La amistad, recurso escaso

in embargo, la amistad en el trabajo puede ser comprometedora, porque implica riesgos, y sobre todo un esfuerzo adicional, hasta convertirse en un apoyo incondicional.

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Camaradería, solidaridad, compañerismo, son todos ellos rasgos propios de un clima laboral sano; pero pocas veces lo es la amistad. Conocer algunos de sus rasgos puede ser suficiente para comprender por qué es un recurso escaso, del cual Cicerón sentenció: “En verdad que no sé yo si los dioses inmortales habrán dado a los humanos alguna otra cosa mejor que ella”.

Para Aristóteles hay tres tipos de amistad: la que surge de la virtud, la que brota de la utilidad y la del placer. Tomás de Aquino considera que la primera es la más honesta, porque los otros dos tipos tratan sobre los bienes materiales, o los apetitos desordenados. De hecho, no es poco frecuente encontrar relaciones laborales que acaban cuando se cierra un negocio: esa es una amistad de utilidad. También hay relaciones profesionales que se prolongan hasta un almuerzo con buen vino, pero no más allá: esa es la relación de placer. No obstante, son contadas las relaciones laborales que trascienden un proyecto o unas cervezas, para centrarse en las personas: esa es la amistad que emerge de la virtud. Como dice un adagio antiguo: “La amistad contraída entre las copas con frecuencia resulta de vidrio”.

Para Karol Wojtyla, quien sería después Juan Pablo II, hay tres fases para la amistad: primero, la simpatía, que es sentir “con” el otro (ej. reír juntos); segundo, la empatía, que es sentir “en” el otro (ej. compadecerse); y tercera, la amistad, que es “amar” al otro (ej. darse). Solo después del amor de amistad, tiene cabida a un amor de noviazgo, o un amor conyugal; pero nunca antes. Además, en su tesis doctoral Wojtyla sostiene que la simpatía no es requisito indispensable para forjar una amistad: basta mirar algunas culturas europeas donde los lazos fuertes prevalecen a pesar de la ausencia de un humor como el latino.

¿Tiene sentido la amistad en el trabajo? Solemos hablar de “coaching”, “mentoring”, “shadowing”, y otros métodos para ayudar a las personas con quienes trabajamos, para optimizar el desempeño, compartir experiencias profesionales o simplemente orientar a otros. Sin embargo, la amistad en el trabajo puede ser comprometedora, porque implica riesgos, y sobre todo un esfuerzo adicional, hasta convertirse en un apoyo incondicional. En todo caso, la amistad no es para todos, porque “Los amigos no se buscan, se encuentran”.

La virtud es una disposición moral para hacer el bien, y numerosas frases populares permiten entender la suprema bondad de la amistad, que se pueden aplicar al ambiente laboral: “hablar con un amigo es como pensar en voz alta”, “hablar como con otro yo”; “la amistad es no sentirnos juzgados”, “ser apreciados como somos”, “sin etiquetas”. Incluso el libro del Eclesiástico reza así: “Nada vale tanto como un fiel amigo; su precio es incalculable”. Así pues, la amistad es un gran tesoro, que implica un especial esfuerzo para profundizar en ella. Tal vez la pandemia no ha llegado a su final, pero ya sí ha llegado el tiempo de reencontrarnos con aquellas personas que queremos de verdad, o a quienes queremos conocer a fondo.

En resumen, a pesar de lo maravillosa que puede ser una relación de amistad con nuestros colegas de trabajo, hay quienes piensan: “Vine solo al mundo, vivo solo, y moriré solo, ¿para qué necesito un amigo?”. Esta frase es falaz “per se”, porque el ser humano no puede nacer o criarse en soledad, pero expresa el sentir que durante esta pandemia ha brotado en algunas personas, como fruto del aislamiento y las muertes que han cercado nuestras vidas. Ahora que nos acercamos a un nuevo año y empezaremos un progresivo incremento de nuestras dinámicas sociales, quizá sea un buen momento para repasar si hemos descuidado a nuestros amigos; o si hemos dejado de hacerlos, porque preferimos continuar en soledad.