Bob Dylan, Bill Gates y los tipos de impuestos

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“El hombre puso nombre a los animales”. Todos los fanáticos de Bob Dylan reconocemos la canción escrita por el ganador del Premio Nobel de la literatura, perteneciente al álbum denominado Slow Train Coming, del año 1979.

Aunque ríos de tinta se han despilfarrado discutiendo el significado de su letra, lo cierto es que su título y estribillo ejemplifican el afán del ser humando de buscar categorías y unificar conceptos según las similitudes de los sujetos (o conceptos) de estudio.

Los impuestos no han sido inmunes a esta necesidad y tanto para su estudio como para su aplicación se han dividido en distintos tipos.

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Para arrancar, vamos a enfocarnos en dos categorías: directos e indirectos; principalmente porque esta división conceptual es vital para digerir los proyectos de ley que actualmente se discuten en la Asamblea Legislativa.

Grosso modo, los impuestos directos se aplican sobre la capacidad económica de los contribuyentes, es decir, directamente sobre su patrimonio o sus rentas. Por ejemplo: el Impuesto sobre las utilidades.

Bill Gates pagaría un monto infinitamente mayor de impuestos directos que el suscrito, dado que por el momento (wishful thinking) su patrimonio es muchísimo mayor que el mío.

En mi reciente compra de una bicicleta, nadie me preguntó si yo tenía acciones de Microsoft, pues el hecho de consumir es el punto de partida del cobro del IVA. En este caso Bill Gates y yo pagaríamos el mismo 13% de impuesto.

Esta comparación entre lo que pagaríamos el fundador de Microsoft y Manrique Blen en ambas categorías ejemplifica el impacto práctico de esta división conceptual e invita a preguntarnos: ¿Debería la reforma fiscal enfocarse en los impuestos directos o indirectos? ¿Cómo garantizar impuestos indirectos justos?