El 2023 pondrá a prueba la credibilidad del Banco Central

La estabilidad económica de Costa Rica dependerá, en gran parte, de la capacidad que tenga el Banco Central para anclar las expectativas de inflación. El ente emisor, presidido por Róger Madrigal, encara un examen vital para el país. Si no lo pasa, todos perdemos.

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El Banco Central de Costa Rica (BCCR) está en medio de un difícil examen. De momento, Róger Madrigal, su presidente, considera que les está yendo bien, pero sabe que todavía le quedan muchas preguntas por contestar y que la dificultad de la prueba puede subir conforme pase la página. ¿Cuál es la materia del examen? La inflación. ¿Qué está en juego? La credibilidad de la institución y, por ende, la estabilidad macroeconómica del país.

Puede sonar drástico, pero esa es la realidad no solo para nuestro Banco Central sino para los del resto del orbe, y Madrigal está al tanto de esa presión: “Lo que está en juego aquí es la credibilidad de los bancos centrales en el mundo, porque el trabajo de ellos es mantener la inflación baja y estable. No es esto: inflación de dos dígitos en economías que tenían cuarenta o cincuenta años de no llegar tan alto”, dice el jerarca que asumió la presidencia de la institución en media escalada inflacionaria, en mayo, pero que ha estado vinculado al Central durante prácticamente todo el siglo XXI.

Sin embargo, en Costa Rica la situación es particularmente especial: se trata de la primera gran prueba que tienen las metas de inflación desde que se adoptaron como régimen.

“En el caso de Costa Rica es un reto importante porque el régimen de metas de inflación es relativamente reciente, entonces se está probando qué tan fuertemente ancladas están las expectativas”, explica Rodrigo Cubero, expresidente del Banco Central.

En lo que dice Cubero está, precisamente, la clave para saber si el Central podrá pasar o no el examen, y es cuán ancladas a la meta pueden mantener Madrigal y compañía las expectativas de inflación de un país de economía pequeña y abierta en medio de una tormenta inflacionaria provocada por choques externos.

¿Qué son las metas de inflación?

Un esquema de meta de inflación es uno en el que el Banco Central hace explícito el valor numérico (o rango) en el que quiere mantener la inflación en el mediano y largo plazo, siempre con el objetivo de que sea una tasa baja y estable, evidentemente. La idea es que esta meta se comunique de manera pública y transparente, y que el ente emisor utilice sus instrumentos de política monetaria para estabilizar la inflación alrededor del nivel previamente anunciado.

Por ejemplo, la meta actual del país es de ±1 punto porcentual alrededor del 3% y está basada, en gran parte, en la inflación esperada de nuestros socios comerciales.

En Costa Rica este sistema es relativamente joven. En 2005 inició el plan de transición con el objetivo de preparar las condiciones para adoptar este régimen monetario. En 2008 se comunicó por primera vez un rango de tolerancia meta, sin embargo, no fue hasta febrero de 2018 que por fin se dio por concluido el periodo transitorio y se adoptó oficialmente un esquema flexible de meta de inflación.

Este régimen es una especie de promesa que hace el Banco Central a los agentes económicos de que creará el espacio propicio para mantener una inflación estable. De esta manera crea una convergencia entre la forma en la que el mercado espera que se comporten los precios (su expectativa de inflación) y los objetivos macroeconómicos del BCCR.

La complicada tarea del anclaje de expectativas

La comunión entre las expectativas y la meta de inflación podría describir lo que se conoce como el anclaje, que a fin de cuentas está asociado directamente con el cumplimiento de la tasa inflacionaria deseada, no obstante, Madrigal considera esta como una definición incompleta, ya que le falta un tercer elemento: la coyuntura.

Una tesis más matizada diría que las expectativas están ancladas a la meta si existe esta coincidencia entre lo prometido y lo esperado, incluso cuando se presenten condiciones adversas (un choque inflacionario externo como el que vivimos actualmente, por ejemplo).

“Es que, a pesar de que se sufran inflaciones altas, la gente le cree al Banco Central. Ese es el anclaje. Entonces nosotros no hemos tenido, hasta ahora, una verdadera prueba de qué tan ancladas están las expectativas”, explica Madrigal.

Durante la pandemia también se tuvo un reto en esta materia, aunque de menor envergadura, ya que fue de carácter opuesto: la inflación estaba muy por debajo de la meta. Pero el mismo Cubero, quien estuvo a la cabeza del ente emisor durante ese periodo, admite que la actual prueba es mucho más retadora: “Siempre es más difícil cuando la meta de inflación se incumple por el lado de arriba, cuando la inflación está alta, porque ahí las expectativas tienden a ser más volátiles, sobre todo cuando sube significativamente con choques exógenos”, dice el exjerarca.

Lo que sucede es que, en este examen, lograr el anclaje no es una pregunta de puntos extra, es una de desarrollo: obligatoria y fundamental en la ponderación del puntaje final.

Cuanto más converjan las expectativas de inflación en el mediano plazo (unos 18 a 24 meses, según Cubero) con la meta, más probabilidad de éxito habrá. ¿Por qué? Porque los agentes económicos, vía sus expectativas, influyen directa e indirectamente en la inflación futura.

“Cuando los agentes esperan que la inflación sea X, Y o Z, van a comportarse en consecuencia a la hora de demandar aumentos en sus salarios, si son trabajadores, aumentos en los precios de sus bienes y servicios, si son productores, o aumentos en los contratos de alquiler, si son dueños de propiedades, y así sucesivamente”, explica Cubero.

El problema está en que converger estas dos variables siempre es una tarea difícil para una economía pequeña y abierta como la de Costa Rica, sobre todo en un país que históricamente ha tenido problemas para mantener una inflación baja y estable aún cuando en el plano internacional se dieron condiciones favorables para reducir la tasa de encarecimiento en el pasado.

Además de este antecedente, le juega en contra el poco recorrido que tiene la institución con el esquema de expectativas, el cual suele consolidarse con el tiempo y la acumulación de pequeñas victorias.

A partir del primer esfuerzo por establecer una meta —en 2008, aún sin adoptar el régimen oficialmente— la mayoría del tiempo las expectativas de los agentes económicos (medidas por encuestas a 12 y 24 meses) se ubicaron por encima del objetivo del BCCR, incluso cuando estas eran hasta de un 8%. Fue hasta abril del 2015 cuando por fin se ajustaron dentro del rango de tolerancia. Desde ese momento se vivió una etapa de convergencia.

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Para el Central, este comportamiento sugirió que, de manera paulatina, los agentes económicos incrementaron el grado de confianza en el compromiso del BCCR por mantener la inflación baja y estable. Este pequeño oasis fue una de las primeras pequeñas victorias: el país había logrado alinear su inflación y sus expectativas con la de sus socios comerciales después de décadas donde el encarecimiento elevado fue la norma.

Sin embargo, en uno de esos giros ingratos, una pandemia seguida de tensiones geopolíticas y una crisis en la cadena de suministros mundiales vinieron a borrar los avances no solo del país, sino de la economía global.

En Costa Rica, la inflación subió hasta los dos dígitos y tocó un techo (por lo menos así se espera) del 12,13% interanual el pasado mes de agosto, casi 8 p. p. por encima del rango de tolerancia. Esta escalada mundial infectó también las expectativas de inflación, las cuales dejaron de creer en la promesa del Central.

“El hecho de que las expectativas de la encuesta se incrementaran rápidamente ante aumentos en la inflación, sugiere que las ganancias en la credibilidad del Banco Central durante los últimos años todavía son frágiles y que la consolidación del esquema de meta de inflación todavía no es un proceso concluido”, explicó el Informe de Política Monetaria del pasado mes de octubre.

La gran prueba del BCCR es lograr el retorno a la estabilización de los precios, pero para lograrlo deberá primero anclar esas expectativas. En otras palabras, volver a subir su grado de credibilidad, el cual, según explica el mismo Central, es producto de un círculo virtuoso que se construye y fortalece con la interacción de la comunicación, la obtención de resultados y la rendición de cuentas.

Esta no será una tarea fácil y deberá cumplirla en medio de un escenario mundial adverso, donde sus principales instrumentos de control inflacionario; los ajustes de tasas de interés, son menos efectivos ante una inflación de carácter importada.

De fallar, ese círculo virtuoso se convertiría en uno de desconfianza. Un mercado que no le crea al Banco Central es uno que está más propenso a entronizar en su psique la constante de una inflación alta, y Costa Rica ya sabe lo duro y difícil que puede ser salir de una espiral inflacionaria una vez que esta coge carrera: la cicatriz de los ochenta no se quita con una pomada canaria.

Aún con lo complicado que pinta el 2023, hay algunas variables que arrojan cierto optimismo, especialmente para el segundo semestre del próximo año. Los precios de las materias primas importadas han disminuido y la inflación anualizada lleva tres meses continuos de moderación. Estos factores le han permitido al Central darle un respiro a sus ajustes en la Tasa de Política Monetaria. Además las expectativas de inflación cada vez se acercan más a la meta. De hecho, los resultados de la encuesta a 24 meses están cerca de rozar el rango de tolerancia establecido por el BCCR.

De momento, Madrigal no se emociona de más con los resultados. A final de cuentas, los frutos de la política monetaria pueden tardar más de un año en aparecer. “Nadie serio”, dice, cantaría victoria con solo tres meses de desaceleración y una inflación del 8%. “Nos está yendo bien en el examen, pero no lo hemos terminado, hay que ver las preguntas que vienen más adelante”.