¿Tiene la crisis de la edad madura?

La que solemos llamar como “la crisis de los 40s”, está caracterizada en gran medida por una ansiedad existencial.

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Según Peter Drucker, la mayoría de los ejecutivos se aburren de ejercer su profesión en torno a los 40 años. Para romper la rutina, sugiere tres caminos: empezar una nueva carrera, desarrollar una carrera paralela, o emprender socialmente. Aunque siguen vigentes estas ideas que planteó hace casi dos décadas en su clásico artículo “Gestionarse a sí mismo”, los tiempos han cambiado: lo que él llamaba la “segunda mitad de la vida”, hoy es más reconocida como la crisis de la mediana edad (“middle age crisis”, en inglés). Sus manifestaciones en cada persona son distintas: incluso hay diferencias sustanciales entre hombres y mujeres. No obstante, hay algunos patrones comunes que vale la pena comprender.

Más allá de los cambios físicos, existen otros que se refieren a la autopercepción de la vida. Por ejemplo, puede brotar una frustración vital ante “lo que se podría haber sido”, pero nunca sucedió. Este tipo de tristeza es un sentimiento de impotencia y culpa que surge al advertir que el pasado es imposible de modificar, por bueno o malo que fuese. Hay quienes injustamente comparan su éxito y realización con otras personas, minusvalorando lo conseguido en la vida propia, aunque para otros sea objeto de admiración.

Esta crisis es una fusión de muchas emociones, algunas de ellas buenas, pero otras no tan sanas, como la depresión, la ansiedad, o el estrés. Hay quienes dicen que la depresión es exceso de pasado, la ansiedad es exceso de futuro, y el presente es exceso de estrés. Sin embargo, la que solemos llamar como “la crisis de los 40s”, está caracterizada en gran medida por una ansiedad existencial. En ocasiones la decisión de resolver ese problema es hacer cambios abruptos –le llaman crisis–, y tratar de conseguir todo lo que hasta la fecha no se ha logrado. Por ejemplo, hay quienes se ejercitan como nunca antes lo habían hecho, aunque eso signifique dar la espalda a la vida familiar o, paradójicamente, poner en riesgo aquello mismo que pretenden cuidar: su salud. También suelen aparecer cambios drásticos de imagen (ej. cirugía estética), modificaciones severas en los hábitos de alimentación, separaciones, divorcios y rupturas emocionales serias.

A veces se trastoca la escala de valores que había regido todas las dimensiones de la vida y se renuncia a esa dimensión moral, a cambio de expectativas y sueños difusos, quizá inalcanzables. Todo esto suele impactar en la vida personal y profesional: voces interiores reclaman un cambio radical –“ahora o nunca”–, para construir un futuro en función de la presión social, y satisfacer los paradigmas de éxito predominantes (ej. pertenecer a un estatus). Sin embargo, para emular esos estereotipos, hay que alienarse y renunciar a la propia esencia, lo que siempre ha definido la identidad personal, y que de alguna manera ha sido un camino seguro hacia una cierta tranquilidad interior (ej. ser optimista).

Un futuro prometedor. Mientras “adolescencia” se refiere al joven que crece, “adulto” se refiere a ese joven que ya creció. Ambos son procesos de cambio en los cuales se experimenta un cierto dolor. La diferencia es que en la madurez ya hay un camino interior que se ha recorrido. A esas alturas de la vida, se debería ser capaz de entender que lo que calma la ansiedad no son necesariamente la cantidad, el número o los resultados tangibles; sino que muchos momentos se “miden” por su intensidad, dejarse asombrar, amar y comprender. La felicidad se conquista por instantes, no es un “todo o nada”. El desgaste físico, las lágrimas, las arrugas y las canas, son muchas veces consecuencia de haber dedicado la vida a causas nobles (ej. educación, familia). Reflexionar sobre la causa de esas heridas y rasguños, puede revitalizar la ilusión de seguir construyendo un proyecto de vida que está a medio terminar. Además, la crítica relacionada a asuntos más existenciales no es algo malo, sino que más bien denota madurez: sin ella no habría cuestionamientos. Lo importante es criticar con lealtad y honestidad, también en lo referente a sí mismo.

Los “resortes intrínsecos” –también espirituales– que en el pasado movieron al compromiso con empresas, personas e ideales, son los fundamentos de un edificio que apenas está empezando a adquirir altura. Esas bases sólidas son las que deberían motivar cambios estratégicos, en la vida personal y en la profesión: transformaciones paulatinas en hábitos y estilos de vida, saludables para la mente y para el cuerpo, con un propósito de largo plazo. Por ejemplo, hacer ejercicio con moderación, reinventar los tiempos en familia, recobrar el interés por la lectura, emprender nuevos estudios, desenterrar pasatiempos antiguos o buscar nuevos, sonreír con los seres queridos, recordar historias del ayer, viajar con propósito. Toca convencerse de que lo logrado en el pasado no fue en vano, y que aún quedan varios años de vida antes de coronarla con las últimas piedras.

Finalmente, “la crisis de los 40s” no tiene por qué afectar a todos, ni tampoco aparecer en una edad concreta: puede desplegarse sutilmente en un intervalo amplio de la vida (algunos sugieren que va desde los 35 hasta los 65 años), o sencillamente nunca emerger de manera evidente. Ciertamente la madurez se alcanza con el tiempo, pero en cada uno ese tiempo es distinto. Una crisis puede florecer positivamente, si ayuda a rejuvenecer los anhelos porque, como afirman algunos, “los 40s son los nuevos 20s”,

Chesterton decía que la promesa es una cita con uno mismo en el futuro. A excepción de ciertas circunstancias excepcionales (ej. muerte, infidelidad), los grandes hitos de la vida se miden más por la manera en que son apreciados por uno mismo, que por la percepción que tienen los demás. Si el futuro se busca con paciencia –la vida enseña que más vale la constancia que la velocidad–, todo lo bueno llegará en mayor y mejor medida de lo que se creía. Corresponde entonces redescubrir las métricas adecuadas, calibrar los logros de la vida con una actitud menos cortoplacista y superficial, por una visión más trascendente, y tomar perspectiva, conscientes de que lo mejor está apenas por empezar.