hija y unos delfines.

Ficción o no, el hilo conmueve tanto como las experiencias con mascotas que agregaron otros usuarios. La mayoría de las réplicas fueron positivas, agradeciendo haber compartido el relato.

No faltaron detractores (los copio tal cual):

—”lindo relato, ke bueno su dealer de alucinogenos.. recomendable”

—”Y... en el medio del mar era mas probable encontrar un buzo que a un oficinista”

—”Que montón de mierda en estos tuits inventando cosas que jamás ocurrieron”

—”No me creo nada. FAKE DEL DÍA”

Uno de los tuiteros solo tiene un seguidor y los otros apenas llegan a los trescientos entre ellos.

Es lo normal actualmente: que personas o cuentas que se supone que son de personas y no bots o gente pagada para atacar a otros (troles), con muy pocos seguidores o casi ninguno, se dediquen a despotricar, descalificar y amenazar desde cualquier trinchera.

El problema no es criticar. La crítica motiva el cambio, aprendí alguna vez. Se puede hacer crítica en cualquier profesión y oficio: académica, científica, filosófica, técnica, deportiva, laboral, legal o de cualquier actividad. Es más: la crítica “sana” es retroalimentación.

Existió, entonces, una crítica mala, la negativa o destructiva. La que no aportaba. Alguna con mala intención y otra sin ella. En estos casos, las partes terminaban tomando un café o unas frías.

Solo que, lo que vivimos hoy, dentro y fuera de las redes sociales es más bien la cultura de la cancelación. Es anular al adversario.

¿Usted sabía que, en este mundo actual, es adversario de alguien a quien no conoce —y quién tampoco lo conoce a Usted— tan solo por lo que opina o por su forma de peinarse?

Veamos el ejemplo de algunos destacados jugadores del fútbol tico, como Bryan Ruiz y Johan Venegas, que han vivido un calvario en redes sociales e incluso en el partido de despedida de la Sele contra Nigeria. Nadie merece ese trato y menos con su historial.

Bryan Ruiz, por ejemplo, tiene ocho juegos en dos Mundiales y anotó dos goles, ambos en Brasil 2014 y como delantero. El que más recuerdo es el gol de cabeza contra Italia.

En las actuales eliminatorias a Qatar, pese a jugar como volante y a que no fue titular en la mayoría de partidos, contabiliza dos goles más. Lleven la cuenta.

Esos cuatro goles se suman a otras siete anotaciones en las copas Centroamericana, América y de Oro entre 2015 y en la eliminatoria a Rusia 2018.

La estadística me indica que tiene 29 anotaciones en diferentes juegos oficiales y fogueos.

Con la Liga Deportiva Alajuelense tiene once anotaciones desde su llegada en 2020. En las dos últimas tiene menos, lo cual está más relacionado con los problemas del equipo y su dolencia en la espalda que lo sacaron de titular.

El registro de Bryan incluye 26 goles con el Gent, 35 con el Twente, 12 con el Fulham, 5 con el PSV, 12 con el Sporting CP y 24 en su primera etapa con la Liga entre 2003 y 2006.

Ninguno de los detractores tiene nada de esos registros, más allá de la cantidad de veces haciendo zapping o alguna voltereta en una mejenga con amistades.

Venegas, un jugador que nunca me convenció, lo confieso y tal como lo he dicho en redes (como en los casos de Pemberton y MacDonald). Aclaro que soy liguista. Y sus números me mandan a callar.

En sus equipos: con Montreal hizo tres anotaciones entre 2015 y 2016, dos con Minnesota al año siguiente, 44 con Saprissa al regresar al país y con la Liga tenía 15 goles antes de irse a Canadá y lleva 35 goles desde que regresó en 2020.

Con la Sele tiene siete goles. Su deuda es en esta eliminatoria. ¿Cuál podría ser la razón? ¿La posición en que lo colocan y las funciones que le asigna Luis Fernando Suárez?

Tal vez sea un jugador más localista, aunque en ESPN siempre recuerdan que es el goleador del torneo centroamericano.

¿Vale la silbatina y la gritada que le dieron en el partido de despedida contra Nigeria en el Estadio Nacional frente a su familia?

Incluso si fuera por los goles, Joel Campbell (seis anotaciones desde 2014 con la Sele) muestra menor rendimiento y es un ídolo de la prensa deportiva y de la afición. Qué dicha por él y por su familia, que no tiene que soportar los insultos (hasta donde sabemos).

Con sus clubes no tiene mucho: cuatro con Monterrey, ninguno con Frosinone, dos con Real Betis, tres con Sporting, uno con Arsenal y uno con Villarreal.

Sabemos, sin embargo, que juega más para otros, para los que hacen las anotaciones, los 9.

Y sabemos que su gol contra Nueva Zelanda nos tiene en Qatar, que será clave en los juegos contra España, Alemania, Japón y ojalá en los que sigan, y que será el veterano —a la par de Celso Borges— para las siguiente eliminatoria.

Su recorrido tampoco lo tenemos quienes nos echaremos en el sofá a ver los partidos del Mundial.

Ahora bien: aunque uno no tenga esa experiencia, puede y tiene la libertad para criticar. No para insultar.

Menos para amenazar, como a una actriz colombiana por su acento en un programa producido en México. Y, más increíble, amenazada ella y su hijo de nueve años.

Los ataques son más enconados contra las mujeres, de acuerdo con un estudio del Observatorio de Comunicación Digital, una iniciativa de la Universidad Latina de Costa Rica.

El último informe, que abarca el periodo del 9 de agosto al 6 de noviembre 2022, mostró la continuidad de la violencia en redes sociales contra figuras políticas femeninas en puestos de ministra, diputada, vicepresidencia y afines, enfocada en desvirtuar o descalificar a priori las ideas o propuestas de las mujeres en política.

Hay múltiples ejemplos de cómo las redes sociales se convirtieron en un “caos completo”. Esa es su primera y principal crisis. La otra es la del modelo de negocios, pero esa solo le interesa a Mark Zuckerberg y ahora a Elon Musk.

El principal fenómeno que estamos viendo —la cultura de la cancelación desde cualquier creencia política, racial, deportiva, religiosa, de género o cultural— es también la razón principal por la que los magnates de Facebook y Twitter y sus plataformas reciben cuestionamientos desde todos los ángulos y, por cierto, pierden suscriptores y dinero.

Haga un comentario que un colectivo considera un ataque en su contra —como le pasó a la escritora colombiana Carolina Sanín, a quien le cancelaron hasta los libros que estaban listos para imprimir en una editorial— y se le lanzarán encima.

La cultura de la cancelación dice que hay que ser políticamente correctos, que no se puede ni criticar a los propietarios de las mascotas que las pasean todas las mañanas y no recogen los excrementos que dejan a la entrada de casas ajenas, porque te cancelan en automático.

Las editoriales, la industria de la música y la del cine hoy revisan con lupa si en una novela, una canción o un film hay algo que pueda ser cuestionado hasta por los defensores de las hormigas.

Si eres conservador entonces estás o debes estar contra las causas sociales, raciales, de género o ambientales. No hay medias tintas. Si tienes medias tintas con alguna de esas causas, te cancelan.

Si no eres conservador, tienes que ser Woke: es otro nuevo tipo de conservador, que aboga por diferentes causas sociales, raciales, de género o ambientales. Pero “debes” ser políticamente correcto con ellas: no puedes criticar o insinuar nada en contra de esas causas ni contra sus desaguisados (que los tienen: nada es puro).

Woke también es no manifestarse ni decir nada contra los del primer grupo, para no exponerse. (De ahí que hay diputados que confunden un listado de actividades con ser oposición.)

Las redes no fueron así en su nacimiento. Surgieron para ponernos en contacto con las amistades y familiares que teníamos años de no ver, de no saber nada de ellos.

Las opiniones no importaban, nadie las decía, porque lo central era —y así lo entendimos— volver a encontrarnos con otras personas sin importar los caminos que cada uno sigue o siguió en su vida.

Fueron las plataformas para gritar las libertades que durante años, décadas y siglos se soñaron en muchos países, como con la Primavera Arabe.

Son plataformas para dar a conocer, por ejemplo, autoras y autores de best seller que no cuentan con el favor tradicional de los críticos literarios, quienes todavía reaccionan con purismo añejo ante el género, sin preguntarse a fondo por qué esos libros y esas novelas venden millones y le gustan tanto al público.

El mal no está en las redes sociales como plataformas. Un vehículo sirve para transportarse, aunque también contamina y si causa muertes es por falta de pericia de su dueño, un fallo mecánico (probablemente por descuido de su propietario), irresponsabilidad del conductor o conductora y hasta de un peatón que se atravesó. Lo mismo ocurría en la época de las carretas jaladas por caballos.

Todo eso puede arreglarse (con vehículos menos contaminantes y ojalá eléctricos o de hidrógeno). Lo de los dueños y conductores es punto aparte, precisamente como ocurre con las redes donde cada quien es propietario y responsable de su cuenta.

Las redes reflejan a la sociedad, lo sabemos, y la polarización extrema de los últimos años.

Una década después del boom de las redes sociales, nos salimos de los grupos de WhatsApp porque se volvieron insoportables cuando no inoportunos.

Quitamos las cuentas o disminuimos la actividad al mínimo (solo para recuperar recuerdos) en Facebook, porque aquello era un campo de batalla campal.

En Tik Tok tuvieron que eliminar más de 100 millones de videos que incurrían en ilegalidades (la mitad por pornografía infantil) y a esa red social le llueven críticas por sus políticas de datos personales y las consecuencias emocionales tienen sus publicaciones de los usuarios en los más jóvenes.

Y con Twitter —aunque se crea que es indispensable y se olvide que un día viviamos sin ella— muchos tenemos nostalgia de los viejos tiempos y no pocos esperan que alguien le ponga el candado y la cierre, como solución final para que se acabe la intoxicación cotidiana.

¿Será la solución o debemos decir, como el recordado Pilo: “apague y vámonos”...?

Solo recordemos que así es el mundo y que, como decía la escritora francesa Marguerite Duras, en todas las épocas hay fanáticos dispuestos a abrazar la moda extrema de su momento.

Al resto nos queda no hacerles caso, verificar siempre lo que leemos y pensar mejor a quién seguimos, a quién hacemos caso y a quién elegimos, sea del lado que sea.

No seamos parte de la gradería.