Estaban sin trabajo, con hijos y deudas: fundaron Praliné Pastelería y hoy generan 12 empleos

Praliné Patelería está ubicada en Belén y vende tanto a cafeterías y restaurantes como a clientes finales en su local o por pedidos a través de redes sociales.

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María José Rodríguez y Jorge López estaban sin empleo, con hijos y un bebé recién nacido, y deudas por un emprendimiento fallido. Pero no se rindieron.

“Fueron días duros, de incertidumbre, pero de mucha fé”, dijo Jorge.

Empezaron poco a poco, fundaron Praliné Pastelería, ahora generan una docena de trabajos y tienen planes de diversificación de líneas, nuevos puntos de venta y ampliación de cobertura geográfica.

Praliné (viene del nombre de una golosina) produce tortas húmedas, postres y panes —incluyendo panes premium, pan hawaiiano y de masa madre, ciabattas y brioche para hamburguesas o tostadas francesas, rollos de canela y panes salados— para restaurantes y cafeterías.

Los comercializan también a clientes individuales en su local, ubicado en Belén Centro desde hace dos años, y a pedido en el Área Metropolitana, según las rutas diseñadas y en plataformas.

El producto estrella es la torta suspiro limeño. Varios de los productos son con recetas peruanas.

María José es de Lima, Perú. Desde joven a ella le atrajo la cocina. “Me llamaba mucho la atención la pastelería. Desde niña, desde que tenía doce años, me matriculaba en cursos de cocina y de pastelería. Y en diciembre vendía queques y galletas navideñas”, explica María José.

Cuando llegó el momento de profesionalizarse estudió para chef durante tres años y medio, con el apoyo de su tía Teresa (q.e.p.d.).

Cuando se egresó de la carrera de gastronomía y arte culinario de la Escuela Le Cordon Bleu en Lima empezó a trabajar en plantas de producción de pastelerías. Al segundo año, se presentó una oportunidad.

La antigua propietaria de Spoon, de origen peruano, se presentó en la Escuela para ofrecer un trabajo a estudiantes egresados interesados en venir a Costa Rica. La idea era encargarles del área de investigación y desarrollo con un contrato por cinco años.

Realizaron una selección de personal. “Siempre había soñado con conocer otros países. Y me atrae el lado artístico”, dice María José.

Ella trabajó creando productos con Spoon desde 2008 a 2020. Ahí conoció a Jorge.

Jorge es de San Joaquín de Flores, donde estudió la primaria e ingresó al Liceo Regional de Flores. Pero no lo concluyó.

Desde muy joven se planteó trabajar. Su padre, Eduardo, le consiguió un empleo en un taller mecánico propiedad de un primo, Vicente Picado, en Alajuela. Ahí estuvo ocho años hasta que en 2007 ingresó al Hotel Marriot atraído por el buen salario que recibía ahí un amigo.

En el Marriot empezó en la lavandería, ganando menos que en el taller. Su idea era ascender y lograr un ingreso como su amigo, que era mesero.

Cuando terminaba su horario normal, a las cuatro de la tarde, se cambiaba de uniforme y se iba a trabajar como ayudante de mesero. Además, empezó a practicar inglés. Se ganó el puesto. En eso se vino la crisis financiera del 2008.

Aunque la crisis era en Estados Unidos y empezó en el sector financiero, especialmente relacionado con el sector de hipotecas, el turismo disminuyó. El hotel empezó a adoptar medidas de ajuste. Todos los días realizaban reuniones. Al mismo tiempo se iba incubando otra oportunidad.

Al jefe de Jorge le ofrecieron un trabajo en Spoon. La empresa iba a impulsar unas cafeterías llamadas Grao By Spoon. El proyecto implicaba una inversión de $3 millones para ampliar la planta y triplicar la capacidad de producción. Las cafeterías Grao estuvieron abiertas por tres años.

—Quédate aquí en Marriot y sigue pulseando. Si no sale, tocame la puerta y te llevo conmigo— le dijo su jefe antes de irse.

En el hotel seguían las reuniones y la visitación mermaba más y más. Los turistas estadounidenses y europeos son muy sensibles ante los vaivenes del mercado. El exjefe de Jorge le dijo que le enviara el curriculum.

A los pocos días lo llamaron de recursos humanos de Spoon. Lo querían para el día siguiente.

Jorge les pidió al menos una semana para dar el preaviso.

Ingresó a Spoon como mesero. Llegó a capitán a cargo de un equipo. “Mi papá siempre me ha dicho que si iba a hacer algo, que lo hiciera bien”, recordó Jorge. La idea de emprender tampoco lo dejaba.

Cuando era niño, de unos ocho años, su padre traía melones, mangos u otras frutas de sus giras a Guanacaste o Limón, adonde viajaba periódicamente por su trabajo en Matra.

Jorge las empacaba en bolsitas y salía al barrio a venderlas.

Se dio cuenta que tenía instinto y sus destrezas para ventas. Aunque no había terminado la secundaria, estudiaba de forma autodidacta todo lo que encontraba sobre ventas y negocios. Y lo puso en práctica.

Tuvo varios emprendimientos: una heladería, una venta de ropa y una venta de comida a domicilio.

Cada fracaso no lo desanimaba. Lo empujaba a revisar lo que había fallado mal. Y se ponía a estudiar.

Sus futuros emprendimientos fueron ya cuando él y María José estaban juntos.

Se conocieron en una fiesta de Navidad de los empleados de Spoon en 2012 y se casaron cuatro años después. Para ese momento, Jorge ya era padre de Felipe (quien trabaja en Praliné en el área contable y administrativa) y de Nathan. María José también ya era madre de Daniel.

En parte por el impulso emprendedor y para agenciarse más ingresos, empezaron a producir y vender ceviche, primero, y después arroz con mariscos.

El arte era de ella. De las ventas se hacía cargo él.

Jorge los distribuía en su motocicleta. Ajustaron sus horarios. Se dioeron cuenta que los mejores días para ventas eran las quincenas de pago. Entonces iniciaron otra fuente de ingresos. No paraban.

Después Jorge empezó a prestar dinero. Vieron que era menos laborioso. Le iba bien. Los clientes aumentaban.

Entonces obtuvo un crédito, calculando que así podía ampliar este negocio y ganar más, por la diferencia entre la tasa de interés que le cobraba el banco y la que él cobraba. El problema fue que había muchos clientes que desaparecían y no pagaban.

A los dos años de estar casados María José estaba embarazada de Marcelo y se planteó estar cerca de él cuando naciera, para verlo crecer y acompañarlo. Entonces pensaron en fundar una pastelería. Jorge renunció a su trabajo.

Empezaron a ofrecer panes y repostería de manera virtual.

Siguiendo lo aprendido, Jorge creó una propuesta de negocios y empezó a promoverla en redes sociales, en especial Facebook que era predominante en ese momento y pensando en un segmento de ingresos medios para arriba. Dio un paso más.

Una amiga, Eliana, tiene una exclusiva sala de belleza en San Joaquín de Flores. Jorge le propuso organizar un café una tarde y que él llevaba la repostería y los queques.

Fue un éxito. La idea era que María José le enseñara las recetas, aprovechando que estaba en su incapacidad por maternidad, y él se la jugaba. La mala noticia llegó pronto.

En la empresa se dieron cuenta de las ventas de repostería e iniciaron, mediante el Ministerio de Trabajo como ordena en estos casos la normativa, un proceso de despido sin responsabilidad patronal, considerando que había deslealtad.

Ahora ambos estaban sin empleo y los ingresos de las ventas no eran suficientes.

En ese momento vivían en un apartamento pequeño en Curridabat. Invirtieron en fotografías de calidad para redes sociales y siguieron promocionando la pastelería. “Iniciamos el negocio con perdidas. Pero la gente empezó a comprar”, dice Jorge.

A los tres meses alquilaron un local de dos pisos cerca de ahí. Trabajaban en las madrugadas.

La familia de Jorge metió el hombro.

El padre Esteban y su madre Saray, que se traslada en buses desde Heredia, ayudaban en la entrega de los pedidos y en el cuido de los niños.

Su hermano Mauricio, que es publicista, los asesoraba en la estrategia de marca y de publicidad.

Se dieron cuenta que sí iba a funcionar y se plantearon que podían generar más empleos.

Ese es el norte que nos ha mantenido y nos ha hecho crecer”, recalca Jorge.

Para 2020 ya tenían dos colaboradoras. La pandemia, como en toda la economía, detuvo el crecimiento.

Hubo que tomar medidas: renegociaron el alquiler por cuatro meses y se quedaron solo María José y Jorge, con la ayuda de la familia.

Con los principales clientes cerrados, las cafeterías y restaurantes, se concentraron en la venta a domicilio.

No era suficiente.

Encontraron un local de sesenta metros cuadrados en La Ribera de Belén y con el apoyo de un amigo, Oscar, se trasladaron en dos viajes: uno con los equipos y mobiliario de la panadería y otro con lo del apartamento. Tampoco era suficiente todavía.

Tuvieron que entregar el vehículo que utilizaban a la agencia. La ventaja fue que, después de la valoración, en la agencia les indicaron que no tenían que abonar nada.

Con la reapertura de las cafeterías y de los restaurantes, en ese momento con aforo, se reactivaron las ventas en esa línea de negocios. Y le siguieron apostando a la venta a los clientes finales.

El trabajo empezaba temprano, a primera hora de la mañana, y les daba hasta las dos o tres de la madrugada del siguiente. Llegó el momento en que se dieron cuenta que necesitaban contratar colaboradoras.

Buscaron a Jessica, una de las empleadas que tenían en Curridabat. Ella había empezado cuidando a Daniel y lavando platos. Vive en Desamparados. Todavía estaba sin trabajo y con dos hijas. La contrataron. Ahora es jefa de planta.

Las ventas siguieron aumentando y contrataron más personas. De un momento a otro, el local se hizo pequeño. No tenían campana de extracción de calor y humo. Se la jugaban con abanicos. La operación mantuvo el ritmo de crecimiento.

Con la agencia lograron negociar una panel para hacer entregas. No podían dar la prima exigida. Aún así en la agencia estudiaron el caso. Les ayudó el récord crediticio. El siguiente paso fue más agresivo.

Empezaron a buscar un nuevo local con más espacio. Alguien les avisó que en Belén Centro, cerca de Pedregal, había un local desocupado. Antes ahí había una pizzería. Lo acondicionaron.

En la entrada colocaron las urnas para la exhibición de los panes, la repostería y los queques. Además, una mesa pensando en atender a los clientes que requerían algún pedido especial. En el fondo, ubicaron la planta, con más espacio y las condiciones para extracción del calor.

Detrás de la panadería alquilaron una vivienda del mismo propietario del local, don Hugo, que también tiene su casa en el mismo lote donde vive con su esposa, Mary.

La mejora también les permitió adquirir un vehículo —otra vez con las mismas condiciones, sin prima y gracias al buen récord crediticio— en el que María José y Jorge pudieran viajar con sus hijos o realizar gestiones mientras la panel se dedica a la distribución.

Y, las vueltas de la vida, María José fue contratada como asesora externa en investigación y desarrollo en Spoon.

Ahora María José y Jorge miran nuevos planes.

En Navidad lanzarán una línea de pastelería y repostería para mascotas. También lanzarán una torta húmeda con higos y pecanas.

Pero hay otras ideas que están analizando.

La apertura de kioscos en centros comerciales, pensando en estar cerca de los clientes que todavía les acompañan desde diferentes sitios del Área Metropolitana.

Otra idea es llegar a clientes fuera del Área Metropolitana.