No hable al teléfono a todo galillo, por favor

Cuando uno se ve obligado a escuchar las conversaciones de otros

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Los buses son una lotería, como la vecindad, donde uno no puede escoger la persona que le tocará de compañía o en algún asiento cercano.

Aunque Usted busque con cuidado, la verdad es que no sabrá si topará con alguien escuchando música, WhatsApps o viendo videos sin audífonos.

O si es alguien hablando a todo volumen.

Si es alguien escuchando música o viendo videos normalmente está pregonando sus malos gustos, o al menos que tiene gustos totalmente contrarios a los de uno.

Si es alguien escuchando audios de WhatsApp o hablando a todo el volumen, pareciera que sufre una necesidad compulsiva para que todo el mundo se entere de sus asuntos personales.

El otro día, más bien ya de noche un viernes después del trabajo, iba de regreso a Heredia e intentaba leer un relato de Stephen King, uno donde un vehículo se come a la gente.

De pronto alguien, que venía exactamente en el asiento de atrás, empezó a hablar por teléfono.

¿Qué digo? Hablar, no. Más bien empezó a gritar.

“Yo soy ingeniero informático”, le dijo a alguien al otro lado de la línea y eso fue lo que me llamó la atención: cuando alguien usa su cargo, su profesión o su puesto para tratar de demostrar una verdad.

Hace mucho tiempo en unos de los primeros cursos en la universidad me advirtieron que cuando alguien usa su posición para imponer su versión la falacia que iba endosada se llamaba falacia de autoridad.

“Yo soy ingeniero informático, o casi: cuando me termine los cursos. Y le digo que si quiere comprar una computadora: hágalo, pero no se deje engañar”.

Por supuesto, era difícil saber qué le respondían.

“No sea tan bruto. No se deje engañar”, le repetía. “Una computadora de cuatro megas no sirve para nada. Si al menos fuera de ocho megas, estaría bien”.

El tipo le decía también que cualquier computadora podía leer un archivo PDF.

“Lo que se necesita es un software que se llama Adobe Reader”, y el carajo pronunciaba rAidar.

“Yo soy ingeniero informático, o casi, ahorita termino la carrera y me gradúo. Sé lo que le digo. No se deje engañar. Si quiere comprar una computadora: hágalo, pero no así”.

Hacía una pequeña pausa, donde supongo que la otra persona le argumentaba, y luego contraatacaba.

“Escúchame. Deje que termine la idea: si quiere comprar esa computadora porque está caliente, pues hágalo”, le repetía.

“Pero que no lo engañen. Una computadora de cuatro megas por ese precio, no. Compre algo que le sirva… Sí, esa es buena marca...”

Parecía como que no se daba cuenta que todo el mundo lo escuchaba. Simplemente iba consumido, gritándole a su amigo que no se dejara engañar.

El problema no es que él quiera dejarse escuchar. El problema es que los demás no deberíamos enterarnos a la fuerza de los asuntos de otros.

“Vea que en esos negocios solo buscan venderle cualquier cosa a uno por el simple hecho de venderle”, volvía a decir. “Pero, escuche, déjeme terminar la idea: si quiere comprar la computadora: hágalo y no se deje engañar así”.

Hay casos en que la conversación es sobre un pleito familiar. O de una pareja.

O a veces uno escucha a alguien llamando para decir que hay una presa enorme, que va tan atrasado que apenas va saliendo de Heredia (y vamos por Santo Domingo) o que ya casi llega y que va por Santo Domingo (y el bus va saliendo de Heredia).

“No se deje engañar… Sí, esa marca es buena, pero por ese precio puede conseguir algo mejor, una de más capacidad. Con cuatro megas no se hace nada… Escuche, déjeme que termine la idea. Soy ingeniero informático o casi...”, repetía y repetía.

La conversación había iniciado cuando el bus iba bajando por la Neón Nieto hacia el Virilla. Estábamos a punto de llegar a La Puebla, ya con Heredia a la vista, cuando se despidieron.

“Le consigo otros precios. Le mando otros modelos y precios para que compare. Déjeme terminar la idea. Le mando precios de otras computadoras y ahí Usted decide. Pero no se deje engañar. No sea bruto. Déjeme terminar la idea. Bueno, okay. Quedamos en eso”.

Y colgó. Solo que ahí no terminó.

Como gritaba tanto, yo me pasé a un asiento al otro lado y medio pude ver que buscó un número y llamó a alguien.

Por un momento pensé que iba a seguir con el mismo discurso a la misma persona.

“Le tengo un negocio. Vea cómo pienso en Usted. Hay un maje que está todo calentura por comprar una compu… Eso, yo le paso el número de él”, le dijo a alguien más.

“Ofrezcale una compu como de 270 mil colones. El mae ya está en una tienda viendo computadoras. Llámelo ya. Agarre ese negocio. Vea que el mae está decidido y solo tiene que amarrar esa venta. Ya le paso el número”.

“No importa… El mae está tan caliente que cae con una buena hablada. Lo que le pongan al frente lo compra. Tiene la plata en la mano. No importa que la compu sea usada”.

“Yo le dije que esperara, que le iba a mandar unos precios para que comparara, pero llámelo y agarre eso. El negocio es suyo. Vea cómo pienso en Usted”, repetía.