Pesadilla para retirar el paquete de la carrera olímpica, en el país del papel y las presas

Un simple trámite, que en otras ocasiones no dura ni diez minutos, se complica y dura más de una hora y media.

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Adriana y Jairo Rojas habían llegado desde Santa Bárbara de Heredia a la sede del Comité Olímpico Nacional (CON), en Coronado, a las 11 a.m. para retirar el paquete de la carrera olímpica que se realizará el próximo 12 de junio.

Ella estaba furiosa y le reclamó con fuerza al presidente del CON, Henry Núñez. Tenían ya dos horas ahí para llevarse la camiseta, el número de la carrera y una bolsa, y el número de su esposo Jairo no apareció.

Su primera sorpresa cuando llegaron -como la mía, media hora después- fue encontrarse una larga fila que cruzaba desde la entrada de la sede del CON hasta casi el portón de la salida.

- ¿Cuánto duraste?- le pregunté a alguien que iba pasando ya con su bolsa.

Volvió a ver su reloj de pulsera y nos gritó que tres horas. Otro pasó y nos dijo que dos horas. Uno más: dos horas y cuarenta y cinco minutos.

A la hora, ya más cerca de la puerta de entrada, pasó un corredor que contó a todo el que quisiera escucharlo que había llegado a las 9:30 a.m., que tenían una lista en papel sin orden alfabético y tardaban una eternidad buscando el nombre, que había que hacer otra fila adentro.

"La gente de Runners -la revista de corredores- me ofreció que si quería personalizar la camiseta poniéndole mi nombre", narró el hombre. "Les dije que ni loco. ¡Lo que quiero es salir de aquí!".

Cuando anunciaron la carrera del Día Olímpico nos entusiasmamos. Es una fecha ideal para correr una carrera de atletismo de 10 kilómetros, un mes antes de la mediamaratón Correcaminos.

Además, nos alegró que el CON fuera quien se arremangaba las mangas e impulsaba la carrera. Pese al precio, ofrecían una linda medalla y una camiseta patrocinada por una importante y reconocida marca deportiva internacional, lo que prometía.

Gabriela Traña, la fondista nacional, acompañó a Núñez en el anuncio. Solo quedaba inscribirse.

Y lo hicimos con buena anticipación a través de la aplicación móvil Move. Todo digital.

Hasta ahí.

Cuando llegamos a la puerta de la casa que fue del narcotraficante Caro Quintero, ahí mismo Núñez y otros muchachos buscaban los nombres de cada corredor y le decían el número que les correspondía.

Como había dicho el que duró tres horas, no había orden ni concierto en aquella lista.

La señora que buscó mi nombre no lo vio. Ya iba a pasar la página y le dije que estaba al final. Se devolvió y vimos que, efectivamente, ahí estaba.

-Su número es el 141- me dijo.

-No, ese no es. Es el 151.

Se volvió a fijar donde ella misma había hecho una marca ya.

-Ah sí, 151.

Pasé entonces a una sala donde uno se ordenaba en otra fila. O mejor dicho: en otras filas, cada una según el tamaño de la camiseta que se registró cuando se hizo la inscripción.

Estaba la fila de los small, de los medium, de los large y de los extra large.

Había gente con mascotas, con menores de edad, con sus padres ancianos, con sus novios y novias, con sus esposos y con sus esposas, con amigos y con amigas, y los que íbamos como las ánimas solas.

Adelante estaba una mesa con unos cartelitos para reclamar la camiseta, el número y la bolsa.

Eran las 12:36 p.m.

Una muchacha con muy poco entusiasmo nos recordaba que debíamos ordenarnos en la fila correspondiente y que al fondo estaba otra fila, la de los que no encontraban el número. Eso me dio mala espina.

En la mesa unos señores y varias muchachas se afanaban en buscar números y entregarlos junto con la camiseta -se podía pedir de varios colores, los de los anillos olímpicos- en una bolsa plástica.

Pero había mucho desorden y la fila de los M tardaba una eternidad. El número de alguien no aparecía. Era Jairo Rojas.

Desde atrás se observaba que todo el mundo manipulada los puños de números, que se mezclaban los números y que no era de extrañar si el de uno aparecía entre los de XL.

-Yo no he durado tanto- dijo una muchacha a un carajo que iba detrás mío.- Solo llevo una hora. Creo que la fila se movió más.

La gente se equivocaba de fila. Alguien se metió en la L y le correspondía la XL. Otra era de la S y se metió en la de la M. Alguien más vio que la fila de la S era más corta, pero debió devolverse a la de la M, que estaba detenida.

Le pregunté a la encargada de ordenar la fila que porqué la M duraba tanto. Se acercó a la mesa, le dijo algo a alguien y salió por otro lado. No se acercó más.

Cuando al fin llegué a la mesa, Jairo seguía ahí.

-¿Cuál es su número?- preguntó una muchacha.

-El 151- respondí.

La vi que empezó a buscar en un puño donde pasó del 47 al 305 y seguían los de números más altos.

En eso Jairo buscaba su número en otro puño y vi de reojo que los números iban del 148, 149, 150 y... 151.

-Ahí está el mío- atiné a decir.

Me lo entregaron, lo mismo que la camiseta que elegí y después de firmar me hice atrás. Ahí estaba Adriana, hablando con Henry Núñez. Hablando es decir mucho: los reclamos no terminaban.

Cuando pude acercarme, me identifique y le pregunté a Núñez que porqué tanto desorden.

-¿Cuál desorden?- respondió Núñez.

-Este.

-No veo ninguno.

-Don Henry, para mi última carrera recogimos el paquete en un local deportivo muy pequeño en la Avenida Segunda y, a pesar de eso, no duramos ni diez minutos.

-Es que son voluntarios- me dijo primero, cediendo ya un poco.- Pero, sinceramente, ahorita no sé porqué. No te lo podría decir.

Cuando me devolví encontré a Adriana y a Jairo y les pregunté por la solución que les habían dado.

-Me dijeron que llevarían el número a mi trabajo- respondió Jairo.

Salí de ahí y miré el reloj: 1:10 p.m. Había tardado una hora y 40 minutos.

El bus de vuelta a San José recordé con otro corredor que fácil había sido retirar el paquete para La Candelaria, en febrero, y para la carrera de La Paz, en mayo. Lo mismo en el Reto Powerade y en la Correcaminos del 2015, donde él había colaborado en la entrega de paquetes.

Me contó que con La Candelaria el único problema había sido que los números llegaron tarde. Pero ahí se usaron computadoras y un sistema para buscar al corredor. Después de ese inconveniente, todo había sido muy rápido.

Cansado, sin almorzar, con una centena de minutos de haber estado de pie, ahora solo tenia que ver cómo me iba con las presas en Tibás, Santo Domingo, La Puebla y en la entrada de Heredia, al final de una semana de congestionamientos de tránsito que no olvidaremos fácilmente en este país.