Inició un negocio de belleza en La Tigra de San Carlos, pues no le alcanzaba la pensión para ella y sus hijas tras la muerte de su esposo

A través de un financiamiento pudo construir la mayor parte del local, pero no le alcanzó y vendiendo tamales y comidas completó el resto.

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La vida tiene giros imprevistos a los que hay que enfrentar irremediablemente. Gabriela Ferrero y sus hijas lo vivieron hace nueve años. Durante ese tiempo ella convirtió una afición en su negocio y ahora está por terminar el local en su propia vivienda.

Gabriela es de La Lucha de La Tigra, en San Carlos. Llegó hasta sexto grado de la escuela y creció después trabajando en el campo, especialmente en la siembra y en la cosecha del café. Como el resto de su familia, también hacía labores para el mantenimiento de los cultivos.

No tenían finca propia, por lo que sobrevivían como peones en las fincas de la zona.

Cuando se casó se dedicó al trabajo de la casa y a atender a su familia, en especial a sus dos hijas, Fiorella y Sofía.

Al fallecer su esposo, hace nueve años, les quedó una pequeña pensión que le permitía ir enfrentando los gastos. “Nos la jugamos”, cuenta Gabriela.

Esos ingresos se hicieron cada vez más insuficientes. Tenía que hacer algo.

Según un estudio de la Universidad de Costa Rica, las personas más vulnerables del país realizan actividades de subsistencia. Un 60% de las personas que están ocupadas en la informalidad lo hace de manera independiente.

Pensó en instalar un negocio de estilista, aunque sabía que tenía que capacitarse.

De joven siempre le arreglaba el cabello a su hermana Martha y ahora ambas se ríen de cómo quedaba. “Se dejaba que le hicieran experimentos”, cuenta Gabriela.

Gabriela llevó unos cursos de estilismo en los que aprendió lo que necesitaba sobre cortes para mujeres y hombres, así como de aplicación de tintes y queratinas, entre otros servicios. Ya estaba lista con lo básico. Ahora lo que necesitaba era el impulso para iniciar su microempresa.

Apenas se graduó, Gabriela inició en su casa el negocio. Era el año 2018.

Acondicionó el área de atrás y empezó a brindar los servicios con una gran emoción y miles de esperanzas. Los clientes empezaron a llegar.

Gabriela tenía pensado mejorar el espacio de la casa para atender a los clientes. Era a un lado de la cocina. Lo comentó en voz alta y una vecina y amiga le contó sobre una opción. Con el sueño de lograrlo salió de su casa y se fue al IMAS.

Se presentó en la oficina del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) en Ciudad Quesada.

El IMAS brinda apoyo a las microempresas desde hace tres décadas a través de diferentes programas, ya sea una ayuda para quien tiene una idea productiva para sobrevivir o para microempresas que desean crecer y reúnen las condiciones de la institución social.

Actualmente el Instituto brinda avales para microempresas que califican para un crédito productivo de capital de trabajo.

Gabriela recibió la información sobre el financiamiento a través de Fundecooperación y del trámite tanto para obtener el aval del IMAS como el crédito.

Mediante este mecanismo se han desembolsado ¢1.500 millones a más de 500 microempresas, la mitad de ellas encabezadas por mujeres y un tercio por menores de 30 años, de acuerdo con información de Fundecooperación.

Precisamente, la Zona Norte y la provincia de Puntarenas son los sitios donde hay más personas beneficiarias a través de esta iniciativa.

Gabriela hizo los trámites, obtuvo el aval del IMAS y recibió el financiamiento: ¢1 millón. No era suficiente, pero con eso inició la construcción del local.

El encargado de la construcción le ayudaba a buscar los mejores precios para rendir el dinero. Gabriela no se quedaba con los brazos cruzados.

Ella hacía tamales y otras comidas caseras para vender. Así fueron completando varios pendiente, poco a poco.

Hace tres meses empezó a atender clientes en el local.

Ella acaba de realizar los primeros pagos de las mensualidades del crédito. Aunque le queda todavía resolver la colocación de la cerámica, eso no la desanima.

“Antes no tenía nada”, dice Gabriela.

En su local hace cortes de cabello de hombre y mujer. También brinda servicios de tintes, queratinas, planchados de pelo y decoloraciones. Ella no quiere quedarse ahí.

El sueño de Gabriela es realizar cursos de barbería para dar más opciones de servicios a los caballeros que atiende y ampliar su clientela.